Opinión | Política

Pujol y la aventura en la residencia de monjas

El expresident se comporta como si hubiera sufrido un simple tropezón, opina el autor

En algunas facetas de la vida es fundamental la diferencia entre ser sujeto activo o sujeto pasivo, aunque en la tradición judeocristiana se suponga que siempre es mejor dar que recibir. Qué listos. En esa disyuntiva entre pasividad y actividad se mueve Jordi Pujol. Según propia confesión ha ocultado durante más de 30 años millones de euros en un paraíso fiscal, pero él se presenta como un sujeto pasivo. Como si dijera: «Mirad lo que me ha pasado, me he hecho un esguince». Un tropiezo, un mal paso a cámara superlenta que ha durado más de 30 años.

Allá por 1991 en una excursión del colegio fuimos de visita a las obras de la Expo de Sevilla. Dormíamos en residencias de monjas y recuerdo una noche fatídica en la que a mí, alumno intachable, me pillaron escondido en la ducha de la habitación de unas compañeras (estaba vestido, menudo pardillo). El caso es que yo escuchaba cómo, poco a poco, con una precisión fatídica, la profesora iba encontrando uno a uno a la decena de chavales que habíamos decidido hacer una fiesta en esa habitación. Nos habíamos escondido en apenas 15 metros cuadrados (la escena tenía mucho de aquélla en La vida de Bryan en la que alguno se esconde detrás de una cuchara). A mí me tocó la ducha. Cuando la mano de la profesora tocó la cortina y estaba a punto de descorrerla y de descubrirme, vi pasar mi prístina reputación ante mis ojos. El delegado de clase, el alumno al que sentaban al lado de las ovejas descarriadas para reconducirlas, ese chaval tan maduro y cooperador… Todo se iba al traste, iba a dejar de ser molt honorable

Entonces decidí recurrir al factor sorpresa. Descorrer YO la cortina (como ha hecho Pujol) e indignarme. Salí tarifando, robándole de la boca las palabras a la profesora, que me miraba asombrada mientras yo, dando zancadas rumbo a mi habitación, bramaba: «¡Qué vergüenza! ¡Cómo es posible! ¡Aquí todos escondidos!». Cerré mi cuarto con un iracundo portazo.

La cosa coló, no me castigaron, conseguí presentarme como el sujeto pasivo. Mi reacción bastó para que las profesoras dedujeran que yo había sido conducido con malas artes a aquella habitación. Al día siguiente, de hecho, me nombraron para el recién creado cargo de Vigilante de Pasillo Nocturno. Tuve mucho trabajo esas noches ordenando el flujo incesante de alumnos (de tres cursos distintos) de unas habitaciones a otras sin que nadie hiciera ruido y, también, gestionando algunas vomitonas etílicas. Sorprendentemente los de 1º y 3º de BUP bebían como marsopas y nosotros, los de 2º, éramos almas cándidas.

Pujol ha confesado, presionado por los titulares periodísticos. Imagino su miedo y su ira, su monumental cabreo, por verse obligado a confesar. Y me conozco la reacción, tan judeocristiana, de reconocerlo compungidamente. Los suyos le han hecho el juego: “Pena, lamento, tristeza y cierta decepción” es lo que siente el presidente de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas. Como si dijera: «Me has defraudado, mira que esguinzarte».

El secretario general de Unió Democrática de Catalunya, Josep Maria Pelegrí (partido coaligado al de Mas), pidió hace unos días que la comparecencia de Pujol en el Parlament –que hoy ha sido votada por unanimidad– no se convierta en un «escarnio público». El escarnio es para los delincuentes, no para los pobres expresidentes a los que, por mala suerte, se les queda una millonada en Suiza.

El abrazo y el Luis, sé fuerte que Rajoy le mandó a Bárcenas por SMS el año pasado se entroncan en esta actitud tan de familia, o de famiglia. El mal, hecho a conciencia, se intenta disfrazar en un primer momento de error involuntario, generalmente cometido por debilidad («Pujol estaba demasiado concentrado en hacer país, Cataluña era su debilidad, pero quizá debió atender más a sus hijos…», dicen algunos comentaristas). Ese error pretendidamente involuntario también se suele disfrazar de ignorancia: «Fui mal asesorado, me fie, no miré qué coches había en el garaje, yo no sabía qué firmaba, lo firmaba todo por amor a mi marido…». A todos nos suenan estas explicaciones que ocultan la explicación más sencilla: hemos hecho el mal conscientemente.

Todos lo hacemos, todos somos pecadores (unos más que otros), pero que nadie se alarme. Tal y como funciona este país lo más probable es que no pase nada. Y que a Pujol lo nombren molt honorable vigilante del pasillo.

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