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¿Dónde están los del 15-M?

Se cumplen cuatro años desde que la ciudadanía tomó la Puerta del Sol en señal de protesta y exigiendo un cambio político y social

Asamblea del 15-M en la Puerta del Sol. FERNANDO SÁNCHEZ

Estaba Eduardo Galeano en España cuando emergió el movimiento 15-M y decía en una entrevista: “Bueno y a mí me preguntan, ¿pero qué va a pasar ahora? Y digo bueno, no sé qué va a pasar y tampoco me importa mucho, lo que me importa es lo que está pasando. Lo comparo con el amor, que es infinito mientras dura”.

Eran tiempos de preguntas, de cuestionarnos algo nuevo que estaba ocurriendo. Cuestionar y cuestionarnos. Las calles se iban llenando de cada vez más y más gente curiosa, cientos de latidos de indignados ladrando a los indignos. De pronto resulta que las plazas, que hasta entonces eran lugares de paso o de comercios, se convierten en espacios de reunión, charla y reflexión.

Ahora hablo del 15-M y me parece que han pasado cientos de años. Cuatro concretamente, pero me siento como una abuela cebolleta contando las peripecias de don Quijote y Sancho en la Puerta del Sol. Muchos de los que participamos nos miramos ahora a los ojos y un brillo nos ilumina. Sabemos de lo que hablamos y sabemos que quizá no vuelva a ser, pero tampoco importa mucho porque ya ha sido y ya queda la semilla, en cada ciudad, en cada barrio, incluso en los que han emigrado en forma de Marea Granate.

Esa criaturita que nació un poco al azar o gracias a que unos cuantos muchachos valientes resistieron esa noche del 15, fue creciendo más y más hasta convertirse en una marea imparable que contagió a todas las ciudades y que copó las portadas de los medios internacionales, mientras aquí se prefería mirar hacia otro lado. Perroflautas, niñatos, es normal que les dé por la rebeldía, no saben lo que quieren, no hay propuestas concretas, ya se les pasará… El tiburón mediático quiso entonces aplastar lo que ya era imparable y el movimiento cada vez se hizo más y más potente, más chillón. Las asambleas fueron -y son- el punto más destacable de esta locura de quinceañeros. Nos juntábamos y redactábamos un orden del día. “Es importante la escucha activa, compañeros, escuchemos lo que los demás tienen que decir”. Buscábamos materiales para refugiarnos del frío o del calor, megáfonos para escucharnos bien, agua e incluso algún bizcocho que traía una amable vecina. Y así, la inteligencia colectiva iba haciendo el resto.

Se lograron pequeñas grandes victorias, pero en sí mismo el descubrirnos a nosotros mismos y al que teníamos en frente ya lo fue. Descubrimos que la democracia partía de nosotros y nosotras mismas, de querer empoderarnos y participar activamente en un proceso de cambio. De parar el desahucio de nuestro vecino, okupar un edificio para familias sin techo, parar la redada de algún senegalés del barrio cuyo único delito era el ser del color equivocado. El apoyo mutuo fue y es la kriptonita del movimiento.

Mientras escribo estas líneas me emociono por lo que este movimiento ha significado para mí. Qué egoísta soy al sentir que lo ocurrido en realidad me benefició. Y cómo extraño ahora las grandes movilizaciones donde todos juntos nos dirigíamos hacia el mismo objetivo: el bien común. El 15-M nos cambió para siempre. ¿Dónde están ahora los del 15M? Algunos han decidido tomar las Instituciones retando a quienes no lo creían posible, otros siguen movilizándose en las calles, cada día, en cada calle, en cada rincón, en cada red.

No voy a dedicarle espacio a la criminilización ni a la represión sufrida, porque este es nuestro día, y aunque intenten amordazarnos seguiremos ladrando con el bozal puesto.

Dijo entonces Galeano que estar presente en la Plaza de Catalunya aquel mayo de 2011 era una muestra de que vivir vale la pena. Y sí. Estos cuatro años valieron la pena.

 

 

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