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Repartir el turismo o morir en el intento
Con 27 millones de visitantes, la saturación turística ahoga los puntos más emblemáticos de la capital catalana
[Artículo publicado como parte del dossier del número 18 de La Marea, a la venta en quioscos y aquí]
BARCELONA // «¡Rápido papá, ahora!”. Alfonso Ruiz aprieta el disparador, pero no ha habido suerte: una pareja de turistas japoneses se ha colado en el encuadre. Vuelve a probar. Esta vez, ha sido un carrito de bebé empujado por una señora con pamela y melena rubia el que se ha infiltrado en la foto. A la tercera, logra inmortalizar a su hija a las puertas de la Sagrada Familia. “Estuve en Barcelona hace diez años. Aquí en el templo siempre hubo gente pero he notado un cambio brutal. Por la ciudad me encuentro turistas a todas horas y en todos lados”, afirma Alfonso, que ha venido de Cáceres a pasar unos días en familia.
Una larguísima cola de personas rodea media basílica para entrar a la monumental obra de Gaudí. Frente al templo, centenares de personas toman imágenes desde el otro lado de la acera. Vehículos del Bus Turístic transitan por la calzada. Es festivo en Barcelona, día de Sant Joan, y mientras los barceloneses se recuperan en sus casas de la verbena, las calles están absolutamente tomadas por los turistas. Cuesta divisar a alguien que no lleve el paso distraído de quien está de vacaciones. Bermudas, calzado cómodo, mochila con el botellín de agua de rigor, gorros, y un ligero tufo a crema solar, a pesar de que el día está nublado.
A diferencia de otros días, en este festivo no se ven las habituales escenas de vecinos serpenteando entre turistas para ir a comprar, o de repartidores dando voces para reclamar paso. Es cada vez más difícil conciliar la vida de los residentes con el tráfico de turistas del que ya es el cuarto destino turístico de Europa, por detrás de Londres, Roma y París, especialmente en los puntos de interés que concentran un mayor número de turistas: La Sagrada Familia, el Park Güell, el Campo del Barça y la Rambla y el entorno de Ciutat Vella, que abarca el Casco Antiguo de la capital catalana.
“Este turismo masivo no aporta nada. Al contrario, es ir de comercio en comercio, oleadas de gente que no tienen nada que ver contigo y, sobre todo, conlleva mucha incomodidad para el vecino”, resume el sentir de muchos barceloneses la presidenta de la Asociación de Vecinos del Casc Antic, Maria Mas.
Desde que, pasados los Juegos Olímpicos de Barcelona’92, Ayuntamiento y empresarios comenzasen a trabajar codo con codo para promocionar el turismo en la ciudad a través de Turisme de Barcelona, el volumen de visitantes ha ido en aumento. Las cifras de turistas alojados en hoteles no dejan lugar a dudas: 1,7 millones en 1990; 3,1 millones en el 2000; 6,3 millones en 2006 y 7,5 millones el pasado 2013, cifra récord. El volumen total de visitantes, que incluye a viajeros de negocios, más que triplica esta cifra. Según un estudio de la Universitat de Girona, en 2012 visitaron Barcelona 27 millones de personas, y en la ciudad viven 1,6 millones.
La capital catalana compite en cifras con Londres y Roma, pero posee una singular diferencia con éstas: su superficie abarca 102 kilómetros cuadrados, extraordinariamente lejos de los 1.285 de Roma y más aún de los 1.572 de la capital británica. “Barcelona es una ciudad pequeña, y su éxito turístico hace que el hecho de tener que visitar lo esencial haga que mucha gente pase por estos lugares. El impacto en su entorno más inmediato es importante”, sostiene el director operativo de Turismo del Ayuntamiento, Joan Torrella. “La ciudad debe aprender a ser una ciudad turística sin morir en el intento”, añade.
Y es que, con dos milenios de historia, hace menos de dos décadas que soporta el fenómeno del turismo masivo. Turisme de Barcelona comenzó su labor de promoción en 1993, pero no fue hasta 2010 cuando se trató de poner orden constituyendo áreas específicas de gestión en la estructura municipal. “La ciudad necesita tiempo para hacer la digestión”, señala Torrella, un cargo técnico en la estructura municipal.
La sensación de muchos de los vecinos de las zonas más turísticas, sin embargo, es que ya se les ha hurtado parte de la ciudad. El lugar más paradigmático es La Rambla, donde ocho de cada diez personas que la transitan a diario durante todo el año son turistas. El que antaño fuera punto de encuentro de los barceloneses, donde convivían distintas clases sociales y se configuraban los relatos de la ciudad, es hoy un paseo atestado de tiendas de souvenirs y restaurantes de comida rápida. Incluso los objetos de recuerdo no dejan ver los periódicos y revistas de sus tradicionales quioscos. “Antes te encontrabas allí con los amigos. Ibas a La Rambla y siempre te encontrabas a alguien. Hoy en día ya no es posible. Y al Mercado de la Boqueria hemos dejado de ir a comprar”, afirma Maria Mas.
La pérdida progresiva del comercio de proximidad, que se extiende por Ciutat Vella y amenaza con llegar a otras zonas de la ciudad, lleva aparejado un aumento considerable de los precios. “En la Ribera ya no puedes ir a comprar pan, debes desplazarte porque está carísimo. En el Gótico igual… Pienso que pasaremos a la historia por bufandas del Barça y mosaicos que banalizan el arte de Gaudí”, sostiene Maria, muy crítica con el modelo turístico, configurado en gran parte por el lobby hotelero y de restauración.
Torrella reconoce las limitaciones con las que topa el gobierno municipal a la hora de evitar la reproducción clónica de comercios, que provoca que los vecinos tengan la sensación de que sus barrios transitan hacia un parque temático. “Es evidente que el objetivo del Ayuntamiento es mantener la identidad, preservar el comercio de proximidad, pero también que estamos en un entorno de libre mercado en el que cualquiera puede establecer un negocio que le parezca oportuno de acuerdo con la normativa. En el marco de las leyes europeas tienes poco margen de maniobra para limitar usos y actividades; el reto es mayúsculo, porque no existe la varita mágica de la prohibición”.
Caos circulatorio
El Ayuntamiento se ha visto obligado a tomar medidas para poner orden en el caos generado por el turismo masivo. En 2012, se prohibió la llegada de autocares hasta las puertas de la Sagrada Familia, donde provocaban un problema de circulación. A finales del año pasado, entró en vigor el polémico cierre de la zona monumental del Park Güell, donde ahora cobran entrada. “Vamos un poco por detrás de la realidad. Estamos presionados por una realidad exitosa”, admite Torrella, que deja claro que el proceso emprendido es irreversible. “El barcelonés debe aprender a ser un anfitrión turístico con normalidad, porque esto no tiene vuelta atrás. Barcelona es un destino turístico muy atractivo y no dejará de serlo. Nadie pondrá barreras al visitante”.
Por ello, los esfuerzos del Ayuntamiento, explica, se dedican a evitar la concentración ampliando los puntos de interés a otras zonas de la ciudad, de la provincia e incluso de Cataluña. “Nuestros 100 kilómetros cuadrados, siendo pequeños, son poco explorados. Hasta ahora no hemos sabido gestionarlo, ni hemos tenido tiempo, probablemente”, reconoce Torrella. Se han puesto en marcha planes de turismo de distrito para ampliar el mapa turístico de la ciudad, y se trabaja con las poblaciones y provincias vecinas para potenciar nuevos destinos.
El reto es mayúsculo y, afirma Torrella, necesita de la colaboración de los operadores turísticos para que la ampliación de la oferta se traslade a los paquetes que se venden a los visitantes: “No podemos ir contra el tsunami que está organizado por grandes multinacionales que gestionan paquetes de operadores turísticos de unas dimensiones inimaginables si no hacemos juntos una defensa de este modelo”.
Queda por ver si serán capaces de conseguirlo. El tiempo apremia. Barcelona ya es el primer puerto de cruceros de Europa y del Mediterráneo. En 2015 llega el mayor crucero del mundo, el Allure of the Seas, con 7.400 pasajeros. El 18 de mayo se batió el récord con 31.600 personas desembarcando en un día. Desde los bancos frente a la Catedral, uno de los pocos lugares del centro histórico donde aún es posible sentarse a conversar sin tener que pagar una consumición, Maria Mas expresa un funesto deseo: “Esperamos que la Marca Barcelona pronto muera de éxito, porque están destruyendo la ciudad”.
Al final esto se va a convertir en que por irte de viaje por vacaciones para disfrutar y relajarte hará que vuelvas más estresado.
“No podemos ir contra el tsunami que está organizado por grandes multinacionales que gestionan paquetes de operadores turísticos de unas dimensiones inimaginables si no hacemos juntos una defensa de este modelo”.
La correción es «No QUEREMOS*…»
Así es. La ciudad de Barcelona ya no está al servicio de los barceloneses ni para hacer más fácil y grato su día a día.
Ha pasado a ser una ciudad mayormente de bancos, tiendas de ropa, restaurantes y sobre todo de un turismo masivo cuyas caras sin expresión o con una expresión que te recuerda a un rebaño de borregos. Será un símbolo de estos tiempos. El turismo que yo conocí en tiempos mejores eran gentes más despiertas, más libres, con las que se podía aprender.