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El dulce retiro de Juan Carlos I de Borbón
El monarca, que no deja de serlo a título honorífico, ha tenido un par de actos programados de media al mes a lo largo de este último año
[Este artículo forma parte del dossier del número de junio de La Marea, donde se analiza el año de reinado de Felipe VI. A la venta en quioscos y en nuestra tienda virtual]
Si no acaba de estar del todo claro su papel mientras está activo, ¿para qué sirve un rey cuando se jubila? Juan Carlos I, que ostenta el título de rey emérito, ha tenido un retiro a medias de la vida pública. Si bien es verdad que no se le veía junto al resto de miembros de la familia real desde el saludo en el balcón de la Plaza de Oriente, durante la proclamación de su hijo, hasta la comunión de su nieta Leonor, en mayo, lo cierto es que el monarca –que no deja de serlo a título honorífico– ha tenido un par de actos programados de media al mes a lo largo de este último año. Entregas de premios, corridas de toros, asistencia a algún certamen o festival han sido algunos de los eventos en los que ha tenido que hacer acto de presencia.
Mientras tanto, se le ha visto de también de viaje, entre otros destinos a los países del Golfo, con cuyos dirigentes Juan Carlos I ha tenido siempre una estrecha amistad. También han trascendido algunas escapadas, como la que hizo en febrero a la República Dominicana, invitado por su amigo Antonio Fanjul, magnate que se exilió de Cuba después de que la Revolución confiscase sus latifundios y mansiones productos de su imperio azucarero. Hoy es uno de los más férreos promotores del lobby antirrevolucionario en EEUU y se ve sometido a continuas protestas por la precariedad en la que mantiene a sus trabajadores.
Allí, en un resort de lujo en pleno Caribe, le organizaron una cena en la que también figuraron grandes inmobiliarios, financieros y directores de fondos de inversión americanos. Su primer año nuevo como rey emérito también lo vivió muy lejos de España, en EEUU, un país al que a lo largo de este año ha viajado en varias ocasiones.
En la revista El Siglo de Europa han estado siguiendo «la vida de lujo» de Juan Carlos I que, a Inmaculada Sánchez, directora de la publicación, le recuerda mucho a la misma que acabó en el escándalo de Botsuana, entre otros episodios. «Creo que la disculpa aquella se le ha olvidado ya, porque la vida que está llevando no ayuda nada a su imagen. Es muy oscurantista, sólo sabemos que es poco acorde con el estilo que quiere transmitir Felipe VI», explica. Desde Zarzuela no dan información alguna. Lo que parece claro, apunta Sánchez, es que está «totalmente independizado de Sofía».
Está previsto que Juan Carlos I vaya realizando cada vez más actos institucionales y a tal efecto han reformado un despacho en el Palacio Real de Madrid, situado en pleno centro de la capital.
Para el ex director de ABC José Antonio Zarzalejos, el problema es que al rey Juan Carlos le falta «una definición». «En este momento no tiene ninguna misión constitucional ni normativa. Desde el punto de vista institucional, más que una figura puramente simbólica», incide. Como miembro de la familia real, tendrá que asumir por delegación las funciones –aquellas que sean delegables– para las que le faculte su hijo. «Se dedica a viajar, pero más allá no sabemos si tiene otras prioridades. No ha prosperado ninguna estructura de fundación que articule su presencia pública», agrega.
Esta falta de plataforma para lograr proyección pública contrasta con la de la reina Sofía, que creó la Fundación Reina Sofía, una organización de tipo asistencial desde la cual apoya proyectos de como la lucha contra enfermedades como el alzheimer hasta el impulso de iniciativas agrícolas o educativas en países pobres. Ahora, la reina Letizia está cogiendo el testigo de enarbolar, poco a poco, una imagen altruista que asociar a la monarquía actual.
Reyes y monarquías a mí me chirrian a estas alturas de la historia.
Aún me chirria más que, en consonancia con el curso involutivo de estos últimos años, oyes que denominan al estado español como el reino de España.
Quienes ponen cómo ejemplo de modernidad a las monarquías nórdicas también se puede objetar que nada es perfecto en esta vida.