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De lo solidario y lo idiota en la ciudadanía

Las personas tenemos la pulsión individualista y materialista, pero también las tendencias colaborativa y empática. La mayoría de nosotras aún nos contagiamos de la alegría y la tristeza ajenas y tendemos a pedir ayudar y a ayudar

¿Es posible que en un futuro no muy lejano surja el “brazo armado” del 15M? ¿Podrían enfermos terminales víctimas de la degradación de nuestro sistema sanitario público y de la crisis/estafa tomarse la justicia por su mano asesinando a políticos corruptos? Éstos son escenarios hipotéticos que plantean dos creaciones artísticas a las que recientemente he tenido acceso: la obra de teatro New Order y el libro y el proyecto de serie de televisión La revolución de los ángeles.

En ambos casos, la degradación social en nuestra sociedad lleva a una respuesta violenta contra los responsables percibidos de la crisis económica, política y social que estamos padeciendo. Sin valorar la calidad artística de ambas creaciones, quiero compartir un par de reflexiones para el debate, que considero pertinentes en la actual situación, a partir de las ficciones presentadas en dichas creaciones. Por limitación de espacio y por falta de interés personal, no entraré en el debate de la legitimidad de la violencia ni en el de la posibilidad de violencia insurgente en el contexto actual.

El solidario y el idiota que tenemos dentro

Tal y como aparece de forma explícita en New Order considero que como ciudadanía deberíamos hacernos una autocrítica, que desgraciadamente encuentro poco. La situación actual es consecuencia de unos valores materiales e individualistas que hemos fomentado y disfrutado durante muchos años la mayoría de la ciudadanía, en la mayoría de casos sin ningún asomo de crítica ni de voluntad de cambio.

¿Qué diferencias de valores hay entre el político que quiere tener la mayor red mundial de trenes de alta velocidad y la personas trabajadoras endeudas hasta las cejas para tener un cochazo? ¿Somos éticamente diferentes el miembro del consejo de dirección de cualquier banco que hace lo posible por maximizar el fraude y la elusión fiscal y los trabajadores de la función pública que nos escaqueamos en el curro o utilizamos la fotocopiadora de la faena como si fuera nuestra? ¿Podemos criticar a quien especula millones en bolsa si preferimos comprarnos 5 camisetas de 5€ que sabemos están hechas en condiciones social y ambientalmente muy dañinas en vez de optar por comprar sólo dos más caras pero elaboradas en condiciones dignas? ¿Es peor que un político acepte regalos de una empresa farmacéutica que que lo haga un médico? Las consecuencias son cuantitativamente muy diferentes, pero las actitudes subyacentes pueden no serlo tanto.

Al mismo tiempo, lo más esperanzador de los actuales movimientos sociales que están actualmente en expansión es ver que promueven de forma más o menos práctica y concreta valores colaborativos y no materialistas, más allá de la satisfacción de las necesidades básicas. Las personas tenemos la pulsión individualista y materialista (“idiota”, en sentido etimológico) pero también tenemos las tendencias colaborativa y empática (“solidaria”). La mayoría de nosotras aún nos contagiamos de la alegría y la tristeza ajenas y tendemos a pedir ayudar y a ayudar.

El impulso idiota, esta ilusión de autosuficiencia individual, se basa, de hecho, en un gran error de interpretación de la realidad, ya que, excepto respirar, todo el resto de actividades que realizamos implican la participación previa o simultánea de otras personas, normalmente muchas. Esto es así incluso para nuestras necesidades fisiológicas, ¿o hay alguna persona que se fabrique solita su papel higiénico y su sanitario durante todo el proceso?

Por otra parte, solemos limitar nuestras pulsiones prosociales a nuestra gente cercana. El gran reto es cómo trascender la empatía y la solidaridad hacia la persona cercana para hacerla extensible hacia los miles de millones de personas que formamos la humanidad como conjunto y así minimizar la tendencia chanchullera o simplemente de ignorancia hacia las personas desconocidas. Actualmente, los problemas que afrontamos la realidad trascienden nuestros terruños y se interrelacionan con los del resto del mundo. Sin embargo, tengo la impresión de que nuestras habilidades sociales aún son las mismas de las de nuestros antepasados que hace 30 mil años convivían en grupos de 20-30 individuos y se peleaban, de vez en cuando, con otros grupos por el control de los recursos. Y esta contradicción entre la magnitud y globalidad de los problemas que hemos generado y nuestra tendencia al tribalismo quizá sea la mayor amenaza para la humanidad. Para esta contradicción, no encuentro más respuesta personal actualmente que intentar actuar de acuerdo con el imperativo categórico kantiano: “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”. El gran reto es como generalizarlo a toda la población

De la paranoia a la realidad

Tanto New Order como La Revolución de los ángeles muestran, de forma más o menos explícita, la existencia de un sistema oculto de poder totalitario. Éste se basaría en el control y en la manipulación de la información y en el uso del poder y de la violencia de forma legal o ilegal por parte de las personas beneficiadas por el sistema (empresas y políticos) para mantener el status quo, llevadas por su lado idiota. Dicho sistema oculto se legitimaría con el sistema aparente de la democracia representativa.

Hasta hace poco, había interpretado la organización social como el escenario de Cube, película que muestra una gran cárcel que ha sido montada con la suma de muchas pequeñas aportaciones en nuestro trabajo cotidiano. Cada persona desconocería las aportaciones de las otras personas y no habría, aparentemente, un ingeniero general que coordine todo el sistema que resulta siendo opresivo. En dicha cárcel nos moveríamos las personas sorteando como podemos las pruebas que se nos presentan.

Sin embargo, las noticias cada vez muestran más indicios de un sistema tipo Matrix. Una minoría organizada se aprovecharía conscientemente de la inmensa mayoría de la población haciéndonos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles mientras nos chupa los recursos.

Al mismo tiempo, los medios de propaganda del régimen están en un momento de crisis de confianza y legitimidad y las limitaciones del sistema son en estos momentos muy evidentes, dado que el número de víctimas crece a pasos agigantados. Lo que queda por demostrar es si ver las tripas del sistema nos hará mejores personas a la mayoría de la ciudadanía o si nos quedaremos en la sumisión y el conformismo cuando el sistema nos dé unas migajas. Con las muy previsibles crisis energética, climática y ambiental que se nos avecinan, creo que cada vez quedarán menos migajas que repartir. Al mismo tiempo, históricamente, ha habido muchos períodos históricos en que la mayoría hemos asumido como natural y necesario (“voluntad divina”) el que pocas personas tuvieran mucho y muchas tuvieran poco, cuando desde el poder se ha promovido este discurso como natural. Como mayoría, ¿aceptaremos esto? O, esta vez, ¿se rebelará nuestra pulsión prosocial?

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Comentarios
  1. el que dius, sense res nou per a mi i suposo que per mots, em serveix d’oportú recordatori. És molt intel·ligent enllaçar-ho amb obres més o menys de ciència ficció, enmarcades dins els «possibles» de l’imaginari social col·lectiu, a fi que ens faci reflexionar sobre l’oportunitat de l’autocrítica: sempre hauria d’estar present. Crec que no estar de més continuar parlant, insistint, en la relació entre el propi i el col·lectiu, en com el canvi, si és desitjat, ha de començar (si cal, no tothom és idiota) per un/a mateix/a. Moltes gràcies

  2. Me da que pensar mucho lo que escribes. No sé si los humanos haremos ese cambio que necesitamos. Tanvez esté pesimista

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