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¿Estamos libres del temor y la miseria?

Roosevelt y Churchill firmaron en 1941 la Carta Atlántica para que "todos los seres humanos y todas las naciones puedan vivir hasta el final de sus vidas libres de temor y miseria"

Roosevelt y Churchill quisieron asegurarse las espaldas frente a la Rusia de Stalin mucho antes del final de la guerra. Era urgente preparar un contexto mundial uniforme que garantizara a largo plazo la soberanía del libre mercado. Y firmaron en 1941 la Carta Atlántica para que «todos los seres humanos y todas las naciones puedan vivir hasta el final de sus vidas libres de temor y miseria» (Freedom from fear and want). Esta elogiable declaración de intenciones contenida en su párrafo sexto constituyó la primera piedra de las Naciones Unidas. Y su primera gran mentira. ¿Todos los seres humanos? ¿Todas las naciones? ¿Y temor a qué? ¿A los fantasmas? ¿A la oscuridad?

Indudablemente, los únicos seres humanos y las únicas naciones beneficiarias eran las firmantes de esta Carta. Y el temor no podía referirse nada más que a otra guerra dentro de sus fronteras. Dos fueron las causas profundas que desataron el conflicto bélico en Europa, y dos los males de los que había que desembarazarse a toda costa: judíos y pobres. A tal fin se crearon los Estados de Israel y del Bienestar. El primero, para alejar del viejo continente el último vestigio de la cruzada étnico-religiosa; el segundo, para acabar con la lucha de clases y la amenaza del comunismo. Aunque nos abochorne admitirlo, coincido con Jean Claude Milner en que la Europa «democrática» nació del genocidio. Y no sólo del nazi.

En sólo seis décadas la utopía capitalista se hizo realidad gracias a que la mayoría planetaria abdicó en la tiranía del consumismo globalizado. Rusia y China incluidas. Pero nadie nos ha librado del miedo y la miseria. Todo lo contrario. Sigue siendo y será el eje del sistema. Como siempre, el miedo se viste del “otro”. El que no es de aquí. El que no está aquí. Miedo al terrorismo islámico para que se quede donde está. Miedo a los virus mortales para que sigan matando a los otros donde estén. Miedo a los migrantes como potenciales portadores de la enfermedad para que se mueran allí. Y miedo a los que nos rodean y que se parecen a ellos para que se mueran a su lado. Somos un insaciable agujero negro que devora la materia y la energía del planeta de manera imparable e irreparable. Y como no hay más tarta que repartir, parece que no queda otra que menguar la lista de invitados a la fiesta. Esa es la razón de ser de las Directivas de la vergüenza, de las vallas de la vergüenza, de los desahucios de la vergüenza, de las vergonzantes multas a quienes buscan comida en la basura, y de esta vergonzante “emigración de sustitución” con españoles, griegos y portugueses como recambio de los “otros” que ahora sobran.

No es la primera vez en que la anulación por la economía de toda forma política conduce a una catástrofe global. En 1930, un año después del crac bursátil, The Economist comentaba: «El mayor problema de nuestra generación consiste en que nuestros éxitos en el plano económico superan de tal modo al éxito en el plano político que la economía y la política no pueden guardar el paso. Desde el punto de vista económico, el mundo es una unidad integral de acción. Políticamente, ha permanecido fragmentado. Las tensiones entre estos dos desarrollos contrapuestos han desencadenado una serie de conmociones y de quiebras en la vida social de la Humanidad«. La historia es un bucle y se repite por definición. Bush se gastó tres veces más en reflotar la banca hipotecaria que en la guerra de Irak. Obama y Merkel han vuelto hacer exactamente lo mismo. El primer mundo se gastó un millonada en vacunas inservibles contra la Gripe A y ahora harán lo propio contra el Ébola. Todo sea por mantenernos «libres del temor y la miseria».

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