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El movimiento feminista frente al poder de las multinacionales

Es el momento de avanzar hacia la construcción de alternativas que reviertan los procesos de precarización a los que están sometidas las mujeres en todo el mundo, sostiene la autora

Beatriz Plaza* // En la Universidad de Vic está teniendo lugar en estos días el V Congreso Estatal de Economía Feminista. Durante estas tres jornadas se están realizando talleres, conferencias, mesas redondas y coloquios en los que se pone en cuestión uno de los cimientos sobre los que se asienta el sistema capitalista neoliberal: el heteropatriarcado. Así, a través de la economía feminista se expondrán diferentes problemáticas, reflexiones y propuestas de cómo generar conciencia crítica desde la perspectiva feminista.

Es en la fase actual del proceso de globalización neoliberal cuando más ejemplos tenemos de desigualdades sociales que son consecuencia directa —y, a su vez, también origen— de la absoluta prioridad de la que gozan los mecanismos de reproducción del capital frente a los procesos que permiten el sostenimiento de la vida. La sobrecarga del trabajo de cuidados, el incremento de la violencia en los territorios destinados a la explotación de recursos naturales, la destrucción del tejido social comunitario, la violación sistemática de los derechos laborales… son algunos de los ejemplos que nos encontramos en las prácticas cotidianas de las multinacionales en los enclaves en los que sitúan su actividad.

Hace poco, en el marco del XIII Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe, una de las asistentes más jóvenes recordaba cómo “el patriarcado le hace a nuestros cuerpos lo que las economías extractivistas y capitalistas le hacen a nuestros territorios”. Con frases como esta, que vienen escuchándose en repetidas ocasiones desde el feminismo latinoamericano, se reivindica el cuerpo de las mujeres como lugar de no violencia, de no expoliación. Y son muchos y variados los casos de cómo las actividades de las transnacionales tienen un impacto diferenciado sobre la vida de las mujeres. Veamos algunos.

En Guatemala, en el departamento de Quetzaltenango, el río Pacayá cruza diferentes comunidades. Este río nutrió a diferentes generaciones y siempre proveía equilibradamente el agua a las comunidades: en invierno, la necesaria y en verano, en abundancia; un perfecto equilibrio hasta que llegaron las multinacionales. Las grandes extensiones de monocultivo de banano, palma africana, ajonjolí y hule han terminado cercando las comunidades, limitando el territorio al que pueden acceder, contaminando y restringiendo el agua que pueden consumir. Ahora, en invierno hay inundaciones y en verano, escasez de agua; una problemática que afecta a la cotidianidad de las personas que allí residen y que se ve incrementada por la falta de provisión de agua y saneamiento. Las mujeres son las que diariamente salen al río a buscar agua para el consumo y el uso doméstico; también son ellas las que pasan más tiempo dentro del agua, limpiando la ropa y otros enseres. Y los altos índices de toxicidad encontrados en el río les ocasionan graves daños a su salud: dermatitis, afecciones en los órganos sexuales y reproductores, etc. son consecuencia directa de la contaminación generada por las grandes empresas, combinada con una muy interiorizada división sexual del trabajo.

Otro indicador lo tenemos en la brecha salarial de género, el cual viene marcando el aumento cada vez mayor de la precarización laboral a la que están sometidas las mujeres en diferentes lugares del planeta. Es un reflejo de cómo la mercantilización de la vida implica un sometimiento directo de una parte de la población sobre otra, en este caso a costa del cuerpo y vida de las mujeres, como bien indica Silvia Federici cuando afirma que la minusvaloración constante de las mujeres se convierte en una necesidad para el sistema.

En su libro El país de las mujeres, Gioconda Belli cuenta la historia del Partido de la Izquierda Erótica (PIE), un partido totalmente compuesto por mujeres, que logra gobernar un pequeño país imaginario llamado Faguas. El país se encuentra sumido en la corrupción y en la crisis económica, hasta que las mujeres del PIE deciden centrar la recuperación económica en la producción y exportación de flores. Es un ejemplo que nos permite soñar… hasta que también nos topamos con el “modelo maquila” en la industria de la floricultura, sector en el que las compañías multinacionales han ido aumentando su presencia desde los años setenta hasta la actualidad.

En Colombia, las flores ocupan el quinto lugar en la lista de productos para la exportación, con la gran mayoría de la producción vendiéndose a Estados Unidos (77%), seguido de lejos por Rusia (5%) y Japón (4%). Estas exportaciones se concentran en fechas señaladas como, por ejemplo, San Valentín, el día de la madre y las fiestas navideñas. En la publicidad que acompaña la venta de flores siempre hay, al menos, un rostro femenino feliz por recibir flores; paradójicamente, también en la producción de flores hay presencia femenina: concretamente, el 60% de las personas que trabajan en este sector son mujeres. Entre sus condiciones habituales, similares a las de las maquilas del textil, están la violación de los derechos sindicales y laborales (intensificación y extensión de las jornadas laborales, reducción de salarios e impago de prestaciones sociales) y las afecciones a la salud derivadas del cultivo, cosecha y poscosecha de las flores, que exigen movimientos repetitivos y posturas corporales estáticas durante mucho tiempo, además de la exposición a agroquímicos y las altas temperaturas que tienen que soportar.

Con todo ello, el contexto social y laboral de las trabajadoras de la industria de las flores no parece tan idílico como nos quieren hacer creer, ya que obedece a la lógica del aumento de la productividad y la reducción de costes para así aumentar los beneficios económicos de la multinacional. En este caso, además, la vulnerabilidad se multiplica en el caso de las mujeres que son cabeza de familia, ya que tienen doble responsabilidad, con lo que adaptar su vida a las extensas jornadas laborales les conlleva graves consecuencias, como indica una extrabajadora de la empresa Benilda: “Una entraba a las seis de la mañana pero no sabía a qué hora salía. Porque una estaba ya cambiándose para salir y la llamaban porque había llegado un pedido extra y había que volver… Era muy esclavizante”.

Los procesos económicos, políticos, jurídicos, culturales y sociales —relacionados entre sí— que respaldan el poder y expansión de las multinacionales no son fáciles de contrarrestar, ya que mantienen y reproducen las lógicas del sistema capitalista heteropatriarcal a nivel global. Por ello, una de las posibles herramientas para que esta dominación múltiple a la que están sometidas las mujeres a lo largo y ancho del planeta sea visibilizada y denunciada es la construcción, organización, mantenimiento, alimentación y recreación de un movimiento feminista global.

El movimiento feminista a lo largo de los últimos años se ha ido posicionando como una de las expresiones que mejor representa la globalización de las luchas sociales, ya que en la agenda feminista siempre ha primado la interseccionalidad de todas las luchas en el plano global. Tal vez, por eso, ahora sea el momento de avanzar hacia la construcción de alternativas que desde el plano local reviertan los procesos de precarización, tanto económicos como laborales, a los que están sometidas las mujeres en todo el mundo. La implementación y la puesta en práctica de alternativas que apuesten por la generación de transformaciones sistémicas, gestionadas en base criterios reales de sostenibilidad, pueden ser el camino hacia el que poder hacer tambalear los hilos que sostienen el dominio del poder en el sistema capitalista heteropatriarcal.

* Beatriz Plaza es investigadora del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL)Paz con Dignidad

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