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Écija pide la libertad de un vecino con cáncer a punto de cumplir su condena por robos
Todos los partidos del Ayuntamiento firman un manifiesto de apoyo a Pablo Moreno, al que le falta un año para cumplir los ocho de su condena. Vigilancia Penitenciaria alega que la enfermedad se ha estabilizado y puede volver a delinquir
Ecija (Sevilla) // María Manuela García es una mujer alta, morena, con los ojos tristes. Saca del bolso su móvil, protegido por una funda rosa, y muestra el fondo de pantalla, el rostro de su niño Pablo cuando era joven. María tuvo una docena de hijos pero sólo sobrevivieron siete. Saca ahora su cartera y muestra una foto de carné de un Pablo ya mayor, con alguna cana, más adulto. «Enséñale la del otro día», indica a su hijo Juan, que la acompaña bebiendo agua en una cafetería de Écija (Sevilla). El Pablo de ahora sigue midiendo casi dos metros de altura, pero ya no luce el pelo frondoso de su juventud. Pesa unos 60 kilos, tiene los ojos hundidos y la boca embebida por la falta de dientes.
«Mi niño Pablo tiene 48 años y lleva toda la vida en la cárcel, entrando y saliendo, desde que empezó con las drogas, cuando antes no se sabía qué era eso», suspira María Manuela, que ha recorrido toda España visitándolo de un centro de desintoxicación a otro, de prisión en prisión. Aún le queda poco más de un año por cumplir de los últimos ocho de condena encadenada por diversos robos. «¿Tú crees que lo sacarán?», pregunta María Manuela antes de subirse al coche con su hijo Juan, camino de la plaza principal del pueblo.
«¡Libertad para Pablo! ¡Libertad para Pablo! ¡Libertad para Pablo!», gritan sin descanso unas 150 personas en apoyo a la excarcelación de este hombre destruido por las drogas, con anticuerpos de sida, que padece un cáncer de laringe desde hace dos años. Para completar su nutrición necesita cinco batidos al día por prescripción médica. «¡Justicia para Pablo! ¡Justicia para Pablo! ¡Justicia para Pablo!», continúan pidiendo las voces mezcladas de niños, hombres y mujeres. «¿Pero por qué no va a salir él, que no ha matado, y salen los etarras, los famosos, todos?», se preguntan María Manuela y su familia, vendedores ambulantes que luchan para que sus gotitas de súplicas por razones humanitarias puedan salir a flote en un mar de peticiones de indultos por corrupción.
El juzgado de vigilancia penitenciaria ha rechazado la excarcelación alegando que no se cumplen las circunstancias del artículo 92 del Código
Penal, que permite la libertad condicional cuando se trate de «enfermos muy graves con padecimientos incurables». El juzgado entiende que el cáncer de Pablo, que ha recibido sesiones de quimioterapia y radioterapia, está estabilizado y puede, por tanto, volver a delinquir. La familia niega, por un lado, que en su estado tenga capacidad para ello; y, por otro lado, defiende los esfuerzos de Pablo para rehabilitarse. Pone como ejemplo un informe de la Consejería de Educación sobre su actividad en la escuela en el curso 2013/2014, que sostiene: «El alumno muestra interés. Tiene un comportamiento ejemplar y es muy respetuoso con el equipo. Trabaja asiduamente todas las tareas que se le asignan, poniendo gran interés, y mostrando un gran afán de superación». Ahora esperan que el forense redacte un nuevo informe médico que presentarán a la Fiscalía.
El diagnóstico de su hijo menor, José, de 15 años, es claro: «Papa, ¿a ti sólo te funciona el corazón?», le preguntó el pasado domingo, la última vez que recibió la visita de su familia, en la cárcel Sevilla II, según cuenta su mujer, Mari Loli Amador. ·No, yo estoy bien. Ya mismo estoy fuera y nos vamos a vender», dice Mari Loli que le respondió, dando ánimos. Tres cuartos de hora a la semana a través de un cristal y un teléfono. Una visita con contacto al mes. «Hay que cuidarlo como un bebé. Está muy deteriorado», asegura Mari Loli, que lleva con él desde los 15 años. Con 16, tuvo que buscar en el mapa dónde estaba Daroca: «¿Que dónde está Daroca? Yo ya ni me acuerdo dónde estaba. Me parece que en Zaragoza». Asegura que aquella fue su primera visita a la cárcel detrás de ese hombreal que dice que ha querido mucho. «Y lo quiero. Yo a Pablo lo quiero». Desde entonces han tenido dos hijos y dos hijas -la mayor de todos ellos con 24 años- y cinco nietos, uno de los cuales llama a Pablo «el abuelo de los cristales». Mari Loli los ha criado a todos con la ayuda de la familia, pero sobre todo, según cuenta, con su trabajo: «La gente es muy buena conmigo y me lo dicen: Loli, te compro los calcetines y las bragas porque eres una persona honrada». Agarra con fuerza una de las tres pancartas hechas con sábanas blancas.
«Niñas, firmad para sacar a un hombre con cáncer terminal de la cárcel», pide Loli, hermana de Pablo, a un grupo de chicas que pasan por la plaza. Dos turistas extranjeros estampan sus nombres en la lista. María Manuela no confía mucho en el poder de las firmas y, sentada en un banco, saca ahora de su bolso una agenda negra del año 2003, escrita a boli azul: «Si alguna vez te has preguntado por qué tu padre se drogaba y no parecía que te valorase, estás confundido. He sido un instrumento en las manos de Satanás. Pero Lila, mi vida, he cambiado de dueño y ahora pertenezco a ¡Jesucristo! Vuelvo a repetirte, Lila, que cuando tu padre, este que escribe, te falte algún día, te quede claro que nunca, nunca pero nunca he valorado más a la droga que a ti. Tú eres la gran ilusión en mi vida», escribe Pablo a uno de sus hijos en las primeras páginas de enero de la vieja agenda, conservada por la familia como oro en paño. María Manuela ha sufrido mucho con la historia de su hijo: «Su padre le ha pegado palizas para que no robara. Y yo he ido a muchos sitios a devolverles el dinero que él se había llevado. Pero es mi niño y quiero que viva lo que le quede con todas mis atenciones».
Juan atiende con una educación exquisita a todo el que se acerca. Y resalta la inteligencia de su hermano. «Yo estoy estudiando para pastor evangélico y a veces él me muestra textos que aún no conozco», cuenta antes de hablar con varios medios locales y un cámara de Canal Sur, que ha grabado imágenes de la concentración. Por la conocida como Plaza del Salón de Écija pasan en señal de solidaridad algunos representantes del Ayuntamiento. En desacuerdo con la decisión de Vigilancia Penitenciaria, todos los partidos -PP, PSOE,
PA e IU- han firmado un manifiesto de apoyo a la excarcelación de su vecino Pablo. «Consideramos que ya ha pagado con creces su condena por varios robos con su permanencia en la cárcel durante ocho años, donde contrajo su enfermedad de cáncer de laringe, agravada por una neumonía crónica. Queremos que nuestro vecino pase los últimos días de su vida rodeado de su familia y amistades, en nuestra ciudad».
Pablo es consciente de la lucha que ha emprendido su familia para sacarlo de prisión. «Él sólo ha sido malo con él, que se ha matado a sí mismo», susurra desconsolada María Manuela. Los más pequeños de la casa alegran la protesta mientras anochece en Écija: «Cuando salga, lo recibiremos con un asado. O con un pez espada, para que pueda comerlo mejor sin los dientes».