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La bestia
Las administraciones socialdemócratas han descubierto en el llamado arte contemporáneo un lenguaje de poder eficaz
Artículo publicado en el número de mayo de La Marea, disponible en nuestra tienda online
Una cosa interesante pasó en Barcelona durante el mes de marzo. La dimisión del director y el cese de dos comisarios de un museo de arte contemporáneo. La dimisión de Bartomeu Marí como director del MACBA a raíz de la exposición La bestia y el soberano no fue un mero acto administrativo. Como recordarán, la escultura de la austriaca Ines Doujak y del británico John Barker que respondía al anodino nombre de Alta costura 04 Transporte llevó al director del MACBA a censurar la obra y clausurar la muestra antes de su inauguración. La consiguiente polémica mediática y del mundo del arte provocó que finalmente Marí dimitiera después, eso sí, de cesar a los comisarios Valentín Roma y Paul B. Preciado.
La impresión generalizada del asunto es que se trataba de un nuevo caso de censura por pelotismo. La fundación del MACBA presidida por la reina Sofía (¿es reina o ex-reina?) y comandada por La Caixa no hubiese aceptado nunca el oprobio de exhibir la pieza en la que el campechano Juan Carlos I era sodomizado por la líder indígena boliviana Domitila Barrios, quien a su vez era penetrada por un pastor alemán. Marí, para demostrar que era un buen y obediente empleado, se anticipaba así a los deseos de los monarcas de la banca y de la señora griega. Un nuevo caso RBA.
Es cierto que se trata de un caso de censura. Pero no sólo. El MACBA es un ejemplo perfecto de algo más. De cómo ese constructo que llaman “la cultura” ha encontrado en la figura del museo y en el arte contemporáneo un excelente anestésico y un potente relato para mantener las relaciones de poder. En este punto y mucho más rico e inspirador que este artículo, les recomiendo el documental MACBA: La derecha, la izquierda y los ricos, de Badia, Comerón, Marzo, Trujillano y Romaní. Allí queda resumido el fenómeno del Museo como centro de poder y de transformación urbanística, pero también como icono del relato de “la cultura” que ricos y administraciones llevan afinando desde los años 1950.
Elitista pero accesible
Otra recomendación, el libro de Frances Stonor Saunders titulado La CIA y la Guerra Fría Cultural (Ed. Debate, 2000), en el que se desvela cómo el éxito del expresionismo abstracto y de las subsiguientes escuelas de abstracción tienen mucho que ver con la vocación por parte del poder de crear un discurso artístico que sea presuntamente elitista pero accesible y poco hiriente. Estetizante sin que sea políticamente ofensivo y, dicho a lo bruto, que quede bonito en un dúplex de la Quinta Avenida, en el hall de un hotel y en un museo icónico. Tercera recomendación. Sería en este sentido interesante recuperar el catálogo de una exposición de 1999 en la Tecla Sala de L’Hospitalet llamada Decoraz(i)ón, que reflexionaba del peligro del uso decorativo de la vanguardia. El arte contemporáneo como el pompier de nuestro tiempo.
A esa tarea se empeñaron en los 50 los Rockefeller con el mismo afán que hoy lo hace La Caixa. Y, como entonces, las actuales administraciones socialdemócratas (de derechas o de izquierdas) han descubierto en el llamado arte contemporáneo un lenguaje de poder eficacísimo. Desde el centro Pompidou a la pirámide del Louvre, Francia abrió el camino. El Guggenheim de Bilbao consolidó la idea que se ha multiplicado en España hasta la parodia. Se trata de ligar administración, banca y constructoras en un nuevo relato civilizador similar al que tenían en tiempos coloniales misioneros y militares. El arte llega a barrios pobres, zonas deprimidas y los revaloriza a través del museo/catedral. Una vez construido, su misión es crear la ficción de vida cultural a partir de un sistema de circuito/mercado en el que las piezas se mueven pero no conmueven ni transforman nada.
Por eso la jugada de los comisarios Roma y Preciado, la idea de colocar un artefacto explosivo en mitad de todo este sistema de condescendencias, ha sido un acto valiente, inteligente y poderoso. Hurra por los comisarios y hurra por un terrorismo cultural que acabe con el museo como centro de exhibición del poder capitalista.