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Lo femenino y el poder (reflexiones pre-electorales)

No sé por qué la mujer ha tardado tantos siglos en reaccionar, pero quiero creer que ahora, por fin, está habiendo un cambio paradigmático de la conciencia

Por Celia Pérez, socia usuaria de la cooperativa MásPúblico, editora de La Marea

La mujer es esencialmente conservadora de la vida y no destructora de ella. ¿No es acaso eso poder? No es poder de dominación, sino poder de vida. Me pregunto: si las mujeres hubieran venido ostentando durante milenios el poder político, ¿seguiría habiendo guerras? ¿Somos mejores las mujeres a la hora de gobernar? ¿Estamos dispuestas las mujeres a compartir y a enseñar lo gratificante que resulta compartir?

Lo Femenino y lo Masculino son cualidades atribuidas al ser humano según la diferenciación sexual. Y la mujer es evidentemente considerada como arquetipo de lo femenino. Sin embargo, hay estudios científicos recientes que demuestran que muchos comportamientos emocionales y sociales  vienen marcados por las hormonas (estrógenos o testosterona) y que estos niveles de hormonas no siempre se relacionan de forma igualitaria con la diferencia genital, hay mujeres que tienen más testosterona que muchos hombres y viceversa.

También femenino y masculino son adjetivos referidos a hábitos, roles y conceptos culturales que se clasifican como cosas o acciones atribuibles a un sexo determinado basándose únicamente en tradiciones y normas sociales. Y en estas definiciones de los adjetivos, se percibe una inmensa carga cultural de la supuesta superioridad que desde los principios de la historia se ha venido atribuyendo a los hombres. Sin ir más lejos, una de las acepciones que la RAE da a femenino es “débil o endeble” mientras que por masculino entiende “varonil (o sea, esforzado valeroso y firme) y enérgico (o sea, que tiene eficacia, poder y virtud para obrar)”. Entendiendo como superioridad, lo que también define la RAE como “preeminencia, excelencia o ventaja en alguien o algo respecto de otra persona o cosa”. Y eso sin olvidar que la palabra “hombre” es también un genérico.

Ahora parece que la pelota de la reivindicación está en el campo de las mujeres y, desde luego, no faltan motivos para que se nos desgarre el alma viendo tanta violencia de género impune y tantas injusticias domésticas, sociales y laborales. Y es que la mujer está obligada a vivir en un estado constante de demostración infructuosa: que si somos capaces de sacar iguales o mejores notas en los estudios, que si somos tan eficaces en la gestión o en la investigación científica, que si podemos batir cada vez más récords deportivos, etc. Porque lo malo es que el poder casi nunca es cedido voluntariamente, casi siempre hay que arrebatarlo. Y de momento estamos viviendo una loca carrera de las mujeres hacia una igualdad absurda de querer ser mejores que ellos, pero compitiendo con los mismos parámetros.

Y reclamamos, por derecho y justicia, gobernadores paritarios. Seguramente las mujeres no somos mucho mejores que los hombres, hace tan solo unos doscientos años que las hembras humanas hemos empezado a “despertar” y apenas unas décadas que hemos comenzado a ocupar un mínimo porcentaje de puestos equiparables a los de los hombres en la sociedad. Por eso todavía actuamos en muchos aspectos de forma similar a la de ellos, por mimetismo, por imitación de los modelos existentes y es que aun hay mujeres que dicen que “las cosas vienen siendo así y si no, no funcionan”. Y, para colmo de desgracias, ha habido a lo largo de la historia nefastos ejemplos de mujeres regias o dirigentes políticas que, a pesar de haber sido madres, de haber sentido lo que supone engendrar vida dentro de sus entrañas, han actuado de forma más totalitaria y destructiva que muchos hombres, propiciando matanzas y declarando guerras sin grandes escrúpulos.

Afortunadamente, la inmensa mayoría no somos ni Catalina de Médicis, ni Margaret Thatcher. Y tampoco Teresa de Calculta. La inmensa mayoría somos sencillamente mujeres y podemos llegar a tocar, sin necesidad de recorrer mucha distancia, lo más recóndito de nuestros corazones, capaces por sí mismos de llevar a cabo las más elementales transformaciones en una especie de alquimia psicológica, afectiva y emocional con poder para transformarlo “todo”. Y lo tenemos más fácil que los hombres porque, por naturaleza biológica, estamos muy cerca de la tierra, menstruamos cada mes y así recordamos la realidad de la especie, nuestra gozosa capacidad vital de perpetuarla.

Pero a alguien algún día se le ocurrió inventar uno o varios dioses, todos con características de hombre y se fueron creando unas normas que protegen esa masculinización de lo humano y de lo divino. Llevan siglos, contándonos que el hombre ha nacido libre y la mujer esclava pasiva y mera contenedora-objeto de las semillas de reproducción, maldecida y condenada a sufrir cada mes y en los partos. Y que eso, viniendo de dios, es intocable y no tiene posible transformación.

No sé por qué la mujer ha tardado tantos siglos en reaccionar, pero quiero creer que ahora, por fin, está habiendo un cambio paradigmático de la conciencia, creo que la mujer, a fuerzo de padecer sometimiento y maltrato, está empezando a darse cuenta de que la transformación es posible, que se puede cambiar “dominar” por “compartir”. Pero no basta con verlo, hay que llegar a sentirse capaz de lograrlo Y a continuación querer llevarlo a cabo, lo que también implica responsabilidad y compromiso.

¿Y qué hacen los hombres mientras? Es evidente que la mayoría no quieren perder los supuestos privilegios de poder y dominación que han tenido hasta ahora, sobre todo porque sin tales privilegios, no sabrían lo que hacer ni cómo comportarse, se desorientarían, pero ¿No hay hombres que estarían encantados de soltar cuerda? ¿No es una responsabilidad incómoda el rol de “solucionador de problemas sociales y políticos”? De hecho, muchos de los que ahora nos gobiernan no solucionan nada, sino que se limitan a amarrarse a su sillón de mando, mirando para otro lado y esperando que las cosas se solucionen solas.

Sin duda hay montones de hombres buenos, la mayoría, que desearían delegar y enriquecerse contrastando del lado de ellas y seguro que si lo probasen, incluso les gustaría. Porque el despertar de la conciencia no tiene por qué ser exclusivo de las mujeres, es extrapolable a los hombres y a la sociedad entera.

En conclusión, hoy por hoy, si puedo votar a mujeres, lo haré prioritariamente. Pero primero vigilaré que su mirada y sus palabras preconicen una auténtica transformación “a lo femenino”.

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Comentarios
  1. No estoy de acuerdo en esa visión tipo flecha en la que siempre ha estado la mujer en situación supeditada en un mundo de hombres,creo que es un análisis incompleto, ni siempre ha sido así, ni los dioses masculinos fueron los primeros,ni las causas han sido las mismas.Creo que no se debe reivindicar desde el aquí y ahora, sino desde el principio anterior a nuestra historia.

  2. Gracias Celia, votemos mujeres realmente deseen hacernos más justa y buena de vivir la vida. En las listas municipales hay buena muestra de ellas compañeras feministas transformadores.

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