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La otra España de Jordi Savall

El pasado 30 de octubre Jordi Savall rechazó el Premio Nacional de Música porque aceptar el premio traicionaría sus principios y convicciones

El pasado 30 de octubre Jordi Savall rechazó el Premio Nacional de Música concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. En la carta que remitió al ministro José Ignacio Wert y a los miembros del jurado, Savall se explica.

Aceptar el premio traicionaría sus principios y convicciones. El músico de Igualada hace responsable al Ministerio que le otorga el premio de un «dramático desinterés» y una «grave incompetencia» a la hora de defender y promocionar el arte. Savall espera que su gesto sea un revulsivo en defensa de la dignidad de los artistas, de la importancia de la música en nuestra educación cívica, y que fomente una reflexión sobre el abandono que sufren tantos creadores que trabajan duramente sin apoyos institucionales.

Las músicas de Savall me acompañan desde hace años, y como en tantos otros aficionados forman parte de una memoria musical propia que agradezco. Desde el primer momento encontré en sus discos una empresa filosófica política de altura. Los grandes artistas suelen atravesar las fronteras disciplinares y Savall, a la hora de pensar sus obras junto a sus colaboradores, sus hijos y su compañera de siempre, la excepcional soprano Montserrat Figueras, fallecida en 2011, no ha dudado en comportarse como un filósofo, un historiador y un amante de la poesía, además de como un músico. Es algo que trasciende en cuanto te adentras en las cuidadas obras que edita y los ricos textos que contienen.

«La ignorancia y la amnesia son el fin de toda civilización, ya que sin educación no hay arte y sin memoria no hay justicia». Estas palabras de Savall en su carta a Wert forman parte esencial de su trayectoria. Desde que en los años sesenta empezó a interesarse por un instrumento muy poco conocido, la viola de gamba, aparecida en la España del siglo XV y prácticamente en desuso desde fines del siglo XVIII, hasta las valiosas recuperaciones de tantas obras y autores que ha liderado en las últimas décadas, se puede decir que la carrera de Savall ha estado presidida por la lucha contra la amnesia.

En su música aparece otra España. Aquella que se abría al Mediterráneo y era sefardí y musulmana, tanto como catalana o castellana. Aquella que no dudaba en aprender y colaborar con las músicas que venían de franceses, italianos, turcos, bereberes o armenios. O la que se mezclaba en las Américas, como en sus Folias criollas. Savall ha investigado en bibliotecas y monasterios los manuscritos originales, los documentos académicos, ha tocado y grabado en los lugares donde hace siglos sonaba por vez primera lo creado por autores como Claudio Monteverdi. Todo ello le ha permitido comprender el contexto de elaboración de las obras que ha recuperado. Es un trabajo que por su magnitud no deja de asombrar.

Cuando Savall creaba un disco sobre Cristóbal Colón, escuchábamos en él himnos de la Santa Inquisición, redobles de tambores precursores de batallas, junto a testimonios de la expulsión de los judíos, crónicas de la conversión forzada de los musulmanes de Al-Andalus, y por supuesto los llantos musicales sefardíes e islámicos. Músicas quechuas, granadinas y napolitanas acompañan este disco para mostrar los claroscuros de la aventura, la crueldad y el expolio, el avance del poder en una época de excepcional creatividad, como reconoce Savall. Este espíritu es una constante en sus obras, como la dedicada a Jerusalén, a la historia «de la grandeza y locura» de esta ciudad. Un canto a la paz que no obvia las canciones de cruzada y las marchas de guerra otomanas, y que se inicia con las profecías del Apocalipsis. Una obra dedicada a mostrar cómo quienes profesan distintas religiones, y se sienten transmisores de lenguas y culturas diversas, pueden unir sus voces con indudable belleza.

No es casualidad que la viola de gamba forme el centro del universo musical de Savall. A partir de las obras del enigmático Monsieur de Saint Colombe padre y de sus dos discípulos, Monsieur de Saint Colombe hijo y Marin Marais, intérpretes y compositores principales de este instrumento en la Francia del siglo XVII, fue posible esa gran película que es Todas las mañanas del mundo (1991). Allí Savall dirigió la aclamada banda sonora, lo que significó no solo el César sino un hito más en el reconocimiento que ha ido gozando en el país vecino. Un instrumento casi perdido, delicado y poético, con sonidos evocadores de lamentos y nostalgias, pero también de alegrías —Marin Mersenne escribió que era capaz de imitar la voz humana «en todas sus modulaciones»—, comenzaba a hacerse popular.

De otro de sus autores fetiche, Henry Purcell, Savall grababa entre otras una Fantasía para las violas que nos daba cuenta de ese mundo que pudo ser y no fue en Europa. La llegada de las grandes orquestas, de instrumentos más potentes y el desarrollo de la ópera barrieron las posibilidades de la viola de gamba tanto como la ciencia moderna, las guerras de religión y la expansión capitalista iban cercenando las delicadas ambigüedades, la apertura y escucha del humanismo mediterráneo.

Venía una época de progreso y de certezas, tanto en la política como en el saber y la religión. Para entender ese mundo que se desmoronaba y apenas atisbaba aún lo que venía, podemos leer a los imprescindibles pero resulta de una riqueza trascendental escuchar las músicas de entonces. El repertorio que las formaciones dirigidas por Savall han dedicado a la música inglesa del siglo XVII es otra de las maravillas que le debemos en este sentido.

Frente a la luz, a menudo cegadora y terrible, que nos ha ido mostrando y transmitiendo una determinada Historia de España, triunfal en sus colosales presencias cronológicas a ritmo de fanfarria, Savall ha optado por indagar además acá y allá en los recovecos, en los márgenes, en aquellos lugares que un día fueron centrales pero que fueron duramente expulsados y reprimidos hacia las sombras. No es casualidad así que dedicara un disco exclusivo a la música nocturna, a la hondura constructiva de la letargia, a esa noche donde reina el silencio, abundan el pensamiento, la imaginación y los sueños, donde se tejen y destejen memorias. Es en estas ausencias, que vuelven a sonar y ser cantadas en nuestro siglo XXI, donde el músico ha encontrado otra España capaz de ofrecernos valiosas enseñanzas de nuestro pasado sobre cuestiones democráticas básicas. Hoy las necesitamos más que nunca.

Dice Savall que hemos perdido la capacidad ética, que él vincula al saber cómo relacionarnos unos con otros. Hace años asistí a una lección democrática por parte de Octavio de Juan, componente del cuarteto de cuerda Almus, en torno al quinteto para piano opus 81, de Antonín Dvorák. Contaba el músico en este seminario universitario cómo se relacionaban entre ellos al tocar la música, cómo aprendían unos de otros en los ensayos, cómo era fundamental saber escucharse. El momento de entrar con la viola en escena y acompañar a los violines, al violonchelo, sin apagar sus voces y establecer cierto diálogo entre voces distintas, era delicado. Suponía un trabajo técnico cotidiano y virtuoso, también una sensibilidad que desarrollar desde cada cual.

Las metáforas musicales, las reflexiones sobre la armonía o el contrapunto, han acompañado a menudo algunas de las reflexiones filosóficas sobre la democracia más atractivas. Jordi Savall piensa que frente a la violencia tan presente en el mundo, la música puede ofrecer cierta paz en el interior de los ciudadanos. Qué mejor aprendizaje que el del oído para afrontar la construcción pacífica de lo público desde la palabra. No hay nada más político que esto.

El músico catalán representa lo mejor de esa otra España, la que no se enfanga ni arrasa, la que no peca de soberbia desde la ignorancia ni pierde el alma en la codicia, la mestiza y acogedora, aquella consciente de que el esfuerzo de los artistas, el saber de las humanidades, son apoyos básicos para conformar una democracia digna de tal nombre. Savall también forma parte de ese otro país que reclama algo tan sencillo como que se deje de expulsar a la gente de sus casas. Hoy como ayer.

Por todo ello el pasado jueves fuimos muchos los que ante otro gesto público de coraje y dignidad que nos deja esta dura crisis, dijimos desde muy dentro, gracias maestro.

*Víctor Alonso Rocafort es Doctor especializado en Teoría Política, ha sido profesor en las Universidades de Alicante, Autónoma de Madrid y Complutense. Miembro del Colectivo Novecento.

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