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El fútbol como acto político y herramienta de cambio
La Nuestra Fútbol Femenino, presente en el Festival Discover Football, busca reconquistar espacios para las mujeres tradicionalmente ocupados por los hombres.
BERLÍN // Constanza observa como Juliana, Karen, Silvina y Matra se preparan para el primer partido del torneo incluido en el Festival Discover Football que tiene lugar estos días en Alemania. Ellas cuatro juegan en el Yellow Asphalt, equipo integrado también por futbolistas de Egipto, Uganda, Rusia, Ucrania y Camboya. En Buenos Aires, todas son compañeras en La Nuestra Fútbol Femenino, una organización civil formada por jugadoras, directoras técnicas y educadoras sociales ubicada en La Villa 31, el barrio marginal más emblemático de Buenos Aires. En otra parte de las gradas del Willy-Kressmann Stadion está Mónica, una de las directoras técnicas del grupo argentino, y Tamara, Anahí y Yianina, tres de las cinco jugadoras que han viajado a Berlín.
En Argentina, como en casi cualquier lugar del mundo, el fútbol afecta de manera transversal a la sociedad. La psicóloga Débra Tajer, en su artículo El fútbol como organizador de la masculinidad en 1998, apuntaba que su efecto es tan importante que “nadie queda excluido, tampoco las mujeres”. Sin embargo, las mujeres son marginadas de forma sistemática. Si además, se encuentran en un entorno de exclusión, en el hipotético caso que hubieran descubierto su deseo de jugar a fútbol, difícilmente podrán haberlo satisfecho.
La Villa 31 es uno de esos espacios en los que la marginación afecta a sus vecinos por el mero hecho de residir ahí. “Si dices que vives en la Villa, la gente ya no quiere acercarse; los taxistas no quieren entrar en el barrio, la gente rica te trata con desprecio. Piensan que todos somos delincuentes”, cuenta Constanza. Tan sólo las vías del tren separan la Villa 31 de Recoleta, uno de los barrios residenciales más ricos de la capital. De los otros lados, el barrio está rodeado por el aeropuerto, la estación de autobuses y Puerto Madero, otro barrio residencial y exclusivo, otro barrio de ricos. En la Villa 31 viven oficialmente 40.000 personas, según el censo realizado en 2010, aunque en los últimos años, barrios como San Martín han crecido mucho, “ponle que seamos unos 60.000, pero oficialmente somos 40.000”. Constanza Rojas es de Güemes, el barrio en el que se ubica la cancha de fútbol más importante de la Villa 31. Comenzó a jugar a los 8 años. Como cualquier niña que ha jugado al fútbol ha sufrido los insultos y las risas de los chicos. “Mi mamá me decía que dejara de jugar, que qué iban a pensar mis amigas”, haciendo caso a los comentarios que le llegaban diciendo “tu hija se ve medio rara, juega a la pelota”. A los 12, después de haber pasado un año en Bolivia con su padre, quien también le prohibió el fútbol, dejó de jugar, hasta que un día se animó viendo como Mónica entrenaba a otras chicas.
La Nuestra Fútbol Femenino, como asociación civil, es el resultado de un proceso de toma de conciencia por el que se entiende el fútbol como un hecho político y como una herramienta de cambio. Un proceso físico pero también simbólico, liderado y protagonizado por mujeres que desde hace siete años batallan todos los días para hacer efectivo su derecho a jugar a fútbol.
Para conseguirlo, primero tuvieron que ganarse el espacio, “quedándose paradas en medio de la cancha”, porque los hombres no les dejaban sitio para jugar. “Por entonces no había ningún tipo de oferta de actividad física para mujeres y las que jugaban a fútbol eran entrenadas por un hombre, hasta que una entrenadora y socióloga estadounidense llegó a La 31 y comenzó a reclutar y entrenar a las chicas”, explica Juliana Román, que además de futbolista es directora técnica y entrenadora de las Mini Aliadas, el equipo de las más pequeñas de La Nuestra.
Juliana llegó a la Villa 31 en 2010 para unirse al trabajo que por entonces ya realizaba Mónica Santino entrenando a las Aliadas, el equipo de categoría superior. Ninguna de las dos viven en la Villa pero acuden dos o tres veces por semana para entrenar a las mujeres. Que hoy se pueda hablar de que hay un equipo de categorías inferiores es el resultado de esa lucha por la conquista del territorio. “Si hay niñas pequeñas jugando es porque vieron a las grandes jugar”, explica Mónica.
El entender el fútbol como un hecho político es también el camino que les permite, a las integrantes de La Nuestra, cuestionar no sólo los prejuicios de los que son víctimas las mujeres sino también los lugares en los que por costumbre se coloca a las mujeres. Silvina Barraza vive en la Villa desde hace 20 años. “Era madre, me había encerrado en casa y me dedicaba al padre de mi hija y a mi hija”. Nunca había jugado al fútbol hasta que Yianina le dijo “vamos a la cancha”. La sensación que experimentó tras ese primer partido se refleja en una amplia sonrisa. Siguió jugando y su hija le acompañaba. “Cuando me quise dar cuenta, en un lado de la cancha estaba jugando yo y en el otro mi hija”.
Un club de fútbol solo para mujeres
La Nuestra Fútbol Femenino tiene entre sus metas el poder replicar el proyecto que se está haciendo en la Villa 31 en otros lugares de Buenos Aires y crear un club exclusivamente femenino. La idea responde a la necesidad de tener una institución “donde seamos tratadas con atletas, que es lo que somos, donde se trabaje desde nuestra lógica y donde las jugadoras se sientan seguras”, explica Juliana. Una meta que cada vez está más cerca, no así por el inexistente interés de la Federación Argentina de Fútbol (AFA) sino por el trabajo que ellas llevan realizando en los últimos años y por experiencias como la de este viaje a Berlín, que les han servido para validar su proyecto ante actores como las instituciones gubernamentales, cuya ayuda se advierte fundamental para conseguir crear un club de fútbol femenino. “De hecho, hay un espacio concreto, un edificio en frente del barrio que pertenece a las Fuerzas Armadas argentinas y que lleva muchos años abandonado. Recientemente, nos recibió la ministra de Desarrollo Social, que tiene esa capacidad para negociar. En estos momentos están estudiando cómo nos pueden ayudar”, explican entre todas.
Junto al trabajo físico y deportivo, en La Nuestra se trabaja la importancia de las emociones y la propia percepción que las mujeres sienten cuando juegan a fútbol y en general en su vida cotidiana. Una sistematización de la práctica, que desde finales de 2013, se puso en funcionamiento de la mano del colectivo Cocoin, integrado por educadoras sociales como Matra Berardi, que también ha viajado hasta Berlín. Todos los jueves, después del entrenamiento, durante una hora las mujeres se reúnen para expresar sus sensaciones y percepciones, de forma que se articule un proceso de aprendizaje mediante el que adquieren las herramientas necesarias con las que hacer frente a las situaciones de desigualdad, discriminación y violencia de la que son víctimas.
Durante la conversación con las integrantes de La Nuestra, Karen permanece al lado de Silvina. Aunque parece no querer hablar, cuando se le pregunta si le gusta el fútbol su respuesta es inmediata y enérgica. “Me encanta”. Su padre no le dejaba jugar. Una amiga le invitó a jugar. Al principio no se animaba a entrar. Hasta que se presentó a Mónica, que le explicó que tan sólo había que asistir al campo y jugar. También ha experimentado la violencia de quienes se atreven a molestar a una mujer cuando está jugando al fútbol. “Los chicos te vienen a insultar, a molestar. No está lindo. Hay que tener mucho coraje para estar en la cancha”. Karen Marin Gutiérrez no proyecta un futuro vinculado al fútbol, “hay que ser muy buena, tener mucha técnica y yo estoy recién empezando”. Sus compañeras la jalean y Juliana recuerda que tan sólo hace un par de horas, en el partido que el Yellow Asphalt disputó frente al Black Rubber, Karen hizo el pase de gol. Tímida por naturaleza, se sonroja, pero enseguida recuerda que ya no lo es tanto como cuando llegó. “La cancha es como una familia, todas viven cerca y nos contamos nuestras cosas. Cuando estás dentro se te olvida todo y te saca toda la bronca que traes. En la cancha te pones feliz y La Nuestra me cambió la vida”.
La mirada de todas y cada una de las integrantes de La Nuestra encierra una realidad que se atisba injusta e inmerecida pero al mismo tiempo muestra un brillo que es sinónimo de esperanza de que las cosas pueden y van a cambiar.