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Ecomitologías

Los sistemas de creencias y el repertorio de relatos de muchos pueblos se erigieron en defensa y garantía, durante siglos, de su entorno y de su patrimonio ecológico

El Génesis bíblico rememora el nacimiento y la ruina de un paraíso con el que los seres humanos acabaron cuando decidieron apropiarse de más frutos de los que les estaban destinados. Desde aquel primer paraíso perdido, muchos más paraísos han sido esquilmados y no pocos de ellos han desaparecido. Y una enorme cantidad de mitos, cuentos y leyendas orales (algunos darían después el salto a la escritura, incluso al cine) han dejado testimonio, más o menos metafórico, de la inquietud que por la naturaleza que les rodea sienten algunos seres humanos, por lo general aquéllos cuya vida depende en medida más sensible de la calidad de su medio ecológico.

El historiador árabe al-Zuhri recordaba, en la Edad Media, la leyenda de que Cádiz era, antiguamente, una ciudad muy grande y populosa, en la que la pesca del atún estaba restringida a unas épocas y condiciones muy concretas. Una reina avariciosa obligó a su esposo a disponer la pesca indiscriminada de los peces, y por eso se hundió casi toda la ciudad bajo las aguas, y sobre ellas quedó solo una isla minúscula.

En España sigue siendo una creencia muy común, apoyada muchas veces sobre cuentos y leyendas, que no se debe matar a las golondrinas, a las cigüeñas o a las lechuzas, que son especies de aves que consumen insectos, serpientes o ratones y resultan ser, por ello, garantías irremplazables de equilibrio ecológico.

En los campos de Nicaragua tiene arraigo la creencia de que si alguien va al cerro a por fruta, solo debe tomar aquella que pueda comer allí mismo. Si toma más de la imprescindible e intenta sacarla de allí, el expoliador se perderá irremisiblemente y no encontrará la salida del cerro.

En Cuba, concretamente en Majarí, se habla de una laguna que se secó cuando desapareció de ella una culebra amarilla, un majá, que era la deidad que garantizaba la fecundidad del lugar.

En las costas de la isla de Chiloé, en Chile, se habla de una sirena que llaman La Pincoya y que vuelve locos o mata a los pescadores que se exceden en sus capturas.

En las poblaciones costeras de Escocia hay toda una nutrida mitología acerca de hombres-foca que, disfrazados de humanos, atraen hacia las aguas a los pescadores desconsiderados y les obligan a contemplar, en cuevas submarinas, los despojos de sus víctimas.

Entre los miembros de la etnia sakalava de Madagascar se cree que, puesto que los humanos llenan la tierra de desperdicios, la tierra exige a cambio la ofrenda de sus muertos.

Entre los hutus de Ruanda se cuenta la historia de Selwugugu, el hombre insaciable que se comía todo el sorgo y sacrificaba todas las vacas, hasta que al final fue abandonado por su prudente mujer.

En territorios de la Siberia oriental, de Mongolia o China abundan los mitos de la madre de los renos y de otros muchos animales, que protege de la caza a sus criaturas y castiga o pierde a sus cazadores, o que escucha sus pasos y advierte a los animales para que huyan.

Un mito en lengua tétum de Timor Este cuenta que los nativos de Samoro no comen la carne de cocodrilo en señal de gratitud a los animales que facilitaron la llegada a sus tierras de su reina fundadora.

Los sistemas de creencias y el repertorio de relatos de muchos pueblos se erigieron en defensa y garantía, durante siglos, de su entorno y de su patrimonio ecológico. De su presente y de su futuro. De poco les sirvió, porque a la mayoría de aquellos paraísos se les ha puesto ya el no muy honroso sello de paraísos perdidos, y a muchos de sus rincones más ocultos llegaron ya los motores rugientes de la globalización.

En cualquier caso, el registro y el estudio de los ecomitos, de los relatos que a muchos pueblos les sirvieron (y a algunos todavía les sirven, a la desesperada) para regular su relación con la naturaleza y para defender con las intangibles armas de la palabra su entorno ecológico, pueden hacer todavía algún bien: el de concienciar y sensibilizar, el de dar voz y prolongar la memoria de Edenes que hasta hace poco fueron de verdad, aunque ahora estén hechos ya de sombras.

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José Manuel Pedrosa es profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Alcalá. Autor de numerosos libros y artículos sobre literatura oral y antropología cultural.

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