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Proceso soberanista (1): ¿Qué causas explican el auge del independentismo?
La falta de confianza se instaló en Cataluña tras la sentencia del TC sobre el Estatut. La presunta injusticia del déficit fiscal y la crisis han acelerado la conversión al independentismo
El número de septiembre de La Marea apuesta por analizar el proceso que vive Cataluña sin caer en la guerra de trincheras desde la cual suele abordarse. En los próximos días se irán publicando los distintos bloques que forman parte del dossier, que indaga en el proceso soberanista catalán desde diversos ángulos con el objetivo de ofrecer las máximas herramientas posibles al lector para comprenderlo.
Distintos analistas señalan la campaña de recogida de firmas del Partido Popular contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña y la posterior sentencia del Tribunal Constitucional (TC) como los elementos que supusieron un punto de inflexión. “Marcó la conciencia ciudadana, un decir ‘hasta aquí hemos llegado’”, afirma el catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona Joan Botella. El texto aprobado por el Parlament había sido modificado en el Congreso de los Diputados, pero la mayoría de la ciudadanía catalana aceptó los «recortes» y votó su aprobación en un referéndum celebrado en 2006 que contó con un 48,84% de participación. Sin embargo, siguen sin entender que algunos artículos del Estatut impugnados por el PP ante el TC figuren sin problemas, con un perfil muy similar, en estatutos como el andaluz, el aragonés y el balear.
Las aspiraciones de una mayor autonomía se quebraron en ese momento. “El desarrollo que se ha hecho de la Constitución ha sido claramente favorable al poder central, que ha tenido muchas armas para hacer una constante invasión de competencias”, apunta el politólogo Ferran Requejo, miembro del Consejo Asesor para la Transición Nacional (CATN). Con el desarrollo del Estado de las autonomías, Cataluña ha logrado cotas de autogobierno superiores a las de, por ejemplo, un Estado federal alemán. Pero estas competencias son insuficientes para buena parte de la sociedad, que, como Requejo, opina que en la práctica “no se puede decidir ninguna política propiamente dicha desde las instituciones catalanas. El autogobierno es básicamente de ejecución, de gestión, pero no de decisión”, añade.
El 10 de julio de 2010, varios centenares de miles de personas expresaron su rechazo a la sentencia del TC en las calles de Barcelona en una marcha a la que acudieron todos los presidentes de la Cataluña autonómica: Jordi Pujol, Pascual Maragall y José Montilla. Este último fue abucheado hasta el punto de tener que abandonar la concentración protegido por sus escoltas. Muchos manifestantes expresaron ese día sentirse traicionados por José Luis Rodríguez Zapatero, quien en 2003, cuando aún no había llegado a La Moncloa, aseguró que apoyaría la reforma estatutaria que aprobase el Parlament. Desde entonces, la falta de confianza se instaló en el discurso definitivamente.
Los incumplimientos de los compromisos de financiación del Gobierno central, desde el protagonizado por el ejecutivo de Zapatero, que no respetó lo acordado en el Estatut, hasta los que están relacionados con las competencias transferidas a la Generalitat, se han sumado a las quejas sobre la escasa inversión en infraestructuras consideradas vitales en Cataluña. El ejemplo paradigmático es el Corredor Mediterráneo, la unión ferroviaria de la costa con Francia, desde Algeciras (Cádiz) a Portbou (Girona), que quedó fuera de las apuestas del Gobierno a favor del Corredor Central, hasta que finalmente la Unión Europea estableció en noviembre de 2013 que la opción del litoral era la prioritaria. En Cataluña tampoco se recibió de buen grado, por ejemplo, que el ejecutivo de Rajoy destinase 1.079 millones de euros a la Alta Velocidad Gallega en octubre de 2012 (a las puertas de la precampaña de Alberto Núñez Feijóo) mientras que sólo reservaba 1.019 millones para el Corredor Mediterráneo.
El debate sobre la presunta injusticia del déficit fiscal, basado desde hace años en cálculos politizados y difíciles de entender por la mayoría de la ciudadanía, se ha visto reforzado por el mensaje, repetido hasta la saciedad, de que «España nos roba». Asimismo, no han faltado declaraciones con tintes xenófobos por parte de políticos como Josep Antoni Duran Lleida, de CiU, y Joan Puigcercós, de ERC, que en el pasado han proferido argumentos similares a los de la Liga Norte italiana, al afirmar que los andaluces «se pasan el día en el bar» y en su comunidad «no paga impuestos ni Dios».
La gravedad de la crisis económica, y los importantes recortes aplicados en los últimos años sobre pilares fundamentales del Estado del Bienestar como la Sanidad y la Educación –Artur Mas fue pionero en estas políticas– también contribuyen al auge del independentismo. El periodista Antonio Baños, autor de La rebelión catalana, incluye a la crisis entre las causas de la ola soberanista, “que ha afectado sobre todo a clases medias, y que en todo el sur de Europa ha tenido reacciones distintas. En Grecia sube el fascismo, en Italia suben los grillini, y aquí, como respuesta de la clase media desencantada con el Estado, lo que había más a mano era el sentimiento indepe”, sostiene. “Quizá si no hubiera una crisis de la magnitud de la actual no estaríamos donde estamos”, coincide el profesor de Historia Contemporánea de la UPF Josep Pich.
El independentismo también aumenta como consecuencia de una corriente de fondo, común en todo el Estado: la que reclama una mayor soberanía popular y el derecho a decidir sobre los principales asuntos que afectan a la ciudadanía, dentro de un contexto que pide superar la Constitución de 1978. En Cataluña, parte de esta corriente se integra en movimientos que se han adherido a la causa soberanista como el Procés Constituent, liderado por el economista Arcadi Oliveres y la monja Teresa Forcades, que promueve un cambio de modelo económico, político y social. «La crisis ha hecho que la gente se haga muchas más preguntas. Creo que eso es lo que explica que lleguemos a este cuestionamiento de la herencia recibida del pacto de la Transición», apunta Gemma Galdón, profesora de Seguridad, Tecnología y Sociedad en la Universidad de Barcelona.
Pero sin duda, hay otro motivo para ser independentista, y es que, según encuestas oficiales, casi un tercio de la población catalana no se siente española en absoluto, sino que sólo se identifica con la lengua y cultura estrictamente catalanas. Este argumento, en apariencia tan simple, es uno de los que más ampollas levanta, como se ha podido ver las veces en que desde Cataluña se ha pedido tener selecciones deportivas propias.