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El Parque Natural de la Albufera de Valencia lanza su último grito de auxilio
El parque, que desde 1991 es Zona de Especial Protección para las Aves, se encuentra en una situación agónica por la escasa llegada de aguas
Reportaje publicado en el número de enero de La Marea, que puedes adquirir en quioscos y en nuestra tienda online
El escritor Vicente Blasco Ibáñez, a principios del siglo XX, describía a La Albufera como un lago de un metro de profundidad. El autor de Cañas y barro ambientó su novela en lo que era un entorno idílico de aguas cristalinas y dominado por interminables campos de arroz. Hoy, cien años después, ese lago está en mínimos históricos, incluso los pescadores señalan lugares en los que ya no se puede navegar y donde el nivel del mar ha disminuido 20 centímetros en apenas unos meses.
Este Parque Natural es, desde el año 1991, una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) y está incluido en la Lista de Humedales de Importancia Internacional del Convenio Ramsar. Además, posee una población de especies recogidas en la directiva comunitaria conocida como «Hábitats». Pese a ser una zona especialmente protegida del Mediterráneo, las decisiones políticas sobre las aportaciones hídricas que deben llegarle están provocando una situación de peligro que se ha visto incrementada con la entrada en vigor del Plan Hidrológico de la Demarcación Hidrográfica del Júcar, el pasado julio.
El plan fija las normas de gestión de la cuenca del río y en él se marcan los caudales que deben ir a La Albufera. En este caso, se establece que las aportaciones hídricas al Parque Natural serán como mínimo de 167 hectómetros cúbicos (hm3) y no se asegura que sea agua de calidad. Así, su caudal se renovará sólo siete veces al año a través de las golas (canales) que actúan como salidas naturales al mar. Durante los años 70 recibía 500 hm3, lo que significaba que cada año sus aguas se renovaban 20 veces.
El agua que llega al Parque Natural proviene de tres vías diferentes: el río Júcar, a través de barrancos y acequias; las precipitaciones y los retornos de riego de los cultivos que lo rodean. Los periodos de sequía que arrastra desde hace años el País Valenciano y la modernización de la Real Acequia que impide los retornos de agua, hacen que el futuro del Parque Natural prácticamente dependa de las aportaciones que le lleguen del río Júcar.
En el puerto de Catarroja, una de las riberas de La Albufera, Juan ofrece paseos en barca a los visitantes que vienen a conocer el parque. Su voz resuena en forma de lamento. “Esto es insoportable, el lago está estancado, no le llega agua limpia y la que hay se va pudriendo, se queda sin oxígeno y sin vida”. El nombre de Albufera viene del término árabe al-buhayra, que se podría traducir por «mar pequeño». Ese ecosistema ha sido creado y perfeccionado a lo largo de los años y sólo la mano del hombre y sus decisiones han ido laminándolo. En él persiste todavía un entorno en equilibrio: los arrozales, el lago y el cordón litoral de la Devesa. Un entorno donde conviven especies en peligro de extinción como el pez samaruc, con aves migratorias de paso o las siete variedades de patos que chapotean en sus aguas.
Juan lleva ocho años trabajando en el lago y 38 viviendo cerca de él. “Yo he conocido La Albufera más agoniosa. Aunque desde el año 1986, cuando se declaró Parque Natural ha habido una pequeña mejora, ahora estoy volviendo a vivir esta situación. Hasta el cañar está desapareciendo”. A su juicio, o se toman medidas o desaparecerá el lago.
El diagnóstico de Juan coincide con el de los grupos ecologistas que alertan de que podría ser el fin del espacio natural húmedo más importante para los valencianos. “No hay un plan de gestión de agua para el Parque Natural. Hace diez años un informe de la Comisión Europea ya advertía de que había que dar recetas para curar al enfermo, pero no se han puesto en marcha y cada vez está peor”, apunta Graciela Ferrer, de la Plataforma Xuquer Viu.
En ese sentido, Natxo Serra, miembro de la Junta Rectora del Parque Natural alerta de que quizás sea la última oportunidad para La Albufera, «es ahora o nunca». «Este es el gran reto de la agenda política ecologista: hay que tomar medidas ya para que La Albufera no desaparezca”, concluye.
Desde la Confederación Hidrógráfica del Júcar (CHJ), encargada de gestionar el agua que debe llegarle al lago, se niegan a hacer valoraciones acerca del plan de cuenca. “Nosotros no opinamos, somos sólo gestores, nos limitamos a aplicar la ley”, explican fuentes de este organismo. Pese a ello, en un informe elaborado por sus técnicos en 2004 y encargado por la Unión Europea para dar el visto bueno a la financiación del trasvase Júcar-Vinalopó, la propia CHJ habla de que las necesidades mínimas deben ser de al menos 250 hm3 y con agua de calidad para que se renueve el caudal anualmente hasta 12 veces. En los últimos años, las aportaciones fueron de 319, 350 y 290 hm3 respectivamente. La Directiva Marco del Agua de la Unión Europea establece que en las zonas protegidas (como en este caso) se deberá adecuar la gestión del agua a los objetivos de protección que tengan esos espacios, siendo de aplicación el más restrictivo.
En 2011, Miguel Mondría publicó una tesis doctoral bajo el título Infraestructuras y eutrofización en La Albufera de Valencia, en la que demuestra que para revertir la situación del lago y permitir que vuelva a ser transparente se deben reducir los nutrientes y eso pasa por controlar los niveles de clorofila A. Los 167 hm3 previstos en el plan de cuenca son insuficientes y la regeneración sólo se conseguiría con un aporte de agua de 253 hm3 al año, de los cuales 121 deberían tener una calidad similar a la que tiene el agua del Júcar con unos niveles de fósforo 30 veces menores que los que llegan en estos momentos al lago. Únicamente de esta manera volverían las aguas transparentes que permitían la llegada al fondo de la luz necesaria para la supervivencia del ecosistema marino que le ha caracterizado.
Los lobbies de Castilla-La Mancha y Alicante
De poco han servido las señales de alerta al Ministerio de Medio Ambiente, que finalmente ha aprobado el plan de cuencas. Los ecologistas ven detrás de esta decisión la mano de lo que ellos denominan los «lobbies de Castilla-La Mancha y Alicante».
El Júcar nace en Castilla-La Mancha. Antes de llegar al País Valenciano tiene que atravesar las provincias de Albacete y Cuenca. «Ese río cada día está más muerto», asegura Lapuente: «Finalmente ha ganado el discurso del ‘agua para todos’ a costa de lo que sea y esto hace que un río al que no le sobra agua se convierta en donante”.
Desde los años 1980 el campo castellanomanchego ha ido cambiando su fisonomía. Los viñedos y olivos han dejado paso a enormes extensiones agrícolas con explotaciones de cultivos de regadío, sobre todo alfalfa y cereal. Un cambio de producción que ha estado subvencionado por la Política Agraria Común y que ha dejado al campo en manos de terratenientes que condicionan las decisiones en materia hídrica.
Cipriano Escribano, miembro de Ecologistas en Acción y pequeño agricultor en la provincia de Albacete, apunta a la raíz del problema. “Primero liquidaron la masa forestal de la ribera del Júcar hasta Albacete, luego se transformó todo el regadío y después se legalizaron estos cultivos adjudicando derechos de agua. Y todo ello con 40 kilómetros de río seco». Este trabajador del campo señala directamente a los grandes terratenientes como los principales culpables de la sobreexplotación del río. “El Marqués de Larios, López Vera, Boniches, Fontechas… Son las familias que te encuentras en la margen del Júcar a su paso por Albacete”, enumera.
Hoy en día el río Júcar pide auxilio, mientras su pantano más importante, el de Alarcón (Cuenca), almacena entre 700 y 800 hm3 de agua que permitirían el riego durante dos años en sus riberas. “Se está jugando con ese agua para hacer negocio, como moneda de cambio con los regantes del Júcar y del Vinalopó”, apunta la ecologista Graciela Ferrer. Y es que la presión también llega desde los regantes de la provincia de Alicante. “Después de lo del trasvase fallido del Ebro ahora se inventan el trasvase Júcar-Vinalopó para solucionar los problemas de un acuífero que ya está sobreexplotado”, explica Cipriano.
El plan de cuenca establece un trasvase de 15 hm3 de agua desde Cullera (a las puertas del Parque Natural de La Albufera) para el riego en la ribera del Vinalopó y otros 12 hm3 del embalse de Alarcón para consumo humano. El río Vinalopó se encuentra a 100 kilómetros del Júcar.
Mientras tanto, en La Albufera, las barcas tropiezan con los sedimentos que se posan en el fondo, las quillas se atascan, se pierde oxígeno y aparecen bolsas de peces muertos. Ese Parque Natural que el autor de Cañas y barro definía como un entorno idílico de aguas cristalinas y dominado por interminables campos de arroz, ha dado paso a una gran balsa de agua estancada y en ocasiones putrefacta, rodeada de cañas que flotan en un mar verdoso y cada día menos profundo.
Ibuprofenos y antidepresivos para los patos
La Albufera ha sobrevivido a las presiones urbanísticas, incluido el proyecto que presentó en 2005 el Instituto Nóos de la mano de Iñaki Urdangarin al Gobierno valenciano y que pretendía convertir el entorno en una zona de recreo con espacio para hoteles, urbanizaciones, puertos deportivos e incluso una villa olímpica. Un año después la amenaza fueron unas prospecciones petrolíferas ante la costa de Valencia que finalmente se desecharon. También ha logrado zafarse de los vertidos industriales y de las redes de alcantarillado de los núcleos urbanos que crecieron a su alrededor entre los años 70 y 80. Un peligro que se solucionó temporalmente con la puesta en marcha de la depuradora de Pinedo, ahora por encima de su capacidad lo que hace que se desborde cuando hay fuertes lluvias.
A pesar de todo, la mayor amenaza sigue siendo la falta de planificación. Los grupos ecologistas avisan de la necesidad urgente de que al lago llegue agua de buena calidad y conectada a través del conglomerado de acequias. Y hacen hincapié en el término “de calidad”, ya que recuerdan que las depuradoras que nutren a la Albufera tienen tratamiento terciario, es decir, eliminan materia orgánica, sólidos en suspensión y bacterias, pero no actúan sobre virus, metales pesados, compuestos inorgánicos o fármacos. “Por las cloacas va todo lo que tiramos y ese agua que llega a La Albufera de la depuradora es una bomba de relojería. Los patos están consumiendo ibuprofeno, antidepresivos o antiinflamatorios”, explica gráficamente el profesor Lapuente. De hecho, el agua depurada con ese tratamiento a través de rayos ultravioleta está prohibida para consumo o el baño.
Lo del Parque Natural de la Albufera no es un hecho aislado.
En mayor o menor medida sucede en todas partes.
Eso de que sólo nos mueva el dinero, trae la destrucción de la naturaleza, de los valores y de la convivencia.
No sólamente tienen la culpa los gobernantes zafios. Tambien la sociedad zafia e inculta que vota a políticos al servicio de este sistema depredador.
En lugar de conservar los tesoros naturales que tenemos, son tan zafios, tan cutres, que sólo ven negocios como Marina D’Or, autovías en el Pirineo, ampliación de sus pistas de skí, a pesar de que el glaciar de Monte Perdido se está derritiendo, construcción de más pantanos para abyectos proyectos, afortunadamente abortados, como Gran Scala en pleno desierto monegrino o el Trasvase del Ebro para asegurar agua a futuras urbanizaciones con sus campos de golf en Levante.
Para regar las plantaciones que decreta y subvenciona la «sabia» Política agraria Común tambien han arrancado olivos centenarios que no requerían de riego y otras especies autóctonas y autónomas.
Y menos mal que hay personas despiertas que hacen lo que pueden para impedir tanto desmán y destrucción, que sería sin ellas…
Para montar rascacielos de hormigón, sin contenido ni beneficio, más que aquél que se valora en escalas de comisiones y mordidas, no falta. Pero para nuestro entorno, el que nos mantiene con vida, ni un mendrugo de lo colectivo.
http://casaquerida.com/2015/01/06/zizekeando/