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El periodismo y la perpetuación de prejuicios

La inmediatez y la rapidez nos llevan a menudo a perder la perspectiva y a caer en el error y en la perpetuación de los estereotipos, los prejuicios y los mitos infundados

Equipos trabajando en el lugar del accidente.

Inmediatez. Incertidumbre. Inocentes. Especulación. Racional. Prisas. Datos. Explicaciones. Desconocimiento. Dolor. Libre opinión. Incomprensión. Culpables. Soluciones.  El trágico accidente aéreo de Germanwings ocurrido el pasado 24 de marzo volvió a ponernos frente a frente con una realidad de la que nos parece imposible escapar. «Es más fácil desintegrar un átomo que superar un prejuicio». La famosa cita atribuida a Albert Einstein, la necesidad de información –aunque esta sea de escaso rigor y dudosa calidad- y la dificultad que tiene el ser humano para soportar la incertidumbre y vivir con aquello que no tiene una explicación aparentemente lógica y racional tal vez sean los motivos que están detrás del tratamiento informativo al que asistimos durante la intensa semana que siguió al suceso.

La sociedad del siglo XXI necesita respuestas y explicaciones inmediatas.Esta sociedad es a la par solidaria, generosa e insensible. La vida pasa deprisa. Pero la inmediatez y la rapidez nos llevan a menudo a perder la perspectiva y a caer en el error y en la perpetuación de los estereotipos, los prejuicios y los mitos infundados. Desde el momento en que tuvimos conocimiento de la fatal noticia, periódicos, televisiones, emisoras de radio, redes sociales, conversaciones de pasillo, hervían con informaciones sobre lo ocurrido apenas dos días antes.

Sin apenas tiempo para que se realizara la investigación sobre lo ocurrido -investigación, sea dicho de paso, que sigue su curso-, sin saber nada más que detalles sueltos sobre la vida privada y la salud –datos de carácter personal especialmente protegidos, cabe recordar- del copiloto del avión, los medios de comunicación concluyeron que la causa de la tragedia se encontraba en los supuestos problemas de salud mental del copiloto. Es triste comprobar que, a pesar de que somos una sociedad evolucionada, ante este tipo de sucesos caemos en el error de satisfacernos con la conclusión rápida, con la opinión infundada, con la información carente de todo valor y rigor, tanto periodístico como científico.

Tal vez sería oportuno que para próximas ocasiones en que los medios de comunicación tengan que informar sobre acontecimientos en los que no se encuentra una explicación causa-efecto –como es el caso ocurrido en el Instituto Joan Fuster de Barcelona, que estos días ocupa las mejores posiciones de todas las cabeceras e informativos-, tengan en cuenta que difundir masiva e indiscriminadamente conclusiones que no estén soportadas por datos contundentes perpetúa los prejuicios; que ningún estudio científico avala que los problemas de salud mental llevan a las personas a cometer actos violentos y que el error de vincular un trastorno psiquiátrico a la realización de un hecho que no comprendemos ha conllevado, y lo seguirá haciendo si no le ponemos remedio, un mal de tremendas consecuencias: el sostenimiento del estigma hacia las personas con problemas de salud mental.

El estigma, esa etiqueta con la que se marca a aquéllos de quienes nos sentimos diferentes, impide a las personas con trastornos mentales pedir ayuda y seguir un tratamiento por miedo a sentirse rechazadas. Hace sentir la exclusión social como un mal irremediable, le aleja del derecho de disfrutar de una vida plena y contribuye a la discriminación de las personas, un mal que entre todos nos hemos propuesto combatir.

Cuando se producen acontecimientos de estas características, antes incluso de que hayamos si quiera podido digerir la noticia, juzgamos a quien creemos es el absoluto y único culpable y nos preguntamos qué escondía su mente para hacerlo. Y una vez que comienzan a aflorar supuestas pistas que explicarían lo que nuestra razón no alcanza a entender, el tema deja de tener interés informativo. Y así es como consumimos noticias cada día. De esta forma es como nos hemos convertido en una sociedad cada vez más insensible con lo que pasa alrededor. Absorbemos lo que nos cuentan en la televisión, los periódicos y la radio sin tiempo para preguntarnos si esas explicaciones no serán precipitadas, si no estaremos contribuyendo entre todos a nuestra destrucción como sociedad reflexiva y humana.

En el caso del avión siniestrado, en sólo dos días se había alcanzado una explicación supuestamente válida –los problemas de salud mental del copiloto- con la que quedarnos tranquilos ante lo que no podemos entender. Impactada todavía por lo ocurrido, la sociedad encontró al culpable. Caso resuelto. Pero, ¿de verdad podemos quedarnos en esa superficialidad? Cabría reflexionar si los medios ejercieron algún tipo de auto-regulación a la hora de difundir sus informaciones y de hacerse eco de las noticias que llegaban principalmente de algunos medios extranjeros de marcado carácter sensacionalista y a la hora de escoger titulares y contenidos con los que, definitivamente, estaban desinformando sobre otro tipo de cuestiones que también tienen una notable presencia social.

Atónitos aún por la ligereza con la que se había diagnosticado esa supuesta depresión -un informe médico hecho pedazos, una formación temporalmente interrumpida muchos años atrás, una ruptura con la novia-, contemplamos el afloramiento de numerosas opiniones que, osadas, se lanzaban a extraer conclusiones sobre lo que pasa por la mente de las personas que en un momento dado de su vida tienen depresión o trastornos del ánimo. Parece que entre unos (los medios de comunicación) y otros (la sociedad) buscamos, nuevamente, la causa aparentemente lógica de aquello que no alcanzamos a entender.

En nuestro país hay más de un millón de hombres y mujeres con trastorno mental grave. Una de cada cuatro personas tendrá a lo largo de su vida algún problema de salud mental y un 75% de las personas con enfermedad mental afirma haberse sentido discriminada alguna vez en su vida. ¿Es esto lo que deseamos como sociedad del siglo XXI?

Laura Bolaños Muñoz es directora técnica de Comunicación, Imagen e Influencia Social de la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental -FEAFES)

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