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Querido Gurb

"Mi fobia al dolor de cráneo y el miedo a los ataques de los gobernantes de la ciudad y los árboles me hizo disfrazarme de Nuevo Rey", escribe el autor

Querido Gurb. Son ya 22 años sin tener noticias de ti y, francamente, empiezo a estar algo preocupado. Espero que estés bien y vengas pronto a recogerme. Ya te comenté tiempo atrás que decidí abandonar Barcelona. Es un sitio precioso, pero el miedo que me causaban los gobernantes de la ciudad (los policías de la franja roja en el sombrero) finalmente pudo más que mi amor hacia ella. Por unos motivos que ya te contaré con más detalle cuando vengas, un día tuve que adoptar para una operación la apariencia de joven que iba en bicicleta tranquilamente. Pues, Gurb, se me olvidó ponerme el casco, y además de requerirme el teléfono de mis padres para multarlos por mi falta de civismo, casi me parten el cráneo a porrazos cuando dije que padres de esos yo no tenía así a mano en ese momento. Pasé mucho miedo.

Así que un buen día me fui a vivir a la hermosa Madrid, querido Gurb. Pero he de reconocerte que la cosa no mejoró demasiado. Los peligros de esta otra gran ciudad me seguían acechando de la misma forma que lo hacían en la bonita Barcelona. Los gobernantes de aquí no tenían franja roja en el sombrero pero usaban la porra con unas ganas y convencimiento que a mí me provocaban el mismo pavor. Un día me crucé con un grupo de ciudadanos que participaban en una protesta gastronómica en la que se exigía más pan para acompañar el chorizo, un producto que abunda. Así que me uní a ellos con interés informativo-gastronómico y qué te voy a contar, Gurb; mi cráneo acabó tan dolorido aquel día que hubiera querido llevar el casco de la bicicleta. Si a eso le sumas que la botánica está empezando a rebelarse aquí y atacar a las personas, y yo tengo que ir siempre con aspecto de persona, esto, Gurb, es bastante peligroso y no estoy dispuesto a correr tantos riesgos.

Mi fobia al dolor de cráneo y el miedo a los ataques de los gobernantes de la ciudad y los árboles me hizo disfrazarme de Nuevo Rey. Es una persona que veo mucho últimamente en la televisión y había observado desde hacía tiempo que tenía un cráneo bastante bien cuidado que parecía no haber recibido porrazos. Reconozco que fue bastante imprudente por mi parte hacer esta suplantación sin las garantías necesarias, Gurb. Resultó que, además de a salir en la tele, Nuevo Rey se dedicaba a hablar con mucha gente. Felipe, ha muerto Don Emilio, ¿quién está ahora al mando de esto?, me preguntaba al otro lado del teléfono uno que decía que llamaba de parte de una tal Moncloa. ¿Los de la franja roja en el sombrero?, respondí lo primero que se me ocurrió provocando mucha confusión al otro lado de la línea. Y decidí huir antes de ser descubierto.

A otra gran ciudad no pensaba escapar porque a estas alturas la experiencia me decía que los gobernantes de la ciudad a la que llegara, con franja o sin ella, iban a compartir la misma afición en golpear a personas que no salen en la televisión y mi cráneo no aguanta ya más, Gurb. Así que, cansado de brutalidad decidí irme de excursión a un sitio tranquilo, un lugar en mitad de una zona tranquila del país. Buscando, buscando, encontré que había a no demasiados kilómetros un pueblo pequeño, de menos de diez mil habitantes, que estaba en fiestas esos días en mitad de la provincia de Valladolid. Tenían una tradición con animales, muy antigua y muy bonita según sus habitantes. Llegué ayer, Gurb. ¿Dónde estás, Gurb? Por favor, ven a recogerme ya, Gurb.

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