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Bruselas, la capital de los grupos de presión
Miles de lobistas intentan marcar la agenda de las instituciones comunitarias
[Este artículo forma parte del dossier sobre la banca que se encuentra en el número 20 de La Marea que ya está a la venta en quioscos y aquí]
BRUSELAS // Un fantasma recorre Europa, el fantasma… de los lobbies, podría haber escrito hoy Carlos Marx para comenzar su Manifiesto Comunista, que redactó, paradojas de la vida, en Bruselas, hoy convertida en capital europea y paraíso de los grupos de presión. Se calcula que unos 30.000 lobistas trabajan aquí frente a los casi 60.000 funcionarios europeos. Esta cifra habla de las dimensiones de este fenómeno en la urbe que acoge las sedes d la Comisión y el Parlamento Europeo (PE).
“Unas 500 grandes empresas tienen en Bruselas sus propias oficinas de lobby, a las que hay que sumar firmas consultoras, agencias de relaciones públicas, asociaciones sectoriales, bufetes de abogados… También hay ONG, sindicatos y otros grupos de la sociedad civil, pero éstos representan un tercio del total frente a los lobbies industriales”, aseguran fuentes del Corporate Europe Observatory (CEO), con sede en Bruselas y dedicado a ser el «lobby contra los lobbies», como ellos mismos se autodefinen.
“Hace ya tiempo que la facturación anual de los lobbies de la industria superó los 1.000 de euros”, apostillan. Así que acaso no sea fortuito sino tremendamente simbólico que la Casa del Cisne de Bruselas, en plena Grand-Place, donde Marx escribió su Manifiesto mientras vivió en la ciudad (1845-1848) y que posteriormente fue el lugar que vio nacer al Partido Obrero Belga en 1885, sea hoy un restaurante de lujo con una carta de vinos que ofrece botellas de más de 1.100 euros.
No existe, sin embargo, un dato oficial de lobistas, por lo que la cifra real podría ser mucho más elevada. Esto es así porque, aunque existe un registro de transparencia para los grupos de presión que actúan en el Parlamento y la Comisión Europea, no es de carácter obligatorio debido al bloqueo de la Comisión.
En este registro faltan nombres importantes, como el Banco Santander. Su ausencia causa extrañeza ya que el banco tiene oficinas en Bruselas. Sí que están presentes en el registro otros de los principales bancos europeos (BNP Paribas, Deutsche Bank, Barclays) y hasta americanos (JPMorganChase). El único español que aparece es el BBVA, que declara emplear a tres lobistas y gastar 600.000 euros al año en estas actividades. Tampoco son cifras récord para el sector, todo hay que decirlo. La patronal, BusinessEurope, que se jacta de ser el grupo de presión más poderoso de Bruselas, tiene registradas a 27 personas y declara un presupuesto anual de 4,2 millones de euros.
En el registro oficial hay inscritas 6.700 empresas, asociaciones, firmas, consultoras y otras entidades. La UE estima que suponen el 75% de los lobbies que trabajan en Bruselas. La radiografía de los grupos de presión es muy variada. Según el balance de mediados de 2014, hay inscritos 3.343 despachos que representan a empresas o asociaciones profesionales, 1.738 de ONG, 827 de consultoras o bufetes de abogados, 481 grupos de presión o instituciones académicas, 307 organizaciones locales o regionales y 42 organizaciones religiosas o eclesiásticas.
Los nombres registrados con más peso, además del medio centenar de multinacionales, son BusinessEurope, la Mesa Redonda de los empresarios de la Industria (que agrupa a 60 multinacionales europeas, como Renault, Volkswagen, Nestlé, Total o Telefónica), consultoras como Burson-Marsteller, Hill&Knowlton o Fleishman&Hillard, la Cámara de Comercio de Estados Unidos, la Federación de la Banca Europea, la Mesa Redonda Europea de Servicios Financieros y la City of London (que representa cientos de bancos y fondos de inversión de la City).
Junto a estos nombres aparecen también ONG ecologistas y transnacionales como Greenpeace o Amigos de la Tierra, la Asociación para la Salud Animal, la Diputación de Barcelona o el Fórum Hindú de Europa, por citar algunos ejemplos. En cualquier caso, perfiles muy diferentes pero con una cosa en común: todos quieren influir en las decisiones que les afectan.
Influir en los textos legales
La presión gravita en torno a dos polos: la Comisión y el Parlamento Europeo. “En uno y otro caso, el trabajo es muy distinto”, explica un lobista español que trabaja en Bruselas desde hace cuatro años. “La Comisión, no el Parlamento, es el órgano que tiene la iniciativa legislativa de la UE, de manera que los lobistas buscan influir para que la propuesta inicial de la Comisión beneficie a sus representados. En el Parlamento, en cambio, se trata más de conocer la opinión de los partidos y los europarlamentarios sobre un tema concreto e intentar que recojan las preocupaciones del sector que representamos y, en su caso, proponerles que presenten enmiendas a los textos legales que se van a votar en la Cámara”.
En teoría, todo puede ser perfectamente lícito. Pero los límites son difusos y el mundo ideal casi nunca encaja con el mundo real. En el caso de las enmiendas, el informe del CEO revela el testimonio del eurodiputado sueco Carl Schlyter, quien asegura que “más del 95% de todas las enmiendas en la regulación sobre gases fluorados provinieron en su momento de los grupos de presión empresariales”. Todo perfectamente legal; eso sí, muy poco transparente.
“Hay muchas razones legítimas para querer tener voz en la toma de decisiones”, explican desde el CEO, que desde 2003 publica la guía Lobby Planet, una completa radiografía de esta actividad y sus protagonistas en Bruselas. “Sin embargo, el poder del dinero junto con la complejidad del proceso y, en muchas ocasiones, la falta de responsabilidad en los procesos de decisión dentro de la UE, crean un entorno propicio donde acaban primando los intereses de las grandes empresas por encima de la voz de la sociedad civil y hasta de los criterios técnicos”, apostillan el CEO. Cita casos como el del eurodiputado conservador británico Giles Chichester, del Comité de Investigación y Energía del PE, “quien mantuvo 219 reuniones con lobistas, en su mayoría de la industria, en un período de seis meses”.
La Comisión y el Parlamento elaboran estudios e informes técnicos sobre todos los sectores y áreas. Sin embargo, a la hora de la verdad, a lo que la UE le da importancia es al diálogo con los sectores económicos y sociales. Y ese diálogo es el marco ideal para el lobby, para contrarrestar y cuestionar sin dificultad el resultado de cualquier informe que ponga en riesgo sus intereses empresariales.
Jesús Iborra, técnico del PE y antes de la Comisión en el área de políticas pesqueras, asegura que “aunque los informes técnicos propios de la UE indican sin ambages que hay que emprender reformas severas en la política pesquera (como las cotas topes de pesca), al final en las reuniones del Consejo de Europa, que tiene las competencias pesqueras, acaban primando los intereses empresariales y políticos, de manera que el sistema, que es absolutamente ineficaz como está ahora, sigue sin modificarse”. Iborra asegura que en su experiencia no ha tenido contacto con lobistas porque éstos no actúan a este nivel en la administración. «Los técnicos trabajamos”, asegura, “con plena independencia profesional”. De hecho, es muy frecuente que los informes y estudios propios de la UE contradigan y hasta critiquen con severidad las propias políticas comunitarias.
El caso es que los lobistas actúan a niveles superiores, en los gabinetes de altos cargos europeos, es decir, de los directores generales y los propios miembros de la Comisión, que intentan demostrar que tienen los pies en el suelo y que no están encerrados en sus despachos, aislados del mundo y de la realidad mundana en sus torres de marfil. Por su parte, las organizaciones que critican el sistema de operaciones de Bruselas temen que un comisario europeo es mucho menos dado a escuchar, digamos, a la Asociación para la Salud Animal que a Nestlé.
El problema, además de esta capacidad de influencia y penetración, es la escasa transparencia en que se produce, lo que hace que pueda alcanzar niveles preocupantes. Para destapar esta sospechosa cercanía, en un informe sobre los lobbies y las políticas climáticas, publicado en marzo, Europe Corporate revela, entre otras cosas, un mail enviado el 3 de septiembre de 2013 a Nicole Schwager, del gabinete del comisario de la Energía, el alemán Günther Oettinger, en el que el remitente escribe: “A primeros de junio tuve el placer de compartir una cena con el comisario Oettinger en las celebraciones de cumpleaños del Klaus Mangold [asesor ejecutivo de DaimlerChrysler] en Munstertal […] Me preguntaba si él [Oettinger] tendría algo de tiempo para continuar nuestra conversación de Munstertal sobre el futuro de la energía y el CO2 en Europa”.
¿Quién tendría la familiaridad de haber cenado con un comisario europeo en la cena de cumpleaños de un asesor de DaimlerChrysler y a los pocos días escribirle un mail al dirigente europeo para retomar la conversación de aquella noche? ¿El responsable del Foro Hindú? No lo parece. ¿Maarten Wetselaar, vicepresidente ejecutivo de la rama de Gas en Shell? Ahí tienen la respuesta. Precisamente, las políticas climáticas y energéticas son uno de los ámbitos en los que más esfuerzos están desplegando los lobbies industriales.
Puertas giratorias y el >TTIP
Otra de las estrategias de penetración de los grandes lobbies en el sistema de toma de decisiones son las llamadas puertas giratorias. Corporate Europe Observatory ha denunciado el caso reciente del sueco Marten Westrup, en la actualidad funcionario de la Dirección General de la Energía de la Comisión y ex lobista precisamente de BusinessEurope, la patronal europea. “Cuando Barroso, Hedeggard, Oettinger se reunieron por primera vez en febrero de 2013 para discutir las líneas de plan climático de cara a 2030”, explica un informe de Europe Corporate, “basaron el debate en un documento de Westrup, que había asumido claramente las prioridades de BusinessEurope. Westrup ha circulado a través de las puertas giratorias entre la Comisión y la patronal de empresarios europeas varias veces. Primero trabajó para la Dirección General de Empresa e Industria entre 2007 y 2010 precisamente en el área de políticas industriales y emisiones de CO2 de los coches. De ahí volvió a BusinessEurope, desde donde regresó a la Dirección General de Energía”, en la que actualmente desarrolla sus funciones.
Las negociaciones sobre el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, en sus siglas en inglés), que comenzaron oficialmente en enero de este año, son también otro de los frentes donde más presión están ejerciendo los lobbies de la industria. Según la Comisión, el objetivo es “eliminar barreras e igualar regulaciones” para establecer una especie de mercado común entre ambas zonas, EEUU y la UE, cuyas relaciones comerciales son las más altas del mundo (2.000 millones de euros al día).
Para detallar los futuros beneficios del TTIP, la Comisión cita un estudio independiente (realizado en marzo del año pasado por el Centro de Investigación de Políticas Económicas de Londres) que asegura que “las compañías ahorrarán millones de euros, crearán cientos de miles de puestos de trabajos y el PIB aumentará un 0,5% anualmente”.
Sin embargo, un estudio del Parlamento Europeo publicado el pasado mes de julio sobre las implicaciones de este tratado critica que “una cuestión aún no respondida por la Comisión es si un Tratado de esta profundidad y envergadura va a desarrollar o a minar el mercado interior europeo”, y advierte de que “si el Tratado no es propiamente negociado y puesto en práctica puede conllevar una reducción de los estándares de la UE en sectores clave como el medioambiente, la energía, la protección de los consumidores o internet”.
Precisamente, la ONG Amigos de la Tierra ha puesto su mirada en las repercusiones ambientales. Según la ONG, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha puesto sobre el tapete, puede que de forma no tan inconveniente, la dependencia energética de Europa (que importa más del 50% de su energía, la mayor parte de esto de ambos países en conflicto). Esto, unido a las quejas constantes y recurrentes de los lobbies y de la industria sobre el elevado precio de la energía en Europa (varias veces más que en Estados Unidos) se ha traducido en la práctica en que el debate en torno al gas de esquito y las arenas bituminosas, es decir, el fracking, esté más que sobre la mesa, a pesar de que sus consecuencias devastadoras para el medio natural y de ser una prácticamente altamente emisora de gases de efecto invernadero, lo que iría contra los propios y ya débiles objetivos de la UE en materia de CO2: reducir un 40% las emisiones en 2030 (respecto a 1990).
El fracking, defiende la industria, permitiría la industria europea autoabastecerse y reducir mucho el coste de la energía. Quizás por eso la UE se abstuvo en enero, al presentar su plan climático, de proponer medida alguna sobre este sector, considerado de momento competencia propia de cada país. ¿Se debe esta parálisis al ejercicio de los lobbies?
Según un informe de Amigos de la Tierra, “los contactos con direcciones generales clave de la Comisión, como Medio Ambiente, Acción por el Clima, Energía, Empresa y Comercio, revelan la intensidad de las campañas de los lobbies. Según la información obtenida tras peticiones formales a la UE, se concluye que la Comisión ha mantenido al menos 68 encuentros o citas con representantes de la industria en el último año frente a sólo seis reuniones en grupos de la sociedad civil”.
De momento, tanto las medidas del plan del clima con las negociaciones del TTIP son negociaciones que están en marcha, aún sobre la mesa, esa mesa en la que se está echando el pulso de cuyo resultado puede depender qué sentido toman las líneas maestras de la política europea.
Mas que lobistas, yo les llamaría lobos carroñeros.