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Y el pueblo estuvo
"El resultado del referéndum no soluciona los problemas de Grecia pero sí le crea ciertos problemas a quienes estaban a punto de sedar al moribundo como solución", afirma el autor
En sus conferencias magistrales sobre macroeconomía, los gurús nunca hablaron de esta variable. Los mismos expertos que, como hombres del tiempo que provocan la lluvia, nos informaban de la inevitabilidad del modelo de austeridad por abajo para el crecimiento por arriba, del hay que cobrar poco y vivir peor (tú) para poder competir (otro), quizá tengan después de los últimos acontecimientos que revisar algunos apuntes. Quizá tengan que escribir en sus papeles a boli rojo la palabra “ciudadanía”, por si acaso.
La economía asalvajada, acostumbrada a entrar sin llamar a la puerta y poner los pies encima de la mesa, no contaba con este tipo de imprevistos. Y mucho menos en su propia casa, Europa. Hace pocos meses los griegos decidieron poner en el gobierno a quienes ofrecían el boli rojo. El mismo pueblo que en enero apostó por enfrentarse al austericidio no iba a echarse a un lado pocos meses después cuando se le requirió que estuviera ahí. No hubiera sido digno y los griegos estaban demostrando serlo. A pesar de los miedos, las amenazas de hambre y de expulsión del euro, a pesar del corralito en los bancos de Grecia y del corralito en las portadas de los periódicos de toda Europa, era más que previsible que los griegos le repitieran en julio a esta Europa lo que ya dijeron bien claro en enero: oxi.
Lo del pasado domingo no soluciona los problemas de Grecia pero sí le crea ciertos problemas a quienes estaban a punto de sedar al moribundo como solución. ¿Qué hacer con un muerto cuando éste se resiste a morir? Puede que no quede más remedio que darle estatus de vivo, y con esta carta es con la que jugará Tispras la partida a partir de ahora. Tsipras, y con él Grecia y Syriza, tendrá que ceder mucho más de lo que le gustaría y mucho menos que lo que nos dirán los kioskos en corralito que ha cedido. La Troika también tendrá que dejar a un lado muchos de sus sueños húmedos a punto de cumplir y reconocer que Grecia tiene derecho a sobrevivir, con lo que esto supone, modificando su posición inicial bastante más de lo que reconocerá haberlo hecho. Que en países mayores, también golpeados como España, triunfe la idea de que la democracia aún sirve para algo, sí que sería un problema serio que dejaría lo de Grecia en una anécdota.
Cuando el proceso de negociación acabe, dos preguntas tan frías y asépticas como un despacho de Bruselas será todo lo que quede como balance: ¿ha conseguido Syriza para Grecia un futuro menos malo del que la Troika y los gobiernos anteriores le tenían preparado? ¿Ha quedado obsoleta la estrategia del miedo? Si la respuesta en ambos casos es sí, a los gurús del liberalismo no les quedará más remedio que, además del tachón a boli rojo, introducir la variable ciudadanía en sus papeles de ahora en adelante.