La Uni en la Calle

Exclusión y sumisión persuasivas: de las ilusiones necesarias a las atribuciones autoestigmatizantes

Sobre bases de atribución naturalizadora, se afirmó durante décadas que la “culpa” de las enfermedades cardíacas la tienen los sujetos “impacientes” con “tipo A de personalidad”.

SAGRARIO RAMÍREZ Y RAFAEL GONZÁLEZ // Los procesos de control e influencia social son un producto de las relaciones estructurales existentes entre las personas y grupos sociales, y el sistema social al que pertenecen. El sistema social establece cómo van a ser esos nexos y da lugar a marcos ideológicos adecuados que justifican o definen esa relación. En los sistemas liberales democráticos los procesos de control e influencia social se han cimentado históricamente sobre dos conceptos idealizados, estado e individuo, oscilando entre dos modelos (externo y coactivo/ interno e interactivo) que, sin embargo, ni están tan alejados ni son en absoluto incompatibles en la práctica, donde no se presentan de forma pura. Por otra parte, las diferencias que suelen establecerse entre los modelos de control social de los sistemas totalitarios (basados en procesos de exclusión y sumisión) y los modelos de influencia social de los sistemas democráticos (basados en procesos de identificación) son más o menos ciertas en cuanto a las formas, las condiciones de ejecución o las características del agente de influencia, pero no tanto en cuanto a contenidos, objetivos y resultados como exigencias del sistema o emociones involucradas.

Así, los sistemas democráticos liberales no han renunciado del todo al ejercicio de la exclusión en estado puro bajo la forma de exclusión legal, y utilizan habitualmente la exclusión simbólica (ninguneo, reproducción de atribuciones deslegitimadoras y excluyentes bajo la forma biotípica del salvaje posmoderno u otras atribuciones excluyentes de tipo político). Sin embargo, su forma más invisible, característica y eficaz es la exclusión persuasiva, en la que el propio individuo acepta la exclusión o se da por excluido de antemano, aceptando los argumentos elitistas acerca de la no participación en el análisis y en la toma de decisiones de cuestiones concernientes a uno mismo (no estamos autorizados para ello) o asumiendo cualquier aceptación irracional, acrítica y pasiva, obtenida por medio de la persuasión, de los argumentos suministrados por las élites creadoras de opinión acerca de las cuestiones importantes para los individuos y grupos persuasivamente excluidos de pensar y decidir (si los que saben lo dicen, será verdad).

La sumisión persuasiva o servidumbre liberal, no se ejerce directamente sobre las conductas sino sobre las actitudes, pero posee sus mismos características (sensación de anonimato e impunidad, desrresponsabilización, rutinización y desvinculación acto-consecuencias por parte del ejecutor) y efectos (deshumanización, banalización del mal), que en los sistemas totalitarios. Quienes actúan de forma persuadidamente sumisa lo hacen también por un requerimiento externo (en contra de su voluntad o con su voluntad anulada) y bajo un estado emocional de miedo y de bloqueo que les impide reaccionar: se sigue tratando de un proceso coercitivo en el que el vínculo establecido con el sistema es de naturaleza irracional. Los requisitos de control de los medios por parte del agente de influencia y la condición de vigilancia se siguen cumpliendo, aunque de un modo indirecto, de un modo vicario, o a través de las nuevas tecnologías. En esta modalidad persuasiva y democrática de la sumisión, el persuadido puede ser de modo simultáneo sometido actitudinal de sí mismo y sometedor vicario o indirecto de otros. En este sentido, una de las características de la servidumbre liberal es que la ejecución (simbólica y empírica) se democratiza y extiende por la multiplicidad de actos desvinculados involucrados, y por la desrresponsabilización que el hábito de la delegación del poder y de la toma de decisiones conlleva.

La identificación, cuyo mecanismo básico es la persuasión, es un proceso fundamentalmente emocional y maleable. El control social más efectivo y duradero se ejerce por medio de un cuarto proceso, la interiorización, normativamente anclado en los valores esenciales del individuo y vinculado a su identidad personal y social. En los procesos de interiorización, la exclusión, la sumisión y la identificación vuelven a mezclarse dando lugar a nuevos modelos de control e influencia social de los que el individuo difícilmente puede escapar.

Tal es el caso de las atribuciones naturalizadoras que, a través únicamente del lenguaje, consiguen provocar en las personas una exclusión persuasiva autoestigmatizante. Las atribuciones naturalizadoras, entendidas como un triple mecanismo de persuasión, interiorización normativa y auto-estigmatización culpabilizadora, se ceban de manera especialmente dañina en víctimas propiciatorias que suelen pertenecer a aquellos grupos y categorías de personas más vulnerables desde el punto de vista político, económico y social.

Sobre bases de atribución naturalizadora, se afirmó durante décadas que la “culpa” de las enfermedades cardíacas la tienen los sujetos “impacientes” con “tipo A de personalidad”, de la misma forma que todavía hoy se sigue sosteniendo que existe una “personalidad del ulceroso” (incluso después de descubrirse que en el origen de la úlcera péptica se encuentra una bacteria hasta hace poco desconocida). Tampoco han faltado autores que sugieren que una personalidad “reprimida”, “poco espontánea” y eminentemente “frustrada” es “propia” de la mayoría de los enfermos de cáncer, y que muchos de éstos enfermos oncológicos podrían mejorar o incluso curarse con la suficiente “fuerza de voluntad”, “expresando abiertamente su ira” o “manifestando con detalle sus sentimientos de fracaso”. Todas estas “teorías” de la enfermedad son maneras poderosísimas de culpabilizar al paciente, y de hacerle sentir que “se merece” esa enfermedad por su conducta indecorosa, arriesgada o imprudente.

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Sagrario Ramírez Dorado es profesora titular de Psicología Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM. Además de dedicarse a cuestiones epistemológicas, teóricas y metodológicas relacionadas con la psicología social, su trabajo se centra en temas como la identidad nacional y el nacionalismo, y el análisis psicosociológico de las relaciones internacionales.
Rafael González Fernández es profesor titular de Psicología Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM. Sus líneas de investigación se han centrado en el estudio de los grupos pequeños, los procesos de estigmatización de las minorías, los estilos eficaces de jefatura en equipos de trabajo, y el análisis de los fenómenos de violencia colectiva.

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