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Descifrando (por enésima vez) los secretos del recibo de la luz
"Es hora de que los ciudadanos dejemos de pedir entender el recibo de la luz y exijamos lo verdaderamente importante: la reforma del sistema eléctrico", asegura el autor
José Luis Velasco* // Navegando por la web del diario El País el lector puede encontrar dos noticias de cierto interés. Una se titula “Campaña de información para que los usuarios puedan leer el recibo de la luz” y da cuenta de un proyecto informativo de las compañías eléctricas para “explicar los secretos de la energía eléctrica»; en particular, cómo “se debe leer el recibo de la luz: empezando por los datos invariables en cada factura, pasando por las diferentes lecturas del contador y acabando por la traducción económica de todo ello”. El motivo es que en el recibo «se facilitan tantos datos al usuario que puede llegar a perderse». La otra noticia, titulada “La Generalitat Valenciana edita unas plantillas para interpretar el recibo de la electricidad”, explica una iniciativa del gobierno valenciano para combatir “el desconocimiento de los derechos y obligaciones derivados de los contratos de suministro y las dificultades de interpretación del cúmulo de disposiciones legales que regulan este servicio”.
Nada en ninguna de las dos noticias nos debería sorprender demasiado. El mismo responsable de Energía, el Ministro José Manuel Soria, ya anunció hace año y medio que estaba trabajando codo con codo con Ana Mato, entonces Ministra de Sanidad y Consumo, “en un nuevo diseño de la factura de la luz para que cuando llegue el recibo uno no tenga que ser ingeniero industrial para entenderlo». Ya ha ocurrido también que las compañías eléctricas han pagado costosas campañas publicitarias en la prensa nacional para “hacer transparente” la factura. Desde luego, los sucesivos parches regulatorios en el sector eléctrico, con cambios en los sistemas de fijación de precios, retarificaciones y una desmesurada subida del término de potencia, han causado confusión y sorpresa entre los consumidores, especialmente entre los que han constatado recibo en mano que, aun reduciendo su consumo energético, no consiguen ahorrar. Es probable que la llegada de los contadores inteligentes y la tarificación por horas no haga sino aumentar el caos.
Nada sorprendente, entonces, salvo por un dato: las dos noticias reseñadas son de hace tres decadas, una de 1985 y la otra de 1987.
¿Qué hay detrás de esta duradera (y sin embargo siempre insatisfecha) necesidad de entender el recibo de la electricidad, los diferentes elementos que lo componen y los costes que en ellos se incluyen? No puede ser tan sólo su complejidad: también el recibo de teléfono, por ejemplo, se desglosa a veces en parte fija y parte variable, alquiler de equipamiento, etc, y no por ello luchamos por comprender sus detalles; también la cuenta que nos traen en el restaurante es una suma de costes como los platos servidos, el alquiler del local, el salario de los trabajadores, etc. y no por ello le solemos dedicar más de unos segundos. Con una excepción: cuando el precio nos sorprende. Cuando sospechamos que estamos pagando más de lo que corresponde.
Esta sensación ha sido habitual en España en relación al precio de la electricidad. No sin motivo: en 1999, por ejemplo, España ya tenía la cuarta electricidad más cara de la OCDE. No había entonces, hace más de década y media, planificación estatal ni energías renovables a las que culpar. Por el contrario, el sector se había liberalizado y el proceso había incluido un «regalo» a las compañías eléctricas de 1,3 billones de pesetas (8.000 millones de euros) en calidad de costes de transición a la competencia (CTC), destinados fundamentalmente a garantizar la rentabilidad de sus centrales nucleares.
Seguramente es esta sospecha la que la opacidad del recibo quiere acallar mes tras mes. Quizás es esta la realidad que las campañas de propaganda de las eléctricas tratan de perpetuar mediante la confusión. Son campañas, por cierto, relativamente fáciles de desmontar (pese a lo cual no se les ha obligado a retirarlas): basta con darse cuenta, por ejemplo, de que califican de «costes ajenos al suministro eléctrico” a los euros que reciben cada día por la electricidad que producen los parques eólicos de su propiedad.
Es precisamente en estos y otros ingresos donde hay que poner el foco ya que, sumados, proporcionan a las eléctricas márgenes de beneficio en España que doblan los de sus homólogas europeas. Es el momento de que los ciudadanos dejemos de pedir entender el recibo de la luz (solicitándoselo además a quien no tiene intención de ayudarnos) y exijamos lo verdaderamente importante: que se reforme radicalmente el sistema eléctrico; que centrales nucleares completamente amortizadas gracias a ayudas públicas dejen de recibir día tras día enormes beneficios caídos del cielo; o que centrales hidroeléctricas construidas hace más de medio siglo, durante la dictadura, dejen de ganar millones embalsando y desembalsando el agua de todos. En suma, que paguemos lo que corresponde, ni más ni menos.
* José Luis Velasco es del Observatorio Crítico de la Energía y Círculo Economía, Ecología, Energía de Podemos