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Oigo voces (y tú también)
El autor sostiene que pese a que "la sociedad nos exige ser de una pieza", especialmente en cuestiones ideológicas, "cada uno de nosotros es una multitud"
“Sólo me conozco como sinfonía”, escribió Pessoa en El Libro del desasosiego. Una sinfonía es una suma de voces: una convocatoria. Así veía Pessoa su individualidad, como un coro o un parlamento, dos grandes ejemplos de convocatoria. Durante siglos en Occidente se extendió la idea contraria: cada ser humano es unívoco, tiene una única voz. La idea de que cada sujeto debe ser unívoco sin duda ha sido una excelente herramienta de control social. Por eso nos esforzamos en ser coherentes, en no contradecirnos, en no cambiar demasiado de opinión, de equipo de fútbol, de ideología… Como mucho dudamos entre el bien y el mal, entre ese ángel y ese diablo que salen en los dibujos animados intentando convencer al protagonista de que tome una u otra decisión.
La sociedad nos exige ser de una pieza. Nosotros se lo exigimos a los demás. Queremos previsibilidad. Esto es algo especialmente notable en cuestiones ideológicas. Si alguien se define como ‘socialdemócrata’ o como ‘conservador’ o como ‘comunista’, ya nos basta. Pero en realidad cada uno de nosotros es una multitud. A lo mejor una persona tiene algo de socialdemócrata en lo relativo a los impuestos, algo de conservador en lo que se refiere a la moral y algo de comunista en lo que toca a la iniciativa privada… ¿Por qué no? Incluso uno puede fluctuar y cambiar de opinión según el contexto. En España ese tipo de matizaciones están penadas con la burla y el descrédito.
Hace muchos años, en el paraninfo de la Universidad Complutense, Agustín García-Calvo dio una conferencia demoledora. Yo estaba entre el público y me causó tal desazón lo que decía que le pregunté qué debíamos entonces hacer los jóvenes. Estaba deseando recibir una respuesta constructiva, una fórmula mágica, un manual de instrucciones. García-Calvo sonrío y soltó: «No caiga usted en la tentación de ser coherente».
He tardado años en entender que existen distintos tipos de coherencia y que alguna de ellas, llevada al extremo, puede ser una forma de debilidad y hasta de cobardía. Por eso desconfío de las personas (y en especial de los políticos) que tienen respuesta para todo. La política bien entendida es una actividad que requiere enormes y constantes dosis de estudio y de reflexión. A mí me asusta quienquiera que tenga respuesta inmediata para todo, quienquiera que nunca diga «ahora mismo no podría responder» o, simplemente: «No lo sé».
Creer que nuestro ‘yo’ es sólo uno es muy práctico. Es esencial para aceptar el relato religioso, el relato científico y el relato democrático (o sea, el Gran Relato Occidental) porque sobre el ‘yo’ se articula la culpa judeocristiana, como también se articula el esquema convencional de conocimiento (es necesario que haya un ‘yo’ que conozca) y, en fin, se articula la noción de ciudadanía: un ciudadano es UN individuo sujeto de derechos y de deberes. Pero en realidad cada uno de nosotros, usted que lee esto y yo que lo escribo, somos un pequeño parlamento (una sinfonía, como diría Pessoa, o un guirigay, según el día). De hecho pensar es escuchar a todas esas voces que nos constituyen, escuchar también a las voces de los demás y, desde luego, a las voces de la mayoría. La mayoría, por cierto, son los muertos. Todo ese caudal de voces son las que conforman un individuo. Usted es una multitud y yo soy otra multitud. Quizá por eso ningún documento oficial sea tan falso como el DNI.
Totalmente de acuerdo. De hecho, la identidad puede ser uno de los grandes engaños de la consciencia humana.
El gran reto es respetar e integrar ese bullicio interno aparentemente contradictorio.
Es importante buscar su integración porque en cada momento sólo puedo hacer una cosa y dicha decisión puede satisfacer unas voces y enfadar a otras.