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Luces y sombras en el asunto de La Central
Tras la entrevista en Jot Down a Marta Ramoneda, una de las caras de la cadena de librerías, se vertieron acusaciones sobre presuntas malas condiciones políticas y laborales
Oriol Fuster Cabrera // A pesar de la literatura que lo rodea, el ámbito editorial presenta a menudo las mismas condiciones de trabajo precarias, a veces éticamente reprobables e incluso, legalmente condenables, que cualquier otro ámbito. Es decir, no es un fenómeno exclusivo de grandes marcas como la multinacional FNAC o como Casa del Libro. Propiedad la segunda de Lara Bosch -vía Espasa Calpe: ver esta infografía del periodista Jordi Nopca-, las dos son cadenas que han vivido conflictos, algunos de los cuales han tenido un importante eco.
Se tiende, en el mundo lector, a diferenciar entre espacios como estos -considerados centros comerciales, en el peor sentido del término- y librerías. Si, tal como afirma Jorge Carrión, autor del ensayo de referencia Librerías, la librería es un espacio «político», el cómo se venden estos libros implicaría también un posicionamiento. Es en este contexto en el que impactan las acusaciones sobre La Central, considerada, a pesar de su volumen, librería y no centro comercial.
Pero, a todo esto, ¿qué es rumorología y qué son hechos, en este asunto? Los trabajadores actuales con los que La Directa ha podido contactar han declinado hacer declaraciones. Hemos hablado, sin embargo, con varios extrabajadores; también con uno de los propietarios de la cadena, Antonio Ramírez, y con personas vinculadas al mundo del libro.
Percepciones y testimonios
Coinciden la mayoría de los informantes -que coinciden, también, en preferir mantener el anonimato- en que «esto» -las presuntas malas condiciones laborales de La Central- «se sabe desde siempre». Y remacha una de ellas, haciendo referencia a las condiciones habituales en el mundo del libro: «Estás investigando si los reyes son los padres».
De entre los extrabajadores, muchos siguen dedicándose al mundo librero con proyectos propios. Uno de ellos, Jordi Duarte (Nou Barris, 1977) lleva una librería en la Vila de Gràcia desde hace más de una década. Filólogo, vinculado a movimientos sociales también desde hace muchos años, se muestra feliz de que se investigue sobre la cuestión: «Hay que hacer justicia», asevera. Su paso por La Central, a principios de siglo, le trae muchos malos recuerdos: «Desde que me fui, no la he pisado más». Habla de una atmósfera que «anula» a nivel personal, y rememora un intento de organización entre trabajadores que se cortaría después de una comida convocada por los jefes y de conversaciones individuales a puerta cerrada.
Categórico también, pero en dirección opuesta, se muestra Abel Cutillas (Vinaixa, 1976), hoy librero en un proyecto propio en el barrio de Sant Antoni de Barcelona. Historiador y escritor, autor de ensayos como Por una literatura capitalista (A contra vent, 2009) o Vivir mata -por el que fue acusado de antisemitismo, y respondido en el libro colectivo Escribir después (Leonardo Muntaner, 2012) -, sostiene que lo que se ha dicho sobre La Central «son todo mentiras». Explica comentarios y acusaciones al carácter «difícil» de Marta Ramoneda y Antonio Ramírez, ya que «la gente no se implica»: «Es un problema personal». Insistirá en ser citado en el reportaje.
Albert Guasch (La Bisbal del Penedès, 1982), por otra parte, pintor y extrabajador en dos establecimientos entre 2009 y 2012, afirma que las condiciones son «en todos los sentidos muy mejorables». Habla de conciliación «imposible» de vida laboral y personal, de un trato «arbitrario» que provoca «perplejidad, inseguridad, miedos, recelos, indignación, desmotivación y competencia innecesaria entre compañeros», y de una atmósfera «tóxica» que contrasta con «la excelencia» de una librería con trabajadores muy formados, «fantástica pero de un progresismo público que no se percibe puertas adentro».
La Central del MACBA vista desde la Plaça dels Àngels, en Barcelona. ORIOL LLADÓ
«No es para tanto»
La entrevista con Antonio Ramírez tiene lugar en una sala de reuniones de La Central de la calle Mallorca de Barcelona, en una sala de uso interno en el primer piso entre carteles de actos de la librería. Preguntado por qué opinan desde la dirección sobre los hechos -la librería había respondido los mensajes en la web de la entrevista y en redes sociales con un comunicado- Ramírez se muestra «dolido». Expone que le consta que algunas personas se habían marchado de la tienda «un poco enfadadas», y reconoce que las condiciones son duras, añadiendo que lo son «en todos los comercios», y que trabajar cara al público es «difícil». Habla de una empresa «exigente» y «no jerárquica», donde los mismos dueños son también encargados: «La relación es muy directa», explica. Y esto tiene unas ventajas («el dinamismo, por ejemplo») pero también unos inconvenientes: «La gente puede sentirse más presionada, porque es más difícil escaquearse».
Sostiene que, a diferencia de otros países, en España no hay tradición histórica de escuela de librería, y que esto condiciona: «Cuando vienes de una escuela ya sabes a qué te enfrentas. Esta fase, aquí, tenemos que hacerla en el trabajo: formación, aprendizaje y trabajo, todo a la vez. Y a veces sale bien, a veces sale mal». «No hablo de contratos de prácticas», especifica. «Sólo los tienen los que vienen de la Escuela de Librería de la UB: una semana». Y remacha: «Entiendo que si una persona lo intenta y no sale bien, quiera vengarse». Afirma que el sector tiene márgenes de beneficio «complicados», por lo que el sueldo no es siempre «lo que se quisiera», y menos después de cuatro años de crisis: «Hay que hacer y pedir esfuerzos».
Y continúa manifestando que se ha «exagerado», que lo dicho serían cosas «sacadas de contexto» y «tergiversadas». Afirma que «ahora mismo» no hay ningún conflicto con la plantilla, que «a raíz de los comentarios» tienen previsto «hablar y escuchar» a los trabajadores para saber su visión, y que a pesar de las fechas -la entrevista tiene lugar el día de Reyes- y el «cansancio» que éstas implican, el ambiente es de «razonable concordia». Anuncia, finalmente, que animarán a los empleados a «organizarse» para tener una estructura de diálogo «normalizada». «Sin tener sindicatos es fácil que nos ataquen», dice. Y reconoce: «Quizá se habría tenido que promover antes, pero es que hemos crecido muy rápido».
Ramírez menciona varias veces, de hecho, no haber tenido una estructura de trabajadores organizados. Sin embargo, un extrabajador del establecimiento había asegurado a este medio, relatando su experiencia cinco años atrás, que no era exactamente así. Según esta persona -que pide no ser citada con nombre y apellidos por temor a represalias en su actual empleo- los trabajadores del almacén habrían visto la necesidad de coordinarse y convocado elecciones sindicales al ser obligados a trabajar con una temperatura que obligaba a ir «con guantes y chaqueta», sin las condiciones de seguridad «mínimas» en un almacén que tenía que ser «temporal» y acabaría por serlo «durante casi dos años». El extrabajador afirma que habría sido despedido «dos días» después de haber comunicado a la empresa la celebración de elecciones, donde encabezaba una candidatura.
Preguntado al respecto, Ramírez explica que efectivamente una vez hubo elecciones sindicales y que implicaron «un conflicto» con «una persona», a la que habría despedido «unos meses después» por motivos estrictamente laborales y personales. Sostiene que la historia es «mucho más complicada», porque «el personaje en cuestión tenía tela». El extrabajador, de hecho, lo denunciaría, pero acabaría por retirarse y no irían a juicio: según Ramírez, porque lo que le interesaba era el dinero del despido; según el extrabajador, porque la situación era insostenible desde el punto de vista personal y emocional. «Una de las cosas que más me joden», retoma, «es que se me acuse de haber obstaculizado la actividad sindical. Que un incidente desafortunado con una persona me haga arrastrar la fama de ir a por los trabajadores por principio me enfada. Puedes ir al almacén y preguntar a las personas que hay todavía». Al preguntarle si tendría la gentileza de ponerlos en contacto con este medio, responde negativamente. «Esto es una cosa que está cerrada. No hay ninguna sentencia».
Al ser inquirido por la correspondencia entre contratos y trabajo realizado, se queda un instante en silencio. «Las categorías son muy laxas», dice, y explica que generalmente se desarrollan más tareas de las que según texto deberían hacer pero que esto se ve «compensado» y que «nunca hemos tenido problema» en adaptar y rediseñar contratos. «El problema no somos nosotros», se excusa. «El problema es el propio convenio y cómo está en general el sector del comercio». Y especifica: «El sueldo base es una mierda, sí: nosotros ofrecemos una mierda más un poquito más».
La conversación prosigue, y Ramírez explica que La Central es una empresa dura y exigente «porque somos duros y exigentes con nosotros mismos». Al autoexigirse más que en otros lugares, «a veces exigimos más, también», sostiene. «Y tal vez no deberíamos hacerlo, es verdad: no son propietarios. Aquí nos hemos equivocado, y quizás la fama viene de eso», duda. Al comentarle que desde este medio hemos hablado con algunas extrabajadoras, también libreras hoy, que han pedido no hablar de la experiencia por ser una etapa «traumática» que les genera «ansiedad», se muestra sorprendido y asegura lamentarlo mucho. Y después de una pausa, añade que debe responder a «una etapa concreta» y tener que ver con «las formas, la impaciencia o la presión sobre los detalles».
«A partir de ahora seremos más conscientes», asevera. «Pero hay mucha gente -seguramente más solvente, más adulta- que no se ha ido dolida. Estos días nos han escrito muchos extrabajadores enviando apoyo». Dice que hay una cuestión de carácter, y también de pasión: «Somos libreros apasionados por el trabajo, que hacemos las cosas con una intensidad producto de la pasión que tenemos», explica. Y razona: «A pesar de que no lo quieras, acabas convirtiéndote en un empresario. Nunca fui tan feliz como cuando estaba allí solo, siendo librero todo el día, sin tener que visitar bancos o sin problemas como estos que ves estos días», reconoce. «¿Que me preguntas si me equivoqué al abrir la segunda librería?», lanza: «No me lo preguntes, por favor, no me lo preguntes», se responde.
Al pedirle, para concluir, un titular, un resumen de su punto de vista sobre el asunto, no se lo piensa: «No es para tanto». Y remacha: «La precariedad, la miseria, la injusticia que hay en lo que hiciéramos, en cómo trabajamos, es común en casi todo el sector cultural, en casi todo el mundo del libro y sobre todo en el sector del comercio». Se exclama, «algo habré hecho mal para que estas personas se vayan de aquí cabreadas o heridas», y argumenta: «Soy injusto, si exijo a los demás más de lo que me exijo a mí mismo. Pero si exijo a los demás lo mismo que me exijo a mí, entonces no». A observarle que quizás depende del punto de partida, la posición y la compensación, concluye, seco: «Hay muchas variables».
[Artículo publicado originalmente en La Directa]
2023 y sigue igual (o peor).
Explotación, salarios bajos, mobbing, más beneficios a los trabajadores que a las trabajadoras a las que no asciende. Trabajamos bajo presión, gritos e indultos por parte de este hombre que además no ha dado la cara desde el coronavirus ni nos está pagando mientras dura el ERTE.
Sólo una pequeña corrección: las prácticas de la Escuela de Librería de la Universidad de Barcelona y el Gremio de Libreros de Cataluña consisten en 75 horas de pràcticas (antes habían sido 50).
Para más información: http://www.ub.edu/biblio/diploma-de-postgrau-de-llibreria/presentacion.html
Cordialmente
Este artículo refleja muy bien lo oído en boca de varios comerciales de editoriales y distribuidoras que se las tienen que ver con este señor y su mano derecha. Una cosa es ser profesional y exigente y otra cosa muy distinta el trato que dispensa esta gente, aprovechándose del miedo y la debilidad de los trabajadores. Es repugnante.
Antonio Ramírez queda bien retratado. Menudo psicópata. No vuelvo a comprar más en esa librería. Una empresa que maltrata, injuria a los trabajadores, los despide si intentan defender sus derechos y después los llama avariciosos por buscar un poco de justicia, que a los que no acatan sus ordenes los envían al almacén hasta que abandonan la empresa, que van de pobres mientras amplían el negocio y siguen abriendo tiendas…¿Para esto sirve la cultura que venden ufanos? ¿Tanto leer para llegar a ser otro explotador más? Paso. Otra muestra de la marca barcelona. Muy hipster por fuera, todo muy reluciente, y podrido por dentro. Miserables. Y a los escritores que se atrevan a pedir boicot los quitan de los estanterías.