La Uni en la Calle
Espacio urbano, desigualdad social y vida cotidiana
El espacio urbano colabora en la constitución de las relaciones de desigualdad y reproduce los sistemas de dominación, pero también refleja ámbitos de resistencia, sostiene la autora, profesora de Antropología
La clase de hoy la vamos a dedicar a discutir cómo el espacio urbano es una construcción social y, como tal, refleja múltiples relaciones sociales de desigualdad. Los ciudadanos, a través de su actividad en la vida cotidiana, sus discursos, sus valores y expectativas, van apropiándose de los espacios de la ciudad. Sugerimos rescatar este concepto de vida cotidiana como ámbito donde se reproduce la sociedad, sus relaciones de dominación y sus valores hegemónicos, pero también como ámbitos donde experimentamos sus contradicciones y creamos y elaboramos alternativas, soñamos, recreamos nuestra memoria y construimos nuestro futuro.
Nos basamos en aquellos autores que, desde los estudios urbanos, mantienen que el espacio es el resultado de la actividad de los seres humanos históricamente constituida, cuestionando la visión más común de que la ciudad es una especie de escenario, casi “natural”, donde suceden procesos y acontecimientos. El espacio urbano, citando a la antropóloga norteamericana Helen Safa, es “la expresión de los procesos socioculturales”, está socialmente construido a través de las relaciones sociales y la actividad de sus habitantes. Así, el espacio urbano es una forma material porque está producido por la práctica de la gente. La ciudad es el ámbito donde los procesos sociales se intensifican y densifican, es un foco de manifestaciones culturales y sociopolíticas heterogéneas y es el espacio de las prácticas cotidianas de la mayoría de los habitantes de las sociedades actualmente, lo que implica una aproximación a la enorme heterogeneidad de formas de vida de las ciudades.
Estas prácticas de sus habitantes están imbricadas en relaciones de desigualdad; es decir, si el espacio urbano está socialmente construido y vivimos en una sociedad estructurada en torno a relaciones de poder y a sistemas de dominación de género, etnicidad, clase y edad, todas estas relaciones de desigualdad también aparecerán reflejadas en ese producto social que es el espacio (por supuesto, el espacio refleja muchas más cosas, como la cohesión, la identidad y la solidaridad, pero eso es tema de otra clase). Nuestras ciudades, por tanto, reflejan la desigualdad social, que se muestran en las diferencias entre los barrios, en la presencia de urbanizaciones de ricos y clases medias y espacios segregados y pobres, de asentamientos informales y barrios planificados, en espacios de miedo para las mujeres (diría Teresa del Valle), espacios difíciles de P. Bourdieur, los espacios étnicamente definidos de inmigrantes o minorías etc.
Con el cambio de modelo de crecimiento económico que vivimos desde mediados de los años 70, la nueva cuestión urbana avanza fracturando territorios desconectados a nivel social y espacial, consolidando una ciudad en la que coinciden tres procesos paralelos: la relegación urbana de los sectores populares en las devaluadas viviendas sociales; la gentrificación o elitización de los centros históricos habitados por clases altas vinculadas a la globalización; la periurbanización de las clases medias que huyen de la ciudad-centro hacia residencias cerradas y vigiladas. Es decir, se está creando una ciudad “posfordista” mucho más desigual y polarizada social y económicamente, cuya consolidación conlleva enormes implicaciones socio¬espaciales, entre ellas, una fuerte concentración de inversiones de capital en espacios considerados estratégicos y el reforzamiento de la segregación interna y los procesos de dualización espacial.
Pero hay que pensar que el espacio urbano no es sólo constituido por las relaciones sociales de dominación; es también un agente en la reproducción de esas relaciones. Por ejemplo, pensemos en cómo se aplican las categorías de suciedad, violencia, delincuencia, desestructuración a los barrios pobres y, con ellos, a sus habitantes. Un espacio pobre es sucio porque está habitado por gente sucia, no porque no haya unos servicios públicos adecuados para su mantenimiento y limpieza; los barrio pobres son violentos porque sus habitantes son violentos, no porque la Administración Pública ejerza cierta violencia en sus calles al tenerlos abandonados y con una estrecha vigilancia policial; y, a la inversa, las urbanizaciones de clases medias, los PAU, con su modelo de ciudad de diseño y control, miedo y seguridad, los espacios privilegiados donde habitan las élites, son limpios y seguros porque en ellos residen “personas de orden”. Es decir, el espacio urbano colabora en la constitución de las relaciones de desigualdad y ayuda en la reproducción de los sistemas de dominación.
Pero si el espacio urbano es constitutivo y constituye relaciones de dominación, también esconde y refleja ámbitos de resistencia, de alternativas, de sueños, de expresión de la historia y la memoria por parte de los colectivos menos favorecidos, colaborando en la creación de modelos de ciudad diferentes a los hegemónicos. Es a esto a lo que llamamos apropiación del espacio urbano, la actividad que la gente hace a través de sus prácticas cotidianas, inscribiendo en ese espacio sus valores y significados, rescatándolos y creando. En términos conceptuales la noción de apropiación permite cuestionar la idea del sujeto subalterno como un actor pasivo, sujetado por las normas y tradiciones, arrasado por la inercia institucional y sobre-determinado por el orden social imperante. Esta apropiación se hace en los grandes momentos de la historia, pero también en la vida cotidiana de la gente.
Las contradicciones que nos presenta a diario vivir en la sociedad capitalista son expuestas a través de la noción de vida cotidiana por Àgnes Heller, mientras que el antropólogo francés Michael de Certeau considera la vida cotidiana como el lugar donde se dan las resistencias a la dominación, ámbito que se escapa a los mecanismos de poder y disciplinarios. Para Agnes Heller, la vida cotidiana se relaciona con la actividad de los sujetos y su capacidad para apropiarse de los procesos sociales. En la visión helleriana, si bien es cierto que en el ámbito cotidiano el sujeto adquiere elementos y capacidades para mantener la relativa continuidad de las instituciones y una orientación casi adaptativa hacia el mundo dado y constituido por el poder, también se generan nuevas categorías que cuestionan esa adaptación y crean la posibilidad de trascender la reproducción social. En este sentido, el sujeto está en tensión y maduración constantes para conservar su mundo concreto a la vez que genera el cambio y la transformación. Así, Heller identifica la noción de vida cotidiana como el lugar donde se hace la historia, sin ubicarse fuera de la historia; es el ámbito donde la gente reproduce la sociedad, sus relaciones de dominación y sus valores hegemónicos, pero también donde crea alternativas, recrea su memoria y sueña en el futuro; es el lugar de la resistencia y de las posibilidades de poderes antagónicos.
La antropología, en los contextos urbanos de profunda desigualdad, visibiliza cómo la gente concreta en contextos concretos construye la ciudad y sus espacios a través de las prácticas de su vida cotidiana.
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Pilar Monreal Requena es profesora de Antropología en el Departamento de Antropología y Pensamiento Filosófico Español. Especializada en Antropología Urbana, ha realizado trabajos de campo en Madrid, Nueva York y Buenos Aires; especialmente interesada en temas de producción y reproducción de las desigualdades de género, clase y etnicidad en las ciudades.