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El manifiesto precario

"Si vivimos en un panorama precario no es por la novedad del sistema de producción sino por la derrota de las instituciones de protección de las clases trabajadoras", afirma el autor

Artículo publicado en el número de diciembre de La Marea, que puedes adquirir en nuestra tienda online

Tengo la inmensa suerte de que los amigos de la editorial madrileña Capitán Swing me hagan llegar algunas de sus novedades. Alimentan así a un fan de su catálogo, que constituye un prodigio de perspicacia y oportunidad. Hecho el justo halago, impartida justicia hacia su trabajo, paso a comentar el libro que me tiene interesadísimo. Se trata de Precariado. Una carta de derechos, de Guy Standing. El autor ya había descrito y delimitado el sujeto de estudio en su trabajo anterior El precariado, una nueva clase social.

A mí me gustaría puntualizar un aspecto que creo que es claro, aunque no suficientemente destacado, sobre esta “nueva” clase social: El nuevo precariado no es nuevo. El precariado existía en el principio del capitalismo. De hecho, el capitalismo se funda, si nos vamos muy lejos, en las masas liberadas del yugo feudal por la Peste Negra en el siglo XIV. Muertos muchos amos y escaseando la mano de obra, el trabajador móvil, errante, aparece por primera vez en Europa. Muy pronto se comprende que esa libertad (precaria) debe ser controlada. Y el primer proletariado del naciente capitalismo se busca entre vagabundos, desarraigados y prisioneros que se encierran en las workhouses, las prisiones-fábrica que generan las primeras plusvalías.

El capitalismo es quien inventa el precariado y es la lucha obrera quien lo minimiza o elimina a través de la organización y la lucha sindical. Por lo tanto, si ahora vivimos en un panorama precario no es por la novedad del sistema de producción sino por la derrota de las instituciones de protección de las clases trabajadoras.

En este sentido, el libro es de tremenda ayuda para reflexionar sobre cuáles son los derechos arrebatados, cuáles los nuevos derechos a conquistar y, sobre todo, qué instituciones debe crear el precariado para su defensa. En este aspecto, las propuestas de Standing son también sugerentes: “El precariado necesita una síntesis de los gremios ocupacionales y de los sindicatos de artesanos y obreros” y sumar unas “asociaciones de intereses comunes” en las que, por fin, se disocie el trabajo renumerado del trabajo que reproduce la vida. Lo que en mis tiempos se llamaba la vocación. Entidades que resocialicen la comunidad, la familia y el territorio fuera de la lógica mercantilista y alienante del salario.

El precariado se mueve en un campo de lucha que el trabajo organizado ya olvidó: la biografía. No se lucha sólo por la supervivencia sino también por la posibilidad de construcción misma de una vida, de una biografía soberana. La deuda de los estudiantes, el becariado eterno como latencia vital de todas las potencialidades, el subsidio y la caridad estatal como constatación de la muerte de las redes de socialización… Todas ellas amenazas, no sobre los ingresos sino sobre el propio yo, que deben ser neutralizadas. Un estado de ánimo que resume Standing citando al polaco Jaroslav Makowski y sus cuatro A: anomia, ansiedad, alienación e ira (anger, en inglés).

El libro avanza en la constitución del precariado como sujeto político y divide ese anhelo en tres luchas: lucha por el reconocimiento, que yo, que soy más bruto, llamaría lucha por la conciencia de clase. Lucha por la representación y, finalmente, la lucha por la distribución. Quiero creer (el texto no lo dice) que las tres deben darse de manera simultánea y contaminante.

Finalmente, Standing redacta una sólida carta de derechos de 29 puntos que mapean las necesidades de esta desclase social.

El trabajo de Standing es sin duda una buena base para empezar a organizar, reflexionar y trabajar para constituir las primeras resistencias del precariado al nuevo capitalismo mutante. Pero hará falta mucho más. Y para empezar, me parece que uno de los aspectos del libro es de lo más sugerente. Si el mundo del trabajo asalariado nos ha expulsado, ¿para qué volver a él? ¿Por qué no construir desde las lógicas de la vida y la reproducción en lugar de las del trabajo y la acumulación? ¿Por qué no abandonar directamente la idea de trabajo y dignificar la cualidad misma de la vida humana: su delicada y milagrosa precariedad?

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Comentarios
  1. Va a costar mucho salir del afán de acumular. A no ser que alguna fuerza mayor nos obligue.
    El sistema capitalista acabó de engullir la cultura, el arte y el gusto de filosofar que pudo sobrevivir al franquismo.
    A las generaciones «formadas» en este sistema se las ha formado no para que sean personas cultas y ciudadanos autosuficientes sino para que sirvan y sean útiles al sistema.
    Y parece que para la gran mayoría su máxima aspiración es consumir y acumular.

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