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Barquillo 44: historia del movimiento feminista en Madrid

El local de Barquillo 44 cierra sus puertas tras 36 años como punto de referencia del movimiento feminista de Madrid

De la sección femenina al feminismo autónomo

Fiestas para celebrar la liberación sexual y la visibilidad lésbica, manifestaciones del 8 de marzo, clases de autodefensa, campañas por el derecho al aborto o contra la violencia machista. Observando los carteles y panfletos que ahora se acumulan en cajas, nadie diría que el segundo piso de la calle Barquillo, número 44, de Madrid fue una de las sedes de la Sección Femenina bajo el franquismo.

Durante la transición, los recién legalizados sindicatos de clase negociaron la cesión de los espacios que anteriormente había ocupado el Sindicato Vertical para poder llevar a cabo su actividad fuera de la clandestinidad. Del mismo modo, algunos sectores feministas exigieron que los locales ocupados por las mujeres de la Falange se destinasen a los colectivos que estaban luchando por los derechos todavía negados a la mitad de la población.

En 1978 comienza la intensa y reivindicativa historia de Barquillo, como se conoce informalmente este espacio en el movimiento feminista. Pronto se convirtió en un hervidero de actividad: por sus cerca de 200 metros cuadrados han pasado en estos 36 años más de 100 grupos “con sus distintos planteamientos y preocupaciones”, como afirma el manifiesto, y miles de personas, especialmente mujeres.

Resistencia a la institucionalización

Como la propia historia del movimiento feminista, la de Barquillo ha estado “llena de encuentros y desencuentros” pero sobre todo “de fuertes lazos de solidaridad”. Luisa Capel, que se acercó por primera vez a este local después de la eclosión del 15-M, lo caracteriza como “un espacio inclusivo donde todos los feminismos son bienvenidos aunque las discusiones puedan ser acaloradas”.

Por encima de todas las diferencias, Barquillo ha sido siempre un espacio de confluencia. Durante años la comisión de preparación de los actos en torno al 8 de marzo (día internacional de las mujeres) ha convocado aquí sus reuniones abiertas. Vera, del colectivo L.I.L.A.S., recuerda participar en el agitado debate que concluyó con la convocatoria de esta manifestación coincidiendo con el día previo a las elecciones generales de 2008, que se celebró a pesar de la prohibición de la Junta Electoral. “Otras comisiones han sido bastante más relajadas”, reconoce la activista.

Los feminismos que han dado vida a Barquillo se han caracterizado siempre por su carácter crítico, reivindicativo y autónomo. A pesar de la dependencia formal de la Administración Pública (inicialmente del Ministerio de Cultura y después del Instituto de la Mujer), el espacio siempre ha sido autogestionado. Eran los propios grupos quienes acordaban las normas básicas de funcionamiento interno.

Desde mediados de los años 80, con la consolidación del gobierno socialista, la amenaza de institucionalización se cierne sobre los movimientos sociales y vecinales. Buena parte del feminismo no es inmune a este proceso. Barquillo, pese a los intentos del Instituto de la Mujer de gestionarlo como una ONG al uso, se logró mantener como reducto del feminismo activista más reivindicativo y autónomo.

Las recientes movilizaciones que, unidas a otros factores, han logrado paralizar la reforma de la ley del aborto impulsada por Gallardón se han fraguado en las salas de Barquillo. La Biblioteca de Mujeres, hoy gestionada por el Estado, nació aquí. Mucho antes de que la violencia machista fuese asumida, con mayor o menor acierto, como un problema público, la Comisión Antiagresiones, reunida aquí, se convirtió en un referente para todos los barrios de Madrid.

La lucha (feminista) sigue

Juani, que participa en el grupo Mujeres y Teología, recuerda que conoció el espacio en 1989, “por una novia que tenía entonces”. Silvia empezó a frecuentarlo en esas fechas, “cuando rondaba los 16 años”. Manuela Fernández, de 58, destaca la capacidad de “regeneración del movimiento” que ha tenido Barquillo “al ir enganchando a nuevas generaciones de mujeres”. María Bilbao, de L.I.L.A.S., confiesa que la primera vez que acudió, ya en este siglo, “me intimidaba un poco ir a un lugar con tanta historia y tantas históricas”.

Esta semana Barquillo 44 cierra sus puertas de forma definitiva. “Sabemos que nuestro traslado (…) es una consecuencia de los tiempos que vivimos”, afirma el manifiesto. Después de duras negociaciones que se han extendido a lo largo de varios años,  se ha logrado la cesión de un nuevo local en la calle Bravo Murillo 4, de dimensiones mucho más reducidas.

Para afrontar el cambio con buen sabor de boca, este sábado se ha convocado una fiesta de despedida en el histórico local de Barquillo. “El movimiento sigue allá donde vayamos”, afirma María Bilbao. “Me da mucha pena que se pierda, aunque la lucha (feminista) sigue”, coincide Aitana Garí. Esta postura se comparte incluso desde posturas más críticas, como la de Silvia: “Aunque no participe de él, me gustaría que siguiera existiendo. Los espacios feministas no abundan y son necesarios”.

Entre las mujeres que, de forma colectiva y autogestionada, han realizado las tareas de limpieza y mudanza se percibía cierta tristeza, pero también esperanza. Junto con el ingente archivo de publicaciones, pancartas y carteles se trasladan al nuevo local cientos de recuerdos que sólo existen en la memoria colectiva de este movimiento. «Desde los viejos y nuevos espacios», advierte el manifiesto, se seguirá impulsando «la revuelta feminista».

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