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El extraño caso del doctor República y míster Monarquía

Es asombroso cómo el cuerpo puede independizarse de la mente y vender su alma a la monarquía por mantener un puñado de poder

[Artículo publicado en el número especial de verano de la revista La Marea]

La decisión sobre el modelo de Estado en España está en manos de los indecisos, valga la paradoja. Entre la derecha monárquica y la izquierda republicana, hay un mundo habitado por ninis, ni republicanos ni monárquicos, y por republicanos no practicantes y hasta republicanos que practican la monarquía. Mientras éstos no apuesten decididamente por la república, no veremos la tercera.

El sueño de la república produce monstruos. Estos días de encendido debate sobre la Corona, hemos asistido a un curioso fenómeno de desdoblamiento de la personalidad al que podríamos llamar, con el permiso de Stevenson, El extraño caso del doctor República y Monarquía, individuos que se declaran republicanos pero actúan como monárquicos. A diferencia de los vampiros y los hombres-lobo, los republicanos-monárquicos no cambian de aspecto, solo de forma de pensar. Pueden ser monárquicos y republicanos y todo lo contrario. Ni Santa Teresa, oiga.

El espécimen más incoherente dentro de esta fauna es el socialista-republicano-monárquico, capaz de defender que su republicanismo “es compatible con la monarquía”, en palabras de Rubalcaba, o que los socialistas tienen “alma republicana en un cuerpo constitucional”, como dijo Soraya Rodríguez. Asombroso cómo el cuerpo puede independizarse de la mente y vender su alma a la monarquía por mantener un puñado de poder. En realidad, ambos estaban citando a Marx –Groucho, no Carlos– en aquella frase en la que ridiculizaba el travestismo ético: “estos son mis principios pero si no le gustan, tengo otros”. A esto ha quedado reducido el marxismo de la cúpula socialista, a una comedia.

Quienes la secundan no tienen otro interés que salvaguardar el protagonismo del PSOE y sus oligarquías afines en la representación bipartidista. También en la prostitución abunda esta doble moral en la que el personaje respetable se transforma en belle de jour. Pero en casa, en las bases socialistas, han empezado a ver esta esquizofrenia con desaprobación. De hecho, la sucesión en Ferraz puede ir muy unida a la sucesión de la Corona. Por intentar salvar a la monarquía pueden acabar perdiéndose. Si se desligan de ella, aún pueden tener parte en la regeneración del país.

Más allá de este cálculo interesado, hay otros indecisos que tienen razones coyunturales para aparcar el debate. Así, hay republicanos que opinan que hay asuntos más urgentes que resolver, republicanos que piensan que la república puede romper España, republicanos que prefieren la mala monarquía conocida a la buena república por conocer, republicanos que se fían aún menos de un presidente electo que de un monarca hereditario y hasta republicanos que afirman (les juro que lo he leído) que ya vivimos en una república aunque coronada. Y nosotros sin saberlo.

En este territorio pragmático y conservador, se mueven muchos votantes de centro-derecha que apuestan por una segunda Transición continuista más que por una ruptura a manos de los representantes de la nueva política o de la izquierda republicana tradicional. Se mezcla en ellos el miedo a lo desconocido, el rechazo hacia nostalgias de la II República que despiertan fantasmas guerracivilistas y un cierto paternalismo que niega a los jóvenes el derecho que reclaman, según las encuestas, de participar en la creación de un nuevo modelo.
Pero incluso los más timoratos coinciden en que necesitamos una regeneración estructural. Por eso pienso que el debate más urgente no es tanto monarquía contra república sino proceso constituyente frente al continuismo reformista que defienden los más indecisos. No me parece lógico encargar la reforma del edificio a los mismos arquitectos que levantaron la obra que ahora se desmorona. Ya estamos viendo que lo que quieren hacer es un cambio de cromos para que todo siga más o menos igual.

El proceso constituyente no es, como los más cautos piensan, un problema que habrá que abordar cuando salgamos de la crisis, sino la oportunidad de afrontarla y salir de ella con los deberes hechos. Es también la oportunidad para que monárquicos y republicanos expliquen qué monarquía o república es más adecuada para el país. Tiene sus riesgos, pero la madurez democrática no se alcanza eludiendo la democracia sino ejerciéndola.

Decía Jekyll en el cuento de Stevenson: “Las dos naturalezas que contenía mi conciencia podía decirse que eran a la vez mías porque yo era radicalmente las dos”. En las municipales empezaremos a ver si quienes tienen la conciencia dividida se decantan por el doctor República o se dejan arrastrar por míster Monarquía. Dependerá de cómo encare el nuevo monarca los escándalos de su familia, de que el republicanismo modernice su discurso para llegar más allá de la izquierda y de quién gane la lucha entre la vieja y la nueva política.

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