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Falocracia, audiciones a ciegas y distribuciones binomiales
A raíz de la polémica por la falta de mujeres en el nuevo gabinete ejecutivo de Grecia, el autor se pregunta qué es lo que hay que tener para que Tsipras te haga ministro
Todos no tenemos lo que hay que tener para ser ministro. Vamos a imaginar: ¿qué le pedimos a nuestro ministro ideal? Yo le pediría capacidad y honradez. Y por capacidad entiendo: una inteligencia bastante por encima de la media, estudios superiores relacionados con su cartera, y actividad profesional extrauniversitaria relacionada con su cartera. Por honradez, un historial de haber podido aprovecharse para el propio beneficio y haber elegido el bien común. Seguro que se puede pedir mucho más, pero empezar por aquí igual no estaría mal.
¿Cuántos candidatos tenemos? En España, seguramente para cada ministerio tendríamos miles de buenos candidatos a ministro. ¿Os parecen muchos? Os explico mi estimación. Lo primero, la inteligencia, que, quieras que no, viene bien para equivocarte menos y para que te cunda más el tiempo. Digamos que de los 50 millones de españoles nos quedamos con el millón más inteligente.[1] ¿De estos, cuántos tendrán estudios superiores y una actividad profesional extrauniversitaria relacionada con alguno de los ministerios? No todos (los niños, por ejemplo, no sirven), pero muchos. A ojo de buen cubero, pongamos «cientos de miles», y, si los dividimos por especialidades, esto es, por ministerios, a cada cartera ministerial le pueden tocar «decenas de miles». ¿Y la honradez? Digamos que nos conformamos con el 10% más honrado de quienes son inteligentes, formados y con experiencia: seguimos teniendo -siempre a ojo- «miles» de candidatos para cada cartera ministerial, que tienen lo que hay que tener.
Ahora nos vamos a poner, porque sí, un requisito adicional: que sea nacido en Madrid. A bote pronto, nos ventilamos a 6 de cada 7 candidatos. Aun quedará talento y honradez de sobra para elegir, pero parece un desperdicio absurdo, ¿no? Vale, pues no lo hacemos. Un juego, entonces: si la persona que elige a los ministros no tiene en cuenta si has nacido en Madrid (esto es, si lo que hay que tener para ser ministro no está relacionado con nacer en Madrid), ¿qué probabilidad hay de que todos los ministros sean de Madrid? ¿Y de que no lo sea ninguno?
Si nacer en Madrid no influye en la decisión, esto es como lanzar un dado, luego podemos aplicar las herramientas de la estadística. De hecho, a la hipótesis de que nacer en Madrid tenga una influencia nula sobre ser elegido ministro, la llamaremos precisamente «hipótesis nula». Y para resolver estas dudas, y muchas más, la estadística aporta la distribución binomial, y, en particular para el supuesto de que haya un número alto de candidatos, la distribución de Poisson. En palabras llanas, nos da, para un experimento aleatorio de sí/no repetido varias veces, la probabilidad de obtener un número concreto de resultados positivos y negativos. Vamos a ver los resultados para este caso concreto:
ministros madrileños | probabilidad |
0 | 14.6% |
1 | 28.1% |
2 | 27.0% |
3 | 17.3% |
4 | 8.3% |
5 | 3.2% |
6 | 1.0% |
>6 | 0.4% |
¿Qué significa esto? La estadística no nos dice nada sobre la realidad. Sí que nos dice, en cambio, cómo de frecuente sería lo que ha ocurrido en la realidad si las reglas que hemos metido en el modelo fueran reales. En ese caso, tener cuatro ministros sobre 14 nacidos en Madrid, si ser de Madrid no fuera parte de lo que hay que tener para ser ministro, sería algo poco común, pero no muy exótico. Esto es lo que tenemos en España ahora mismo. En cambio, tener siete ministros madrileños, como teníamos al principio de la legislatura, sería tan poco frecuente que empezaríamos a pensar en si es estadísticamente significativo, esto es, si sería razonable dudar de la hipótesis nula. Lo dejamos como ejercicio, pero el siguiente paso es irse a las legislaturas anteriores para tener más datos y poder empezar a hacer estadística de verdad. La estadística no da la respuesta sobre el motivo, al menos no sin más datos, pero podemos imaginar que quien nace en la capital tiene mayor probabilidad de acabar conociendo a la gente adecuada para triunfar en política.
Vale, y ahora que hemos explicado lo de las distribuciones binomiales o de Poisson con un ejemplo, ¿qué ha pasado con Tsipras? Un gabinete de 11 ministros no tiene ninguna ministra. ¿Qué es lo que hay que tener para ser ministro en Grecia? La que sigue es la distribución de probabilidades, suponiendo que el género no está entre los requisitos:[2]
ministras | probabilidad |
0 | 0.3% |
1 | 2.0% |
2 | 5.6% |
3 | 10.5% |
4 | 14.9% |
5 | 16.9% |
6 | 15.9% |
7 | 12.9% |
8 | 9.1% |
9 | 5.7% |
10 | 3.2% |
11 | 1.7% |
De nuevo, vemos que el número es llamativamente bajo, y pareciera que, efectivamente, lo que hay que tener para ser ministro en Grecia es un cromosoma Y. Más allá de otras consideraciones más importantes, de nuevo, qué desperdicio de talento, cerrarnos a la mitad de los candidatos válidos.
Ante las previsibles y conocidas reclamaciones en contra de la discriminación positiva y las cuotas («Si un hombre está más preparado, ¿qué le vamos a hacer?»), creo interesante leer el artículo de divulgación Prejuicios ciegos (en inglés), y/o el artículo de investigación en el que se basa, Orquestando la imparcialidad (también en inglés). Goldin y Rouse cuantificaron entre un 30 y un 55% la medida en el que el aumento de la proporción de mujeres en las orquestas de música se debía a las audiciones a ciegas (evaluaciones en las que se escucha la música sin ver a la persona). Esto es: hay muchas causas de que haya más mujeres en las orquestas que hace unas décadas, pero, de todo el aumento, entre una tercera parte y la mitad se puede atribuir a que quienes las contratan no saben si son mujeres o hombres. Demostraron así que, al menos en este contexto, solo somos capaces de apreciar que una mujer está más preparada que un hombre si no sabemos que es una mujer. Un estudio similar muestra que se evalúa más positivamente un mismo currículum si el nombre que figura en la parte superior es masculino. Sin duda, esto es solo un aspecto en un problema social amplio y complejo, pero es un aspecto a tener en cuenta, especialmente por aquellos optimistas que piensan que en el feminismo ya está todo ganado y que, si acaso, hay que preocuparse de lo que ocurre en otras culturas.
[1] Un millón de 50 es 2% de la población, que es lo que los psicólogos califican de superdotación intelectual. Si no pedimos tanto, todavía más fácil, más gente para elegir.
[2] Para la distribución de población por género en Grecia he cogido datos de mayores de 15 años de la wikipedia, que a su vez vienen del CIA World Factbook.
Buen artículo. Sin duda el género influye en la decisión, pero es fundamental atajar ese problema correctamente. ¿Se soluciona la cosa forzando la discriminación positiva (forzar que haya tantas mujeres)? Bueno, se soluciona el aspecto numérico, superficial; pero no se resuelven realmente las causas. Hay que preguntarse, y animo al autor a meterse en ello: ¿analizamos en qué pasos, de la cuna al ministerio, se discrimina por género? De nuevo, gracias por un buen artículo.
Coincido con David, al menos en parte. El problema, además de muy grave, es de enorme extensión y complejidad, y por ello su resolución es de enorme dificultad. No hay soluciones simples. Ahora bien, no tener una solución sencilla no nos quita la responsabilidad de ponernos manos a la obra, en todos los niveles a la vez si es posible.
A mi entender, una actitud útil es, en cada momento y en cada situación, hacer un esfuerzo por ser conscientes de las relaciones de poder, y de las características del privilegio (y la opresión) propios, y del privilegio (y la opresión) ajenos. Para el problema de género y para los otros, claro. Y, dándonos cuenta de lo mal que estamos, no tener miedo a probar soluciones que no sean ni perfectas ni finales.
En relación con la iniciativa relacionada que se recoge también en La Marea, el «No sin mujeres», me permito recoger un par de anécdotas personales.
La primera, en Spartacus Books, la librería radical y centro social de Vancúver, sin jefes ni ánimo de lucro, gestionada asambleariamente por un colectivo del que formé parte durante tres años. Nos reuníamos casi todos los meses, a veces, cuando no había ninguna urgencia, venía muy poca gente, y decidíamos que eso no contaba. A una de las asambleas no vino ninguna mujer, y de forma espontánea y natural decidimos que aquello tampoco contaba como asamblea: no por nada de cuotas, sino porque nos parecía que no tenía ningún sentido ser tan anarquistas y tan feministas y tomar decisiones en una asamblea que era un reflejo del heteropatriarcado.
Similarmente, en Guanyem Benetússer hasta la semana pasada hemos estado a un paso de ser, no un grupo de personas, sino un grupo de hombres. En este caso había mucha menos sensación de urgencia, pero al menos yo sí percibía que el proyecto estaba a un paso de hundirse, porque ¿qué sentido tiene hablar de participación, horizontalidad, justicia social e igualdad, y ser un grupo de hombres? Afortunadamente ya no estamos en eso.
¿Hacen falta listas cremallera, o forzar cuotas? No son una buena solución, pero si hay personas a las que les sirven para darse cuenta de que su organización o su sociedad tienen un problema de primera magnitud y que ha de ponerse las pilas, quizá son mejor que cerrar los ojos.
Un error y un añadido:
1) El error: en el gabinete no son 13 ministros, no 11. Esto no cambia lo esencial del resultado: la probabilidad esperada de que, sin tener nada que ver el género, haya exactamente cero ministras, es del 1 por mil.
2) El añadido: ahora se habla ahora de que en el total del gabinete hay 6 mujeres (y 35 hombres). Esto, aunque sorprenda, tampoco cambia lo esencial del análisis estadístico realizado.
Aquí hay que darse cuenta de que, como en el lanzamiento de monedas, cuantas más veces repites el experimento más cerca has de estar, en promedio, del resultado esperado por la estadística. (No es igual sacar 3 caras seguidas que 30).
La probabilidad esperada de que, sin tener nada que ver el género, haya 6 o menos mujeres en un grupo de 41 personas, es menor que el 1 por mil. Esto es, no es menor prueba de desigualdad, en este caso, 6 de 41 que 0 de 13.
Que sí, que la lógica está muy bien, pero tu argumentación toma una premisa errónea, y es que la distribución de la que se parte es uniforme. Pista, echa un vistazo a cualquier ámbito y profesión mínimamente basada en talento y competitividad, y observa qué género predomina entre los que destacan, ya sea para bien y para mal. Las mujeres en cambio son mayoría en profesiones en las que lo que importa es el número de plazas a llenar, y no el lucimiento personal. Y esto es porque las propias mujeres lo quieren así, y porque una cosa es la realidad, y otra el mundo de fantasía en el que se ha instalado la izquierda política. En el tiempo de las sufragistas, a las mujeres no se las quería dejar votar, no por ser mujeres, sino por tener el nivel cultural y mental de un niño, por lo que su voto sería absolutamente desinformado, y no digamos si las pusieran a dirigir empresas por el mero hecho de ser mujeres.
Lamentablemente, en España votamos lo que nos dice un canal de televisión, que ya hicieron una prueba primero con el chikilicuatre para ver cómo de imbéciles y manipulables eramos, y les sorprendimos con creces. La gente pensante hace ya tiempo que se fue, al ver que aquí se premia al vago, al maleante, y al inútil.
Con ministras de cuota sin estudios es como Zapatero se cargó el país.
Si hay mujeres preparadas, déjenlas gobernar, pero por tener preparación, y no por ser mujer. Curiosamente, suelen ser los partidos conservadores los que tienen lideresas muy capaces y sin necesidad de hacer gestos vacuos de cara a la galería como hacen los fariseos de los «progresistas». Y a su vez, son las mujeres políticas las que levantan el odio más visceral por parte de las izquierdas, más que a ninguno de sus colegas masculinos: Aguirre, Carrasco, Cospedal, Thatcher, Merkel, Rosa díez, etc. Parece deporte nacional de la izquierda insultar a las mujeres todos los días, y el feminismo las trata como si fueran retrasadas mentales.
Alguien me explicó hace poco que el color morado que forma parte del emblema de Syriza era una representación de la importancia de la mujeres en esa formación!!! ¿Para limpiar despachos, llevar cafés, atender otras necesidades masculinas acaso? Pero claro, nosotras no tenemos que preocuparnos. Es bien sabido que «Grecia no es España».