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27-S: ¿fin del relato?
"El relato de CiU no ha sido una construcción diseñada para ampliar la hegemonía del independentismo, sino para mantener la hegemonía política de un partido en decadencia", sostiene el autor
El próximo 27 de septiembre, los catalanes iremos a votar a nuestros representantes en el Parlament de Catalunya, la tercera vez en cinco años. El Gobierno de Artur Mas, que se autobautizó como “Govern dels millors” (Gobierno de los mejores) cuando desbancó al Tripartito de izquierdas en 2010, no ha acabado ninguna de las dos legislaturas en las que ha gobernado, ésta última con el apoyo de ERC y con la independencia como hilo conductor abrumador desde el 11 de septiembre de 2012. Pongamos como ejemplo de la gestión de esta corta segunda legislatura que en 2013 sólo se aprobó una ley en el Parlament. Sí, 1.
El Gobierno de CiU, de corte neocon, ha contado con el apoyo del “líder de la oposición”, Oriol Junqueras, y de su partido ERC, a cambio de llevar a Cataluña a un proceso de independencia que pasaba por celebrarse una consulta vinculante el 9 de noviembre de 2014, que acabó convertida en un acto de desobediencia civil de 2,3 millones de catalanes que demostró que, a pesar de 2 años de monotema en la agenda política y mediática catalana, no habían podido movilizar a la mayoría de los catalanes. Encuestas posteriores como la del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat de Catalunya visibilizaron que, pese a la hegemonía del relato independentista, el proceso había perdido apoyo (el 45,3% votaría en contra de la secesión por un 44,5% a favor).
En parte debido a esta falta de apoyo social de la “otra Cataluña” al proceso del 9-N, sumado a la aparición en las encuestas de Podemos -que podría ganar unas elecciones generales en Cataluña y situarse como tercera fuerza en las catalanas-, el relato –es decir, la construcción mediática del discurso pro-independentista- se desinfló en diciembre. Así, en los últimos dos meses y medio hemos asistido a un intercambio dialéctico entre CiU y ERC, con la Asamblea Nacional Catalana por medio, con momentos delirantes y esperpénticos que resultaban insultantes para un país que vive una crisis económica que ha golpeado a las clases medias y ha noqueado a las clases populares, que además sufren unas políticas de recortes sociales de “austericidio”.
El 9-N visualizó una Cataluña hegemónica (que no significa la Cataluña mayoritaria): sí. Pero también otras Cataluñas que no tienen ningún protagonismo en “relato del proceso soberanista” construido desde el Gobierno de Artur Mas. Porque Cataluña es una de las sociedades más complejas no sólo en Europa sino en el mundo, una complejidad que se traslada al Parlament de Catalunya, donde hay nueve partidos políticos (a la espera de un décimo, Podemos) de todo color ideológico e identitario (españolismo, liberalismo, ecosocialismo, asamblearismo anarquizante, democraciacristiana, conservadurismo, catalanismo, federalismo, separatismo…).
Especialmente estos dos últimos años, el relato sobre la independencia de Cataluña ha eclipsado cualquier otro debate político, económico o social. Todo se ha canalizado a través del relato al cual Iniciativa per Catalunya Verds y la CUP se sumaron al firmar el 12 de diciembre de 2013 el Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, una foto con Joan Herrera a la que la presión político-mediática arrastró a los ecosocialistas y que, tras la foto del Pacto de Unidad de este 14 de enero, se muestra como uno de los errores estratégicos que ICV-EUiA puede pagar muy caro en las próximas elecciones al Parlament y al Congreso.
Porque el relato de CiU (con sus otros dos protagonistas, ERC i ANC) no ha sido tanto una construcción diseñada para ampliar la hegemonía del independentismo en Cataluña –como se vio el 9-N-, sino para asegurarse mantener la hegemonía política de un partido en decadencia que se está refundando como Partido del Presidente, aún más a partir del 10 de noviembre al ser capaz Artur Mas de instrumentalizar a su favor el éxito entre el mundo independentista. Y el relato también ha servido como cortina de humo para tapar las políticas de CiU y ahora para evitar que en los próximos nueve meses, y más cuando entremos en campaña, lo social tenga protagonismo y el debate continúe situado en el eje identitario España-Catalunya y no en el ideológico Derecha-Izquierda.
¿Qué puede pasar el 27-S? Elegir esa fecha no tiene nada que ver con un acto de homenaje de Mas a la fecha en la que firmó el decreto de convocatoria del 9-N, sino con recuperar el clímax independentista con un inicio de campaña que coincidirá con el 11 de septiembre. Sin embargo, movilizar al electorado independentista está asegurado. La clave estará en saber si el electorado que tradicionalmente se abstiene en las elecciones autonómicas (mayoritariamente castellanohablante y de sentimiento identitario menos catalanista) esta vez sí llegará a movilizarse (si el clima político se españoliza con unas elecciones generales próximas). Esta es otra de las incoherencias tanto de CiU como de ERC y la ANC: llevar las elecciones catalanas a las vísperas de las generales españoliza las primeras, y esto es precisamente lo que ERC y la ANC querían evitar, y por ello mismo exigían elecciones en marzo. Al final han cedido ante Mas.
Parece más que probable que CiU y ERC ganarán las elecciones –queda por saber quién será la primera fuerza- pero está muy poco claro que sumen mayoría absoluta, y menos aún que sumen a la “hoja de ruta independentista” a una CUP a la que han dejado tirada con el Pacto de Unidad del 14 de enero y a una ICV que se tendrá que recolocar en un relato propio que pase por enfatizar lo social y defender su federalismo –escondido por la ridiculización a la que ha sido sometido dicho concepto en los últimos años desde la órbita independentista- sin avergonzarse, tal como lo hizo Pablo Iglesias en su mitin de Barcelona del pasado 21 de diciembre. Si ICV no se aleja del “proceso” y de la trampa del relato y no comienza ya a crear un relato propio, el 27-S puede sufrir una debacle electoral.
El 14 de enero, la foto de la unidad fue el entierro de la foto del Pacto del 12-D de 2013 y mucho más: quedando fuera ICV y la CUP, el soberanismo limita aún más la capacidad de ensanchar su hegemonía. Y lo que es más sangrante para el movimiento independentista: el 27-S no se celebran elecciones plebiscitarias sino unas elecciones autonómicas anticipadas (el mismo Artur Mas, en su comparecencia tras el pacto del 14 de enero, en ningún momento habló de “plebiscitarias”).
Ya veremos si CiU puede evitar el histórico sorpasso de ERC -y volver a formar gobierno con el apoyo de Junqueras- y esperar un cambio de color político en el Gobierno español que abra la puerta a la reforma de la Constitución. Pero el “relato soberanista” se mantendrá hasta ese momento en la agenda política y, sobre todo, la mediática, porque tapa todo lo demás y permite tener movilizada a la parroquia de CiU y ERC.
Sólo un resultado que aleje a estos dos partidos de la mayoría absoluta la noche del 27-S podría desinflar el proceso soberanista y su relato, ahora convertido en “hoja de ruta independentista” (y dinamitarlo, si Podemos llegara a ser segunda fuerza). Aunque la desaparición de ICV y la CUP de la foto del 14-E ya es un primer paso de autodisolución del “derecho a decidir”, más aún si estas dos fuerzas acaban siendo las que obtengan menos representación en las próximas elecciones, lo que a día de hoy apuntan las encuestas.
*Jaume Risquete es periodista, investigador en comunicación política y profesor en la Facultad de Periodismo Blanquerna (Universidad Ramon Llull de Barcelona)
Aunque el autor tiene parte de razón, no puede evitar caer en el error de muchos analistas unionistas (el federalismo, compañero, parte de la base de la independencia de los que se federan) de que estamos ante una conspiración de CiU. En el proyecto independentista cada uno juega sus cartas, pero este ha sido un movimiento de masas que, equivocado o no, merece respeto. CiU las ha jugado bien, pero esto no desmerece que muchos sigan pensando que los pueblos tienen derecho a la autodeterminación: Palestina, Kurdistán, Montenegro, Letonia, Irlanda, Sáhara, Flandes, etc… Y por qué Catalunya no? Porque lo que puede salir no nos guste? Los principios son los principios ( a mí no me gusta que el PP haya ganado las elecciones y no por eso rechazo la democracia, aunque aspire a profundizarla mucho más)