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El problema con la clase media

"Es una clase social con poca cohesión, que debe lidiar con diversas contradicciones, y que contribuye a estabilizar o a agitar una sociedad de una forma claramente perceptible", define el autor

En una intervención en el Congreso de jóvenes pensadores celebrado en el CENDEAC, César Rendueles hizo explícito algo evidente pero apenas tenido en cuenta, como es que la clase media es uno de los dos puntos ciegos (el otro es el estado) de la teoría marxista. Y bien puede decirse que este olvido, general entre la izquierda, se produce por no ser lo suficientemente marxistas y tomar los conceptos como algo cristalizado en una expresión esencial y no como algo que se va desplegando de formas muy diversas según las épocas. Malentender esto, obviando cómo la funcionalidad social de las capas medias se ha transformado radicalmente en las últimas décadas, nos arroja a seguir utilizando mecanismos teóricos que nos fueron útiles hace tres décadas pero que hoy no están operativos.

La clase media es claramente uno de ellos: no se trata de una capa social formada por un conjunto de profesionales que viven en urbanizaciones residenciales valladas y que se definen por ser racistas, clasistas y sexistas, ni tampoco la compone esa burguesía moralista siempre cercana al fascismo y ni siquiera son ya, como diría Bourdieu, la parte dominada de la clase dominante.

La clase media es hoy algo mucho más amplio, precisamente porque no tiene sólo que ver con los recursos materiales, sino que también incluye la autopercepción (una encuesta del CIS de julio de 2014 afirmaba que el 72% de los españoles se define de clase media, a pesar de que la realidad contradiga ampliamente esta percepción) y con un conjunto de valores, ligados a la estabilidad, la linealidad y el deseo de un futuro mejor. Es una clase social con poca cohesión, que debe lidiar con diversas contradicciones, que en cada época y en cada contexto las ha resuelto de una manera, y que precisamente por el lugar nuclear que ocupa, contribuye a estabilizar o a agitar una sociedad de una forma claramente perceptible. El mismo auge de Podemos nace en ese espacio: no han sido las masas obreras las que han tomado las calles, sino un montón de personas de clase media, entre los que había muchos estudiantes universitarios y muchos funcionarios, gente que había votado a partidos institucionales y gente a la que activó el descontento, la que ha provocado su éxito.

Se trata de una clase importante políticamente desde dos puntos de vista. En primer lugar, desde el estratégico, porque no hablamos de personas resentidas por haber perdido muchos de sus recursos y gran parte de su futuro, sino de un estrato social que se ha convertido en claramente disfuncional para un capitalismo que está tratando de acabar con él; los valores en que se sostiene de continuidad y estabilidad, pero también de defensa de las normas, son una piedra importante que el capitalismo del siglo XXI necesita remover. En segundo lugar, desde el social, porque es un potente foco de resistencia frente a un capitalismo decididamente antipuritano, como suele subrayar Santiago Alba, que odia todo tipo de anclajes y límites y que está tratando de asentar un mundo fluido, volátil y vitalmente frágil.

En este contexto, en lugar de analizar qué le ocurre a la mayoría de la gente, buena parte de la izquierda ha puesto sus esperanzas en una clase obrera inexistente hoy en España (no somos Gran Bretaña, donde esa cultura aún permanece) y que tendría su expresión más reciente en el mundo chav. Pero éstos son una apuesta dudosa, porque pueden acoger sin problema esa crítica que se hacía a las viejas clases medias, que estaban muy contentas con el sistema pero insatisfechas con su posición dentro de él. De modo que quizá sea mejor reparar en la realidad y apoyarse políticamente en una mayoría que está viviendo contradicciones poderosas y que puede ofrecer instrumentos de resistencia. Máxime cuando la energía política que han puesto en marcha a través del descontento puede canalizarse de maneras muy diferentes, y desde luego no liberadoras.

*Esteban Hernández es periodista. Autor de El fin de la clase media (Ed. Clave Intelectual)

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