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España-Guinea Ecuatorial: un río de una sola orilla

El interés que desde aquí existe hacia la excolonia africana supone una distancia que podríamos calificar como poco ética

Un río de una sola orilla es algo difícil de imaginar, prácticamente inconcebible, pero sin duda resulta una metáfora eficaz para referirse a las relaciones de España con su excolonia, Guinea Ecuatorial. No sólo se definen como problemáticas, sino que el interés que desde aquí existe hacia ese país africano supone una distancia que podríamos calificar como poco ética.

Históricamente el imperio español en decadencia hizo un cambio de cromos con Portugal para tener una base donde los barcos negreros pudieran atracar y almacenar su mercancía antes de atravesar el Atlántico. Así nació la trayectoria colonial subsahariana, empezando por una isla que entonces se llamaba Fernando Poo. Luego vino Iradier con el deseo de emular a los grandes exploradores y aumentó el territorio por la parte continental, Río Muni.

¿En qué ha beneficiado todo lo anterior a los nativos guineanos, aparte del placer de hablar español oficialmente y ser abrazados por la fe católica hasta la asfixia? En nada. Explotación, pérdida de cultura propia, gloriosas épocas de apartheid sin disimulo, desapariciones por causas políticas y una descolonización penosa que desembocó en dos dictaduras: la de Macías y la de Obiang Nguema. Si hace unos años podía creerse en una lucha por los derechos humanos, ahora, con la extracción de petróleo, esa esperanza se ha convertido en una utopía inalcanzable. Otro río de una sola orilla.

Criticar a Obiang y sus abusos constantes es tarea fácil. Analizar el papel de España e identificar responsabilidades no lo es tanto. Incluso los escritores guineanos exiliados, que razonablemente reprochan al dictador los excesos, evitan repartir unas cuantas culpas con lo que fue la metrópoli y en la actualidad actúa como neocolonialismo con disfraz neoliberal. El que paga manda.

¿Qué saben los españoles de Guinea Ecuatorial, la granja española en África que proporcionaba el mejor cacao del mundo? La falta de preocupación, de responsabilidad histórica, duele. Ya no es asunto nuestro el ¿desastre? del 98, pero sí el abandono a sus peores consecuencias de territorios como el Sahara y Guinea Ecuatorial.

Un poema muy irónico de Zamora Loboch, poeta de origen annobonés, habla de lo bien que se recibió en España al gorila blanco con ojos azules, mientras se marginaba y olvidaba a los seres humanos de la misma procedencia. El gorila blanco, que perdió su nombre autóctono, nfumu ngui, para bautizarse copito de nieve o floquet, vivió en una jaula de oro hasta su muerte. La mayor parte de sus admiradores ni siquiera conocen cómo fue arrancado de su lugar. Un mundo lleno de ríos de una sola orilla.

*José Antonio López Hidalgo es autor de la novela El río de una sola orilla (Edicions Cal·ligraf, 2015)

La Marea, Suscripción, Revista

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