Los socios/as escriben
OXI como símbolo de dignidad
El empobrecimiento extremo sufrido por el pueblo griego puede provocar un grito de dignidad que simbolice el choque frontal entre los intereses sociales y financieros en Europa, expone el autor
En el referéndum en Grecia de este domingo confluyen meses de desiguales negociaciones y un último recurso de un partido no desgastado por el gobierno ni la corrupción que se ha visto atacado, rechazado y humillado en su gran intento de cambiar una Europa sometida a un neoliberalismo irracional. Un sistema que ni tan siquiera responde a unos criterios técnicos en pos del crecimiento económico, en su afán desmedido de erradicar el antiguo emblema de orgullo europeo como era el sistema de bienestar. Esta postura de austeridad irracional se ha radicalizado progresivamente desde la victoria de Syriza ante el miedo de ver sus miserias en un espejo y que las pudieran ver a su vez los ciudadanos europeos.
Syriza y el pueblo griego se encuentran ante la disyuntiva de un OXI(NO) en el referéndum y unas consecuencias económicas cargadas de incertidumbre, ya que la realidad es que nadie puede afirmar con certeza ni precisión cuáles vayan a ser éstas. Las consecuencias político-económicas pueden suponer además la salida del euro, la salida de la Unión Europea o un acuerdo peor al que se podría haber llegado sin este referéndum. Por el lado contrario, puede suponer una mejor posición negociadora ante unos países que no saben cómo responder como conjunto, y cuya aversión personal a Tsipras y Syriza y el temor a la necesidad de un reconocimiento del absurdo irracional austericida aplicado, no van a facilitar las negociaciones.
Ante tales consecuencias, o la incertidumbre total respecto de ellas, la simple posibilidad de que un OXI (NO) venciera en un referéndum sería en cualquier otro momento algo descabellado. Sin embargo, el empobrecimiento extremo y el deterioro sufrido por el pueblo griego a todos los niveles, aderezado con una impresentable humillación del tipo escarmiento moralista pueden provocar un grito de dignidad, quizás suicida, que simbolice el choque frontal entre los intereses sociales y financieros en una Europa dominada por los segundos y que pondrá a los gobernantes europeos ante un espejo, una vez más desde febrero, pero de forma más evidente.