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Iain Sinclair: “Caminar la ciudad se ha convertido en un acto político”
La editorial Alpha Decay publica por primera en España al escritor británico de culto Iain Sinclair, cuyos escritos conectan política, magia, urbanismo y una voluntad revolucionaria de reescribir la Historia
MADRID // Poner un pie delante del otro, y así ad infinítum. El acto de caminar es en el caso del escritor y cineasta británico de culto Iain Sinclair un acto mágico y político al tiempo, el ritual del que emana una literatura poderosa y alquímica que lleva cuatro décadas trazando mapas que visibilizan las historias y las voces ocultas de su ciudad, Londres. Vinculado a través de las líneas vibratorias de la historia con las tradiciones de lo oculto que unen al mago isabelino John Dee, con William Blake, con Thomas de Quincey o Ballard, Sinclair asume el riesgo de batallar contra la manipulación y la infantilización de la Historia de parte de los poderes neoliberales y su apropiación de las ciudades. Lo suyo es magia blanca literaria contra la magia negra del Thatcherismo y sus tentáculos, contra la cultura corporativa y del espectáculo.
En España, el único rastro que había de Sinclair se hallaba escondido en las páginas del célebre cómic From Hell, de Alan Moore, donde sus investigaciones sobre la arquitectura oculta de Londres sirvieron al de Northampton de referencia y fuente. Este flagrante olvido, que desterraba a un autor de una poética irrefutable y de enorme influencia en las letras inglesas de las últimas décadas, lo acaba de subsanar Alpha Decay, que edita La ciudad de las desapariciones, un compilado de sus textos desde aquel seminal Nicholas Hawksmoor, sus iglesias de fines de los setenta, a sus escritos contra el hiper desarrollismo de los 2000, que le llevaron a convertirse en portavoz involuntario de la oposición a la algarabía Olimpista de Londres 2012: “No saben de la que se han salvado en Madrid”, dice.
Tras su paseo por Madrid, donde La Casa Encendida continúa mostrando sus trabajos cinematográficos juntos a Chris Petit, Sinclair está ahora en Barcelona, donde participará en una charla sobre sus conexiones con Sebald en la exposición que sobre el autor alemán ha organizado el CCCB.
¿Ha salido a pasear por Madrid? ¿Cómo es caminar por otro lugar que no sea Londres?
Sí, un poco. Salí a pasear casi la misma distancia y con la misma forma de mi itinerario diario en Londres. Se siente muy diferente. En vez de entrar al parque que suelo caminar cada mañana, me encontré con unos jardines a los que no pude entrar porque estaban cerrados a las 7 de la mañana, que es el horario en el que salgo todos los días antes de empezar a escribir.
¿Por qué esta rutina?
Empecé a hacerlo con mi mujer cada mañana pero ella finalmente lo dejó. Yo continué. Simplemente se siente bien, me conecta con la ciudad, me ayuda a clarificar las ideas y reubica mis energías para escribir. Se convirtió en un hábito y ahora lo hago donde quiera que esté, con la misma distancia y el mismo itinerario. Caminar es mi técnica de escritura.
Usted está dentro de una tradición de caminantes anglosajones, desde Thomas de Quincey a Dickens, y en la orilla americana, Thoreau, ¿se siente parte de esta banda de caminantes?
Es cierto, pero gran parte de la tradición de caminantes en Inglaterra tenía que ver con el campo, era una confrontación más propia del hombre romántico con la naturaleza. Es cierto que De Quincey era alguien que caminaba Londres, pero veía la ciudad como un laberinto, un paisaje donde perderse y dar rienda suelta a sus imágenes alucinatorias. Me gusta esa idea de perderme también. Esa idea de la deriva que viene del situacionismo. Pero otra opción es caminarla con un trazado e ir acumulando información y desvelando las capas de información que existen en la ciudad, estratos invisibles que recopilo. Una manera de hablar con la historia y la memoria.
En la compilación de sus escritos que edita ahora Alpha Decay, vemos una evolución en la manera en que camina Londres: de paseos menos restrictivos en los setenta, a una ciudad llena de obstáculos, prohibiciones, cámaras de vigilancia en la actualidad. ¿Caminar es ahora un acto más político que cuando empezó?
En efecto, caminar se ha convertido en un acto político. Empezó como una forma más romántica y poética de mirar a la ciudad y mantener un diálogo con la historia oculta de Londres, pero a medida que pasó el tiempo, cada vez se fue haciendo más difícil hacer esas caminatas. Los guardias de seguridad me empezaron a parar por hacer fotos en el parking de un supermercado, por ejemplo, mientras las cámaras de seguridad toman registro de todo lo que haces. La semana pasada mismo, caminando por el Támesis, alguien me recriminó que estuviera charlando en una zona donde había fuentes, porque eso pertenece a una compañía privada. Los espacios públicos en Londres están desapareciendo progresivamente y siendo privatizados por las grandes corporaciones. Así que el simple acto de poder caminar por donde quieras, se convierte en un desafío. A veces camino por una zona determinada solo para que me detengan como una manera de poner en evidencia la situación. Recientemente estuve caminando por las Docklands con una artista holandesa que hace su arte enteramente en torno a estos desafíos. Así que sacaba fotos cuando me estaban deteniendo. Hay mucha gente haciendo arte alrededor de estos temas.
…Hasta acabar convertido en portavoz del Anti-Olimpismo y de la oposición a la megalomanía urbanística.
En la época en que escribí el texto sobre las iglesias de Hawksmoor trabajaba de jardinero en esa zona y me autopublicaba. Eran pequeños textos para un pequeño grupo de gente, Peter Ackroyd lo leyó y a partir de ahí escribió sobre ello su novela Hawksmoor, o Alan Moore, From Hell. Era un asunto muy underground. Pero en los tiempos de las Olimpiadas y de lo que llamo El Gran Proyecto de reconstrucción corporativa de Londres, acabé convirtiéndome en un portavoz del antiolimpismo. Fue una posición muy rara para mí porque realmente no quería ser una figura política, sino solo un escritor que estaba contando lo que veía que estaba ocurriendo con Londres.
Me he movido poco a poco de esa posición, volviendo a mis influencias anteriores, y he regresado a escribir sobre mapas ocultos, lugares secretos con los que había empezado mis escritos. Acabo de terminar un pequeño libro sobre Gales, donde nací, y el año pasado publiqué un viaje sobre los Beats americanos, American Smoke. De alguna manera necesitaba escaparme de Londres y también de las publicaciones corporativas. El mundo editorial es, a su manera, muy industrial, de tal manera que acabas convirtiéndote en una marca, como le ha pasado a la psicogeografía que yo profesaba en mis inicios.
¿No quiere ni oír hablar de ella?
No es que esté harto de la Psicogeografía sino de la etiqueta que me han colgado. En los sesentas absorbí esas ideas que venían de París, del situacionismo, esa idea de deriva por la ciudad que se vincula también con los surrealistas. Llevándolo a territorio inglés, tiene que ver con Blake o Thomas de Quincey, y esa manera poética y sensorial de leer una ciudad, todo ese sistema de ángeles y demonios, de figuras mitológicas que son símbolos para descodificar historias ocultas. Más tarde, en el periodo de Margaret Thatcher, alguna gente, no yo, empezaron a usar la psicogeografía aplicada a Londres como una manera de parodia, usando esos métodos como una forma de ridiculización de cierta clase política de derechas. Lo que ocurrió es que de pronto cualquiera que estuviera escribiendo sobre una ciudad y recorriéndola a pie estaba haciendo psicogeografía. Empezó a ser una etiqueta perezosa.
La ciudad de las desapariciones nos habla de la memoria de una ciudad, de las historias ocultas por el relato oficial, en ese sentido, sus relatos desafían, desde la poesía y la estrategia histórica, la Historia que nos quieren vender como oficial.
El oficialismo y el neoliberalismo trata de consolidar su propia narrativa de la Historia. Los conservadores en Inglaterra están interesados en regresar a las narraciones de reyes y batallas. Y esto ha sido usado para su propio plan de reconstrucción física de la ciudad. Cuando construyen un nuevo bloque de edificios, se cuelga una placa que avisa de que ahí Charles II bla bla… o Charles Dickens bla bla… pero es un puñado muy estrecho de historias, una manera de darnos su visión estrecha del mundo. La labor de historiadores que han recogido visiones mucho más amplias, tomando en cuenta la oralidad y lo que está fuera del oficialismo, gente como el historiador marxista Raphael Samuel, han sido descartados por ser extraños e izquierdosos. De esta manera se ha construido un relato histórico que tiene mucho de un libro infantil ilustrado.
En cambio, usted ofrece el mapa de las desapariciones y los fantasmas de Londres…
Todas las ciudades y, en particular Londres, son lugares levantados sobre estratos de fantasmas. Esas huellas espectrales están ahí, a veces en libros que permanecen ocultos y que me dedico a rescatar, o en historias que te cuenta alguien y que es como un susurro de la ciudad. Yo acumulo todas esas voces. Publiqué un libro que se llama London: City of Disappearances (2006), una antología, que estaba construida sobre esos accidentes, esos otros relatos contados por músicos, poetas o gente diversa que van configurando otra ciudad, la ciudad de las voces y los lugares eliminados. Y en España, por supuesto, con la Guerra Civil, los ganadores escribieron la Historia, y todos esos cuerpos enterrados, esas historias no contadas configuran un territorio que está ahí, aunque no esté visible.
En España, muchos le conocimos a través de Alan Moore y su From Hell, que basó su cartografía del Este de Londres oculto en sus escritos…
Sí, toda la información sobre Londres que está en From Hell fue canibalizada de diversas fuentes, entre ellas mi texto sobre Hawksmoor, porque Alan no se mueve de Northampton. Tendrías que ver donde vive. Es una locura. Es como una casa de estudiante raro: paredes pintadas a mano, varitas mágicas que pertenecieron a Aleister Crowley, y el suelo es un mar de colillas, porque está fumando cantidades enormes de porros en todo momento. El mundo entero está en ese cuarto pequeño donde escribe. La única vez que lo persuadí de que viniera a Londres para dar un paseo hasta la tumba de John Dee, el mago y matemático de la era Isabelina, trajo una bolsa enorme llena de libros sobre magia, espejos… Le dije: no puedes llevar todo eso encima, ¡no puedes caminar con todo eso! ¡Alan nunca pasea! No tiene idea de lo que es. No es la manera en la que escribe, no lo necesita.
Pero ambos coinciden en la visión de la escritura como un acto mágico. Como lo vio antes Blake.
Sí pienso que la disposición de las palabras en una página hacen que algo pase, un proceso misterioso que a veces funciona y a veces no. Es una visión ritual de la escritura. Caminar es también un acto mágico, un acto ritual, donde puedes fijarte en las vibraciones de los lugares, donde suceden revelaciones que luego ensamblas y cocinas como si fuera una receta mágica que reconstruye historias. Pero Alan, Alan practica magia de hecho, hace conjuros, toma drogas que lo ponen en un estado de conciencia diferente, desarrolla un trabajo de magia que yo no. Los dos viajamos hacia el mismo lugar pero a través de diferentes métodos. Él acaba de escribir ese libro inmenso, Jerusalem, sobre Northampton, un libro que quería que tuviera el tamaño de la Biblia. Su plan era colocarlo en alguna iglesia en un atrio para que la gente se acercara a leerlo. Es genial.
¿Debemos recuperar la capacidad para inventar nuestros propios rituales en contraposición a los rituales impuestos por otros?
Eso es lo que pienso y lo que pensaba con firmeza en tiempos de Thatcher. Ella era como una bruja, succionando todas las vibraciones oscuras de Londres y creando ese microclima de fuerza maligna, que en gran medida destruyó la ciudad, así que para tratar con eso, era necesario practicar alguna forma de magia, que en mi caso tuvo que ver con aquella caminata loca que hice durante un año recorriendo la autopista M25 [el libro y el documental London Orbital nacen de ahí]. De alguna manera mi libro Downriver, donde recorro el Támesis con voluntad detectivesca para ver las huellas de lo que estaba pasando con la ciudad, tuvo un componente mágico: cuando acabé el libro, Thatcher fue expulsada del poder. No es que lo hiciera yo, obviamente, sino que uno se vuelve consciente de determinadas corrientes vibratorias, y de alguna manera hay revelaciones: en el libro está ese declive, producto del enorme poder que había acumulado y que acabaría por derrotarla.
Pero su herencia continúa…
Por supuesto, ahí está David Cameron y Tony Blair, construyendo muros para encerrar a la gente dentro. Todas sus mentiras, todo aquello de las armas de destrucción masiva. Todo eso tiene un componente mágico, una manera de verlo que va más allá del titular riguroso.
Es realmente desafiante mirar a la clase política en términos mágicos…
Sí, pero no se trata de que esos políticos vayan a sacrificar cabras, es una metáfora. Su mundo entero se basa en la manipulación, están creando un mundo oscuro, creando información para manipular a la gente. Es lo mismo que la magia negra. Y es poderoso que haya gente como Alan Moore, encerrados en un pequeño cuarto en Northampton, haciendo algún tipo de magia que tiene que ver con la imaginación humana, inventando otros mundos. Siempre ha sido así. Ballard por ejemplo, que hizo lo mismo de una manera diferente. Él anticipó las Docklands, exactamente donde se construirían todos esos bloques de oficinas y residencias de lujo sobre las antiguas dársenas del puerto de Londres. En su visión, la gente acababa comiéndose unos a otros, y ¿acaso no es lo que está pasando en el mundo de las finanzas metafóricamente? Ser capaz de predecir lo que va a pasar con los elementos del pasado y el presente es una especie de magia.
Usted escribió aquel famoso ensayo sobre las iglesias del arquitecto barroco Nicholas Hawksmoor, y la simbología arcana que esconden. En esos mismos términos, ¿qué lecturas en términos simbólicos nos brinda la arquitectura contemporánea, corporativa?
Pienso en eso continuamente. Pero es mucho más difícil de ver. Londres se definió en gran medida a través de esas iglesias, marcaba las áreas de convivencia de la población, eran los centros de poder, y las personas que no acudían a esas iglesias eran expulsadas. Sabemos que le pasó a Shakespeare por no acudir a la iglesia. Así que si miras a un mapa de Londres, entiendes cómo funcionaba, cómo se estructuraba la ciudad. Pero cuando sucede el gran incendio de Londres, en 1666, hay una oportunidad de hacer de Londres un tipo diferente de ciudad, más en la línea de ciudades más racionales como París. Wren realiza sus planos, pero no acaba de funcionar su idea, y acabamos por tener las iglesias barrocas de Hawksmoor, fuera de las murallas de la ciudad, en la zona del Este, donde nadie quería estar, la zona de los cementerios, de los muertos. Esas iglesias están totalmente codificadas, símbolos de influencia egipcia, llenos de detalles, de un poder simbólico rotundo. Pero ¿qué hay ahora? Tenemos edificios como The Shard, esa torre inmensa, la más alta de la ciudad, pero no es nada, es una suerte de estructura autorefleja y narcisista sin ningún contenido, vacía. Se supone que es “una calle en el cielo”, decían, pero no lo es porque no tienes acceso a ella, no puedes caminarla a no ser que pagues 30 libras para subir en el ascensor o que puedas pagar millones de libras por un apartamento. Así que esos son los sustitutos de las iglesias, pero no tienen ningún tipo de teología o conocimiento detrás, y tampoco tienen ningún sentido de comunidad.
¿Ha realizado algún tipo de ritual al respecto?
Lo que hice hace poco fue medir la altura de The Shard, y caminar la misma distancia alejándome de él para ver qué había. Aquello me llevó a la prisión de Marshalsea, que era la cárcel de los morosos, de los que no podían pagar sus deudas, y que fue privatizada para hacer negocio de ello. Es una prisión en la que fue encerrado el padre de Dickens. Ahora hay un parque, que tiene un muro donde estaba una placa que informaba de la historia de la prisión, pero con el desarrollo corporativo de la zona el muro y la placa han sido tapados, con lo que ese susurro histórico ha desaparecido. Es invisible. Todo esto tiene una resonancia mágica, el acto de caminar esa distancia me reveló una historia escondida que tiene resonancias en el presente. ¿Es eso magia o no?