La Uni en la Calle

¿Qué son arqueologías de elite y arqueologías desde abajo?

La arqueología del s. XXI necesita ganar más arena pública, llegar a más audiencias y construir nuevas formas de divulgar y comunicar

En sus orígenes científicos a lo largo del siglo XIX, la arqueología estuvo estrechamente vinculada con la formación de los Estados-nación europeos y por tanto su construcción disciplinar asociada a la burguesía de la época. Por eso no resulta extraño que todavía hoy buena parte de los “productos arqueológicos” estén ligados a unas perspectivas fuertemente elitistas. Eso sucede, o al menos ha sucedido hasta hace muy poco, con el coleccionismo, los museos y los sitios arqueológicos visitables, la formación de arqueólogos y arqueólogas en la universidad y toda la proyección social de la arqueología a través de imágenes: arte, cine y documentales o publicidad.

Los discursos arqueológicos que inspiran la adquisición de antigüedades, las exhibiciones museísticas, los yacimientos presentados al público o los libros de divulgación son habitualmente los discursos de los bien ilustrados y educados, de “los de arriba”, en definitiva. El pasado arqueológico ha servido en demasiadas ocasiones para respaldar y justificar agendas políticas conservadoras, construyendo pasados nacionales que servían para hacer buenos patriotas.

Los Museos Nacionales albergaban el gran patrimonio arqueológico de los Estados y algunos mitos e iconos fundacionales servían para instruir a súbditos desde los manuales escolares. En gran medida, las clases trabajadoras, subalternas, más débiles y marginadas, han sido excluidas como destinatarias de los discursos arqueológicos. Sólo en las últimas cuatro o cinco décadas han surgido iniciativas “desde abajo”.

Arqueologías de élite son, por ejemplo, los museos centrados en la exhibición de grandes piezas artísticas que excluyen la basura arqueológica de los sin voz, de los de abajo. Son las exposiciones espectaculares que pretenden arrastrar masas con el reclamo de “los tesoros de…” y que están comisariadas por “busca-tesoros” que divorcian las piezas exhibidas de sus contextos arqueológicos y de vida y, por tanto, realizan una fetichización de los objetos que anestesia su valor como documento histórico. Y además cobran entradas de precios altos para poder ver la exposición.

Por otro lado, la moderna organización de la arqueología preventiva a través de empresas arqueológicas, que trabajan para las administraciones en intervenciones urbanas o de grandes infraestructuras como autopistas o gaseoductos, está generando precariedad en el empleo de los especialistas. A éstos, además, se les hurta su derecho a una “arqueología completa “, al no financiar, por lo general, los tiempos de estudio y publicación de resultados.

Las recientes arqueologías “desde abajo” han intentado subvertir este estado de cosas esbozando proyectos arqueológicos populares, más democráticos e inclusivos y que se esfuerzan por ofrecer visiones críticas y abiertas a la evaluación de los ciudadanos. Básicamente, pretenden recuperar todas las voces posibles de las gentes del pasado y llevar esas voces a la mayor cantidad de gente posible del presente. Para ello, han elaborado una gama muy diversa de formas de hacer arqueología: 1) proyectos autofinanciados y autogestionarios; 2) “proyectos arqueológicos de comunidad” en los que el equipo investigador implica, asocia y da cauce participativo a los no-arqueólogos y muy especialmente a las comunidades locales, rurales o urbanas, más cercanas a los yacimientos y monumentos. El objetivo es que todos aprendan de todos y empoderar a las poblaciones locales con el conocimiento de su pasado; 3) asociaciones y movimientos ciudadanos y vecinales que defienden el patrimonio arqueológico oponiéndose firmemente a su destrucción, incluso frente a las propias instancias oficiales, y ofreciendo verdaderas alternativas; 4) publicaciones de estudiantes, jóvenes investigadores de arqueología y colectivos de base que articulan, sobre todo en Internet, propuestas innovadoras y dirigidas a toda la sociedad; 5) estudios innovadores y con valor social como la arqueología de la violencia institucional o la arqueología de los “sin techo”, y 6) ofertas arqueológicas que amplían las audiencias incluyendo a colectivos marginados (reclusos o enfermos terminales) y a personas con desventajas físicas, psíquicas o sensoriales.

La arqueología del s. XXI necesita ganar más arena pública, llegar a más audiencias y construir nuevas formas de divulgar y comunicar. Y eso, o lo hacemos los arqueólogos y las arqueólogas, u otros sin formación y con malas intenciones lo harán por nosotros.

Este texto está incluído en el libro La Uni en la Calle

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