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Colmenas urbanas para paliar los efectos de la extinción de las abejas
Algunas ciudades como Nueva York, París y Melbourne cuentan cada vez con más adeptos a la apicultura
La brusca desaparición de un ingente número de abejas y colmenas en las dos últimas décadas está generando una creciente preocupación entre los más concienciados con el medio ambiente. Ya en 1994, los apicultores franceses comenzaron a notar en estos insectos una infrecuente desorientación que impedía que retornaran a sus colmenas tras polinizar las plantas, problemas fisiológicos y deficiencias en su sistema inmunológico, además de una considerable reducción en su población. Algunos años más tarde, los agricultores estadounidenses registraron la abrupta desaparición de un gran número de abejas obreras, el conocido como «colapso de colonias» (Colony Collapse Disorder, CCD), que entre 2006 y 2010 provocó la pérdida de entre el 30% y el 40% de las colonias de abejas melíferas en EEUU. En España, según el informe publicado este año por Greenpeace, Alimentos bajo amenaza, esta disminución se sitúa entre el 20% y el 40%.
Esta realidad ha generado la aparición de varios proyectos de apicultura urbana en diferentes países del mundo. París fue la ciudad pionera en impulsar esta actividad, después de que un activista instalara varios panales en los tejados del Palacio Garnier para recuperar una práctica que llevaba legalizada desde el siglo XIX. También está muy extendida en lugares como Londres, Otawa o Melbourne. Pero sin duda la capital con más apicultores urbanos es Nueva York. Tras constatar los efectos del CCD, cientos de voluntarios comenzaron a polinizar manualmente las flores de los árboles de los parques públicos de su ciudad como forma de protesta ante la negativa de los responsables políticos a permitir la instalación de colmenas en los tejados de los edificios. La presión social hizo que, en 2010, el alcalde, Michael Bloomberg, legalizara esta práctica, a la que sólo se oponen aquellos conservadores que no entienden que se impulse la crianza de abejas cuando no son originarias de este país, informa María Ángeles Torres.
Es cierto que, en 2012, se sumaron a esta iniciativa dos hoteles de lujo, el Waldorf Astoria y el Intercontinental New York. Ambos cuentan con varias colmenas en sus azoteas, cuya miel forma parte de uno de los mayores atractivos de sus menús. También lo es que en algunos parques, como el Battery Park, e incluso institutos, como el New York Prep, las dos asociaciones que lideran este proyecto, trabajan con los ciudadanos para que entiendan la problemática de las abejas y enseñarles en qué consiste la apicultura. Sin embargo, son los residentes de Manhattan, cuyas viviendas disfrutan de espléndidos jardines en sus terrazas o tejados, quienes están impulsando esta iniciativa con mayor furor. En total, hay registrados 300 apicultores, aunque se calcula que hay muchos otros que se dedican a esta actividad sin haberse inscrito.
Experiencia piloto en Barcelona
En España la realidad es bien distinta. Actualmente, sólo pueden encontrarse colmenas en el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. La instalación de estos panales presenta un perfil más institucionalizado que el estadounidense, ya que forman parte de un proyecto de la Oficina de Ciencia Ciudadana del BarcelonaLab, liderado por el grupo OpenSystems de la Universidad de Barcelona e impulsado por el Instituto de Cultura de Barcelona. Una de las hipótesis que se baraja desde el museo para explicar la desaparición de estos insectos es su extrema sensibilidad a la contaminación. Por tanto, fomentar la apicultura urbana puede ser de gran utilidad ya que las abejas pueden servir como “indicadores muy precisos de la calidad de vida en las ciudades”. El objetivo de esta institución, por tanto, es “descifrar la información aportada por estos insectos que pueda relacionarse con la salud del ecosistema urbano y que a la vez aporte un nuevo conocimiento sobre el comportamiento de las colonias”.
La iniciativa catalana está tratando de exportarse a otras ciudades españolas.El pasado mes de junio se impartió un taller de apicultura urbana en el MediaLab Prado, cuyos responsables acababan de enviar un proyecto piloto al Ayuntamiento de Madrid para poder colocar colmenas en la ciudad. Aún no han obtenido respuesta. El principal escollo que hay que superar es el vacío legal que existe en la Comunidad de Madrid. En España, la apicultura urbana está legislada por el Real Decreto 35/1985, que establece que los ayuntamientos son los que tienen que permitir tener panales en los cascos urbanos. El Decreto establece unas normas comunes, como la de mantener una distancia de 400 metros de los núcleos poblacionales (a no ser que la colmena cuente con un cerco de más de dos metros de alto, en cuyo caso esta distancia puede reducirse hasta un 75%). No obstante, también contempla la posibilidad de que cada ayuntamiento determine otras distancias en los casos de explotaciones para el autoconsumo, siempre que no se superen las 15 colmenas.
Hay varios motivos por los que es vital que las abejas no desaparezcan. El impacto económico que los insectos polinizadores tienen en la agricultura mundial es de 265.000 millones de euros, algo más de 2.400 millones de euros en España, según explica uno de los expertos de Greenpeace en esta materia, Luis Ferreirim. Por su parte, la FAO estima que, de las 100 especies de cultivos que alimentan al 90% de la población mundial, 71 son polinizadas por abejas. En Europa, el 84% existe gracias a ellas. La extinción de estos insectos provocaría un grave perjuicio en el equilibrio de los ecosistemas, con la consecuente desaparición de cultivos o la sustancial reducción de algunas producciones. Y eso, a su vez, obligaría a cambiar nuestra forma de alimentarnos por la merma en la biodiversidad.
Plaguicidas tóxicos
El principal factor que provoca la desaparición, no solamente de las abejas sino de todos los insectos polinizadores son los plaguicidas tóxicos utilizados en la agricultura industrial, remarca Ferreirim. Además, los estudios del laboratorio de patología del Centro Apícola Regional de Marchamala (Guadalajara), señalan a los patógenos Nosema ceramae y Varroa destructor como principales causantes de la desaparición masiva de las abejas en todo el mundo. Por este motivo, para tratar de salvaguardar el futuro de todas las especies de insectos polinizadores que corren peligro, es necesario prohibir estos plaguicidas ya que, según Ferreirim, “además de ser la medida que puede llevarse a cabo con más rapidez, son los principales responsables de la desaparición de estos insectos”.
A largo plazo, también sería necesario dotar de fondos a las investigaciones orientadas a desarrollar prácticas agrícolas alejadas de la dependencia del control químico de plagas o las centradas en encontrar la forma de acabar con los patógenos que atentan contra la vida de los insectos. Asimismo, habría que mejorar la conservación de hábitats naturales y seminaturales alrededor de explotaciones agrícolas y, sobre todo, cambiar el modelo productivo. Ferreirim recuerda que varios estudios realizados en fincas dedicadas a la agricultura ecológica revelan que, además de mejorar la calidad de los alimentos que ingerimos, estos terrenos “presentan un 34% más de biodiversidad y un 50% más de especies de abejas en comparación con las fincas industriales”. Todo ello sin excluir los proyectos relacionados con la apicultura urbana que, según el experto de Greenpeace, son muy útiles tanto para ayudar a preservar las abejas melíferas como para concienciar y educar a la población. Y es que, como advirtió Víctor Hugo en el siglo XIX, “primero fue necesario civilizar al hombre en su relación con el hombre. Ahora, es necesario hacerlo en su relación con la naturaleza y los animales”.