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Las ONGD en tiempos de cambio

"Es hora de cuestionarse el modelo de cooperación imperante en este país y el modelo de ONGD que en parte lo vehiculiza", defiende el autor

Un sanitario de MSF ausculta a un bebé en Níger. Juan Carlos Tomasi/MSF

Luis Nieto*// La cooperación al desarrollo es como una cebolla construida en capas que cuando la abrimos nos hace llorar. El núcleo duro se concentra en las capas internas de la geopolítica y de la política económica global; en las capas externas, su parte más visible, el envoltorio de la propaganda que vende el producto. Y mientras la historia de la cooperación internacional nos remite a la caridad, a despojarnos de lo sobrante, casi nunca lo hace al acompañamiento de procesos políticos y sociales que atajen las causas estructurales de la pobreza.

La crisis también hace tambalear al mundo de las organizaciones no gubernamentales para el desarrollo (ONGD), y a algunas personas les invade el desasosiego. Porque si la cooperación al desarrollo se vacía y comienza una crítica tanto a sus objetivos como a sus prácticas y, en resumen, a su misma esencia, entonces hay quienes creen que sin este instrumento hay que renunciar a “cambiar el mundo”. Al mismo tiempo, los medios de comunicación nos bombardean con los dramas de los países del Sur —enfermedades, catástrofes, hambrunas, etc.— y nos ofrecen como única salida posible para responder a tanto desastre la cooperación internacional, vía ONGD. Ante ello, la mala conciencia y la necesidad de responder a tales dramas humanos nos encamina a apuntarnos en el mercado de las “ofertas de cooperación”: unos por razones profesionales, otros por razones morales y otros por razones de estrategia política. Y cualquier crítica a este modelo es tachada de insolidaria y carente de alternativas. Pero, aún así, nos preguntamos si es posible un modelo de cooperación que no sirva al sistema, sino que se constituya en una pieza para cambiarlo. ¿Hay resquicios por los que se puedan colar políticas alternativas de cooperación?

En este momento, los discursos morales son bienes en alza y sirven muy bien a grupos y organizaciones de distinto signo. Así, se erigen en el activo principal de muchas ONGD a la hora de captar fondos, pero son inocuos para transformar el entorno y, además, fácilmente utilizables como valor añadido en el ámbito económico. Dado que en nuestra sociedad cualquier valor moral se nos presenta recluido en el espacio de lo personal, este sólo puede provocar cambios individuales: de mentalidad, de conciencia… En esta línea, la participación en las ONGD supone una decisión individual que tiene que ver con el uso de la libertad de cada quien para mantener un “compromiso solidario”. Desde esta perspectiva, los actos solidarios de las personas no se ponen en correspondencia con las consecuencias ni con los mecanismos que los hacen posible. Sólo para un reducido número de personas existe conflicto cuando parte del dinero de Bill Gates, La Caixa, Telefónica o el Banco Santander se destina a cooperación. La procedencia o relevancia de esos fondos para transformar la realidad de los países del Sur se convierte así en una cuestión secundaria que no invalidaría el acto solidario. Y la estrategia de mercado basada en el “marketing social” para lavar su imagen, creando una pantalla de solidaridad sin variar sus prácticas, parece darles resultado.

En estos días del nuevo año pudimos observar que, al igual que mucha gente pareció olvidar la crisis en la que vivimos y asaltó las grandes superficies, restaurantes y fiestas navideñas, también aumentaron los anuncios y galas solidarias que se sumaron al ejército de jóvenes que nos abordan en las grandes ciudades para que nos hagamos socios de alguna ONGD de la cual ignoran sus derechos, aceptan cualquier tipo de contrato y en la mayoría de los casos no participan. Y es que muchas ONG se comportan como captadoras de recursos, los cuales concentran, gestionan, distribuyen y venden envueltos en su política de marketing. Su evolución hacia la lógica empresarial es evidente, y la práctica de competir por un mercado de “donantes solidarios” y de subvenciones institucionales se convierte en una de las columnas principales de su existencia.

Es cierto que ahora abundan las tesis sobre la crisis de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) y hay quienes se aventuran hasta a hablar del fracaso de la misma en los países de la OCDE, como si alguna vez hubiera tenido la pretensión de impulsar el desarrollo humano sostenible. Hace unos días, por poner un ejemplo concreto, la crisis del Ébola nos devolvió a la realidad: la UE ignoró la situación y únicamente se preocupó cuando el virus llegó a nuestro país y afectó a personas con DNI español. Los estadounidenses hicieron lo mismo, pero además enviaron militares a los países afectados; por el contrario, un pequeño país como Cuba, sin población afectada, envió a miles de personas cualificadas en sanidad. Sobran más palabras.

Es hora de cuestionarse el modelo de cooperación imperante en este país y el modelo de ONGD que en parte lo vehiculiza. Igualmente, es urgente llevar a cabo una revisión integral de cómo hemos entendido hasta ahora la cooperación, analizando qué ha sido positivo y qué no. Eso sí, no son buenos tiempos para ejercer el análisis, la crítica y la investigación: el espíritu de cuerpo y la subsistencia del sector predominan, aunque el envoltorio ofrece una mejor presentación y a ello ayudan las nuevas tecnologías y el mito de la modernidad.

A la mayoría de las ONGD el contexto actual les ha cogido con el pie cambiado. Una gran parte de la ciudadanía, que canalizaba a través de ellas sus inquietudes solidarias, ha trasladado las mismas a los movimientos sociales y los partidos políticos, cuestionando su viabilidad y razón de ser. Así, su influencia social decae a pasos agigantados y genera desconcierto y angustia en el sector. En todo caso, debemos ser justos y señalar que algunas personas están tratando de situar al sector de las ONGD en otras coordenadas, pero no parece que la mayoría esté dispuesta a apoyarlas. En general, el sector se ha reestructurado, espera mejores tiempos y el planteamiento de un modelo transformador no está en su hoja de ruta. Cuando es el momento de avanzar hacia nuevas agendas integrales que estén dispuestas a arriesgarse a cambiar los valores y las lógicas políticas, técnicas y administrativas, que lleven a proponer la posibilidad de un potencial transformador en las ONGD, pareciera que el sector se mueve a la deriva en medio de la tormenta y sin otear el puerto de llegada de acuerdo a los tiempos que corren.

 *Luis Nieto es coordinador de la Asociación Paz con Dignidad

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Comentarios
  1. Hace tiempo que entendí que el trabajo de las ONGsD es como poner parches a un traje que se rompe por todas partes.
    Este sistema depredador regido por seres inhumanos es el problema.
    La sociedad tenemos gran parte de responsabilidad en la situación mundial pues la podríamos cambiar simplemente no cooperando con un sistema así. Simplemente dejando de alimentarlo con nuestro consumo moriría de muerte natural.
    Consumo responsable y, como dice Jordi, beneficiar a empresas y empresarios éticos.

  2. Interesante y no tan novedosa reflexión.
    Cada vez estoy más convencido de que el consumo local y consciente son una buena forma, junto con la actividad social y política transformadora, de desmontar el saqueo que tienden a hacer nuestras transnacionales.
    Si, en vez de tener mis ahorros en Caixabank o el Banco de Santander, los tengo en Coop57 o Fiare, colaboro aquí a laborar un tejido económico responsable y les quito fuerza de saqueo y lavado de imagen a los primeros.
    Lo mismo se puede aplicar en el ámbito de la energía Endesa, Iberdrola vs Som Energia y similares), la telefonía (Telefonía vs Eticom), alimentación…
    Vaciar de poder los mecanismos de saqueo puede ser mucho más efectivo que darles limosna a la gente de la periferia.
    Asimismo, dejar de saquear sus recursos y tierras les facilitará que las utilicen para su soberanía como pueblos.

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