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¿Ciberdemócratas de palo? Prácticas políticas en red

El autor reflexiona sobre la irrupción de la tecnología en la práctica política

Desde siempre, la práctica política ha estado condicionada por formalismos. Protocolos prefijados de antemano que marcaban los modos y esquemas para la participación. Al igual que en una boda los invitados se endomingan para disfrutar del banquete, la democracia representativa reserva ciertas ceremonias para los gobernados. A través de las elecciones, la ciudadanía se implica y participa oficiosamente. Incluso para aquellos que se oponen a llevar corbata o tacones, el sistema reserva “la etiqueta de la disidencia” en forma de movimientos sociales o prácticas alternativas e informales de participación. Todo medido y estudiado. Los novios se dan el sí quiero, los gobernantes celebran “la fiesta de la democracia” y ambos, novios y representates políticos, son felices y comen perdices.

Sin embargo, la medida de los tiempos somete a cambios a toda institución. Si en los banquetes nupciales se ha relegado al más profundo de los silencios a manjares como el cóctel de marisco con salsa rosa, la irrupción de la tecnología ha modificado partes de la cómoda democracia. En este contexto, todo aquello disfrazado de ciber (ciberpolítica, ciberdemocracia, cibercampaña) se somete a dos enfoques que transitan entre los que inciden en la revitalización de la cultura política y los que destacan la degradación de la esfera pública surgida en un contexto digital. En definitiva, estaríamos ante una controversia similar a la que establecen quienes piensan que una boda “moderna” en la orilla del mar es tan, o más bonita, que un enlace tradicional por la iglesia.

Para los más optimistas, la práctica política en la red revitaliza modelos de información y acción colectiva. La desafección de la ciudadanía por la política convencional y sus gestores encontraría un enemigo en internet al surgir actividades digitales que revitalizan la vida cívica: acciones sin tantas restricciones (de esfuerzo, tiempo o acceso de información), y formas de participar más flexibles, dinámicas y horizontales con sujetos autónomos y sin tantas dependencias de actores y nodos tradicionales. Así, frente a las injerencias de ciertos familiares y amigos empeñados en someter el enlace a ritmos tradicionales, los novios se emanciparían de su papel asignado. Nada de velos, rituales católicos, canapés y prendas azules, viejas y prestadas.

Sin embargo, la sombra de los agoreros planea sobre estas formas de participar en red. En el papel de “invitados incómodos al enlace” encontramos varias amenzas que confirman que la versión digital de la política es mucho más pobre y limitada que la analógica. Uno de esos inconvenientes reside en la pérdida del denominado capital social. Actuar y participar en política a través de internet establece lazos débiles que restan cohesión a las comunidades. Acudir a una manifestación o participar de una asamblea fomenta un sentimiento de pertenencia que a la larga se convierte en cooperación y solidaridad. ¿Pero esto se da cuando firmamos una petición vía internet o tuiteamos una manifestación? El significado de la ceremonia tradicional no es sólo el de sellar oficialmente el compromiso. Implica que los invitados comiencen a establecer vínculos entre ellos, que se tomen cañas tras la ceremonia y generen confianza. Compromisos que a lo largo de todo el evento formarán una identidad colectiva, un todo, más allá de la separación entre invitados del novio y de la novia. Cuando el enlace se acabe, muchos de estos vínculos se mantendrán, hasta el punto de que de “unas bodas saldrán otras”.

De igual modo, y como otra amenaza a la luna de miel de la política digital, habría que preguntarse si este tipo de acciones provocan un activismo de segunda categoría. Frente a la voluntad de cambio social de la militancia convencional, las prácticas políticas exentas de riesgos y sin excesivo esfuerzo que se producen en la red pueden derivar en acciones “hiper-rápidas” en las que se prima la expresión estética y la movilización frente a la reflexión. El resultado serían actos sin incidencia política e imposibles de integrarse en las vías institucionales de participación. Residuales en términos de presión y fiscalización de los gobernantes, pero preciosas, rápidas e instantáneas. Mucho marco incomparable, mucho desplazarnos hasta el fin del mundo para casaros, pero poco amor.

En definitiva, cualquier aproximación a las prácticas digitales en la red está plagada de matices, posiciones a favor y múltiples controversias. Tal vez haya llegado el momento de interpretar y celebrar lo que nos plazca. Participemos en política a través de la red y fuera de ella (si aún podemos establecer esta distinción). Disfrutemos de las ceremonias sean dónde y cómo sean. No juzguemos a nuestros amigos progres por desposarse en una fiesta de disfraces, ni a nuestros colegas más conservadores porque nos obliguen a ponernos la corbata y acudir a la iglesia. No pensemos que la verdadera política tiene una sóla cara formal y convencional. Tal vez, sólo cuando integremos en la acción política recursos entretenidos, flexibles y expresivos comience a repartirse el pastel de la participación. Abramos la espita de las prácticas políticas híbridas, combinando escenarios digitales y “analógicos” en los que las redes sean las plazas y las calles los nodos. Porque en democracia, como en el amor, la importancia no está en la cantidad de los apoyos si no en la calidad de los procesos. Ah….. ¡Y que vivan los novios y las novias!

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José Manuel Sánchez Duarte (@maguduarte) es profesor de opinión pública y comunicación política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Doctor en Comunicación (URJC), Doctor en Ciências Sociais (especialidad Política / PUC-Sâo Paulo) y postgraduado en investigación social aplicada y análisis de datos (CIS). Coordina el Máster en comunicación, cultura y ciudadanía digitales y forma parte del Grupo de Investigación en Ciberdemocracia.

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