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El plasma de la democracia
Crónica de una mañana en el Congreso
Crónica publicada en la sección ‘Acceso Restringido’ del número de diciembre de La Marea, que puedes adquirir en nuestra tienda virtual
Señores, señoras, la representación va a comenzar. Una ujier muy menuda desaloja a los fotógrafos con un movimiento de manos que parece que estuviese espantando moscas. “Venga, venga, ya está”, les dice plantada como un diminuto guardaespaldas delante de los asientos del presidente y la vicepresidenta del Gobierno. Rajoy se tapa la boca para hablar con Soraya. Enfrente Antonio Hernando, portavoz del grupo socialista, no puede evitar que se abra la suya en un bostezo. Son las nueve de la mañana. El repiqueteo de las cámaras se apaga, los periodistas salen y en el televisor de la sala de prensa contigua al hemiciclo se oye la voz gangosa de Jesús Posada: “Ocupen sus escaños, por favor”. Un rezagado acelera el paso escaleras arriba mientras el presidente del Congreso lee con aburrimiento la petición de retirada de una pregunta del orden del día. “¿Lo acuerda así la Cámara?”. Nadie contesta. Queda aprobada la moción por un silencio unánime. En el pleno no hay pleno. Algo más de media entrada, dos tercios. Empieza la sesión de control al Gobierno.
Joan Coscubiela, de la Izquierda Plural, es el primero en tomar la palabra. Tiene dos minutos. Las preguntas hay que presentarlas días antes por lo que el debate resuena como un recuerdo de las portadas de la semana pasada. Rajoy se levanta con un papel lleno de garabatos y tachones y contesta con una batería de datos sobre la recuperación que ya hemos oído otras veces. Muchos leen el guion que llevan escrito. El presidente ha tenido intervenciones menos rutinarias que ésta, sin duda. Aplauso fuerte pero no intenso de la bancada popular. “Hay una clá como en el teatro por la que se puede medir la temperatura del grupo respecto al orador”. Manu Jabois viene a cubrir para El Mundo las sesiones de los miércoles. Desde la tribuna superior de invitados y periodistas observa con David Gistau, de ABC, más los gestos que las palabras.
“Hay un lenguaje subterráneo de miradas, aplausos, ausencias y silencios que, a veces, dicen más que sus discursos. Tiene interés estético pero muy poco contenido político”. Rajoy contesta con mucho más colmillo al líder de la oposición, Pedro Sánchez. Con la última dentellada y el olor de la sangre, Soraya le jalea como un entrenador, con un golpe de cabeza. “Muy bien”. Ovación cerrada y muy larga que Posada, juez y parte, deja sonar hasta el final. Ahí termina la actuación del presidente por hoy. No son ni las 9 y diez.
Teatro, teatrillo, paripé. Son las palabras con las que describen la vida parlamentaria los periodistas del Congreso, incluso algún jefe de prensa de partido que no puede disimular su tedio. Casi todo está previsto de antemano, casi nunca hay sorpresas. “Tiene que ser un teatro, una representación atractiva del debate sobre los problemas que interesan a la gente. El problema es que no es atractivo porque el formato es insufrible”. Carlos Cué, del periódico El País, ha visitado otros parlamentos europeos y lamenta la falta de flexibilidad y fluidez del nuestro. En Inglaterra en una sesión puedes llegar a escuchar a 120 parlamentarios porque allí los turnos de palabra son muy breves. Pero están vivos. El speaker que dirige el debate tiene libertad para alargar el intercambio de golpes si el combate dialéctico está siendo interesante. Aquí pasan la mitad del tiempo de su intervención mirando de reojo al cronómetro de la pared como el “59 segundos” de la televisión. Analistas e incluso diputados en la cámara me reconocen que el reglamento actual impide que el debate levante el vuelo. Los intentos por reformarlo han fracasado. Cuentan que cuando Manuel Marín estuvo a punto de conseguirlo fue su compañero Rubalcaba el que lo impidió. Los partidos pequeños critican que los grandes, y especialmente el que gobierna, no quieren cambiarlo porque está hecho para minimizar los riesgos al ejecutivo. Para que el gobierno siempre gane.
Con estas reglas de juego, el presidente puede evitar las preguntas más incómodas, apenas tiene que comparecer si no quiere y tiene muy pocos debates realmente comprometidos en la legislatura. Es conocida la habilidad de Rajoy y Soraya para apartarse cuando no tienen nada que ganar en la disputa. Hoy la vicepresidenta tiene el viento a favor. Termina su respuesta al portavoz socialista con media sonrisa triunfal. Los suyos vitorean a su khaleesi y golpean hasta las balaustradas con estruendo. Por momentos, más que un teatro, recuerda a una jaula del zoo o a los tendidos broncos, malhablados y castizos de algunas plazas de toros. Todos recordamos el “que se jodan” de la popular Andrea Fabra y alguna vez se ha oído incluso un “cabrón” camuflado entre el griterío. Las cámaras han captado también a diputados y senadores pulsando el botón de voto con los pies o votando por otros compañeros. “Parlamentarios que cobran una media de 5.500 euros, entre sueldo y dietas, vienen de la cafetería sin haber oído el debate y votan lo que les dictan”, cuenta el jefe de Nacional de eldiario.es, Gonzalo Cortizo. Para eso siempre hay un compañero que levanta la mano con uno, dos o tres dedos extendidos para indicarles si tienen que votar a favor, en contra o abstenerse. Le llaman “el apuntador”. Otra vez como en el teatro.
Pocos improvisan el guion y cuando lo hacen, siempre se excusan diciendo que se han equivocado. No sólo el reglamento, tampoco la disciplina de partido permite muchas libertades. El 95% de los que discrepan, según Carlos Cué, no vuelve a ser incluidos en las listas en las siguientes elecciones. El que se mueve no sale en la foto. Por eso cuando salen en las fotos no son tanto ellos mismos sino unas marionetas del guiñol de su partido. “A veces dicen ante las cámaras lo contrario de lo que te han dicho en persona”, cuenta Jabois. Cué añade: “Los políticos españoles son mucho mejores sin micrófonos, son más conscientes de los problemas de la calle y más sensatos de lo que aparentan en público”. Es en el trato directo donde puede sacarse más información relevante. Durante un descanso en el que le sustituye Celia Villalobos, el presidente del Congreso aparece en uno de los salones seguido por algunos periodistas y compañeros de grupo. Posada explica su punto de vista respecto al reciente acuerdo entre PP y PSOE sobre los viajes de los parlamentarios. Cerca de allí, Martínez Pujalte ha reunido a otro corrillo. En la cafetería, algunos abordan a sus señorías con el café. El parlamento está más fuera que dentro del hemiciclo.
“De poco sirve la Cámara cuando lo más importante sucede en la M-30”. Cortizo me explica que la M-30 es el pasillo lujosamente alfombrado en el que la prensa espera la salida de los políticos para abordarles. Ahí se producen los famosos “canutazos” para la declaración oficial, pero también las conversaciones privadas, los apartados, las revelaciones, el trato personal del que puede salir información sensible o incluso alguna exclusiva. Como en todo mentidero, hay predilectos y apestados y confidentes del régimen. Según Carlos Cué, el acceso a los políticos es mayor que en otros parlamentos europeos. “Lo digo con la boca pequeña no vaya a ser que también lo limiten”, bromea. A muchos políticos les molesta. A primera hora hay poco tráfico en la M-30. Los diputados están en la Cámara y el pasillo tiene un aire desolado de soporífera espera. El suelo enmoquetado apaga los pasos y acolcha los susurros. En una mesa redonda, los periodistas que no han subido a la tribuna siguen el debate a través de una tele de plasma mientras miran internet y escriben en sus ordenadores. No es muy distinto a verlo en el interior aunque allí se aprecian mejor esos gestos y sonidos que definen el estado de ánimo de la clase política española.
Dentro también tuitean y muchos miran qué repercusión han tenido sus intervenciones en la Red nada más han terminado. En las últimas filas, algunos dormitan. Lo llaman “el valle de los caídos”, los sillones a los que envían a los que caen en desgracia o pierden poder en el partido. Cuando terminan los pesos pesados de la sesión de control, el pleno se va vaciando y la cafetería llenándose. Hoy ha sido un día flojo. Ni siquiera en el Manolo, el bar de enfrente del Congreso, donde suelen reunirse periodistas y diputados, hay ambiente. Nada que rascar. Se podría escribir la mayoría de lo que aquí pasa antes de venir, reconocen algunos periodistas. Termina la intervención de la vicepresidenta y se va junto al presidente sin ni siquiera esperar a las respuestas de sus ministros. En la sala de prensa, los cazadores salen a por la presa. El resto de la mañana el plasma se oye como un rumor confuso al que ya nadie atiende.
“El éxito de las tertulias es resultado del fracaso del Parlamento”, concluye Cué. Los periodistas persiguen a Rajoy por la M-30 para ver si dice algo. Cuando la situación para el presidente era adversa, ha llegado a escaparse por puertas traseras. En alguna ocasión, se han apostado los periodistas en las distintas puertas para pillarle. Parece que hoy no va a hablar pero casi en la salida, se para y regala a los cazadores un par de presas para el telediario y los boletines informativos. “El Congreso es un teatro dirigido por asesores para fabricar titulares”, me dice Cortizo. El presidente se gira camino del coche y deja atrás las preguntas que le gritan los periodistas. Son las 9:15 de la mañana.
Lo de taparse la boca cuando habla con Sor Aya es posiblemente por el hedor nauseabundo de su aliento.
Cuando trata de sonreír con esa mueca grotesca acompañada de la caída del párpado izquierdo hasta el zapato, se pueden observar algunas moscas saliendo del agujero.