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La “i” de intersexualidad
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha sustituido la concejalía de Juventud por la de Ciclo de la Vida, Feminismos y LGTBI. La lucha por el reconocimiento a la diversidad sexual y de género no deja de acoger nuevas identidades y reivindicaciones
Las siglas LGTB engloban desde hace décadas la lucha por el reconocimiento y la igualdad de personas lesbianas, gais, transexuales y bisexuales. En los últimos tiempos se han ido añadiendo nuevas letras: Q de queer, A de asexuales o, como en el caso de la concejalía de Barcelona, I de intersexuales.
La intersexualidad se conoció durante muchos siglos como hermafroditismo. El término está actualmente en desuso por ser poco riguroso y confuso, además de arrastrar una connotación peyorativa. Las personas intersexuales muestran al nacer una indeterminación en la anatomía genital que dificulta categorizarlas como varones o hembras. Las causas pueden ser múltiples y situarse en el nivel genético, hormonal o puramente morfológico. Pero las consecuencias físicas, psicológicas y sociales para las personas diagnosticadas como intersexuales son comunes.
El nacimiento de un bebé intersex se define médicamente como «emergencia psicosocial» y pone en marcha un protocolo destinado a asignar, a fuerza de bisturí y fármacos, un sexo determinado. Las familias reciben muy poca información y se les anima a no divulgar la condición del bebé. Aunque la gran mayoría de alteraciones causantes de intersexualidad son inocuas para la salud, siempre se les explica la situación en términos técnicos y sanitarios, como si se tratara de una enfermedad.
Las intervenciones quirúrgicas empiezan en las primeras horas de vida y pueden prolongarse (y multiplicarse) hasta la vida adulta. A pesar de la hormonación y de que hayan sido criados por sus familias de forma tradicional como niños o niñas, es altamente frecuente que con la pubertad se manifiesten unos rasgos sexuales secundarios y una identidad de género opuestos a los que el sistema médico les asignó al nacer.
Activismo intersex
No existen cifras definitivas sobre cuántos nacimientos de personas intersexuales se producen. Los datos más conservadores hablan de un caso por cada 1.500 o 2.000 nacimientos. Sin embargo, grupos como la Sociedad Intersex de Norteamérica, señalan que el porcentaje es mayor. Habitualmente no se contabilizan los casos de intersexualidad genética, como el síndrome de Morris, si no se observa ambigüedad genital. Además, la diversidad de formas y tamaños de los órganos genitales es inmensa y el punto en el que un clítoris se considera demasiado grande o un pene demasiado pequeño es una decisión arbitraria.
El activismo intersex, que ha proliferado de la mano de la teoría queer, critica que las intervenciones responden a un intento de normalizar los cuerpos, de hacerlos encajar en las rígidas categorías de hombre o mujer. Más que una cuestión médica, denuncian, se trata de inscribir en la anatomía una visión social binaria y dicotómica que rechaza la diversidad.
Existen numerosas organizaciones de personas diagnosticadas intersexuales al nacer que denuncian lo que consideran una mutilación genital equiparable a la ablación del clítoris. Las consecuencias físicas son similares: ausencia de placer, esterilidad, dolor al mantener relaciones sexuales… La reivindicación se centra en el derecho a la autonomía corporal y la posibilidad de dejar que las personas intersex puedan decidir si desean o no que les extirpen parte de su anatomía para hacerla armónica con la apariencia que se considera normal para un hombre o una mujer.
En España es obligatorio registrar a las personas recién nacidas entre las 24 horas y los 8 días posteriores a su nacimiento. Y para obtener el certificado resulta imprescindible marcar una de las dos opciones: hombre/mujer. ¿Qué ocurre si no se ha realizado esa intervención perinatal? Las organizaciones intersex y sus miembros mantienen diferentes respuestas. La decisión tomada por Alemania en 2013 de permitir dejar el dato sobre el sexo del bebé en blanco fue acogido de forma ambivalente.
Frente a quienes defienden la posibilidad de un “tercer género” más allá de hombres o mujeres, se esgrime que la sociedad no está preparada. Algunos activistas reivindican la eliminación de la mención de sexo en los documentos oficiales. Todas las posturas coinciden en exigir una mayor visibilidad de su realidad que contribuya a acabar con el secretismo, el estigma y la discriminación que rodea actualmente a la intersexualidad.
Para saber más:
- Un ensayo: Cuerpos sexuados, de Anne Fausto-Sterling (Melusina, 2006)
- Una película de ficción: XXY, de Lucía Puenzo (2007)
- Un documental: Orchids: My Intersex Adventure, de Phoebe Hart (2010)