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Nacho Vigalondo: “Me gusta forzar la máquina”
El cineasta estrena su film más complejo, 'Open Windows', una odisea en Internet
A Nacho Vigalondo le va la marcha. O, como él mismo dice: “Me gusta forzar la máquina”. Y así ha sido desde aquel corto que lo llevó a los Oscar, 7.35 de la mañana (2003), pasando por su primer largo, el audaz Cronocrímenes hasta Open Windows, su tercer largometraje y primero en inglés, que se estrena esta semana, y con el que ejecuta todo un salto al vacío en lo que a narrativa cinematográfica se refiere.
La trama, una suerte de La ventana indiscreta de la era digital, avanza a golpe de ventana de Internet, e-mail y pop-up, dado que la historia está contada desde la pantalla del ordenador del protagonista, un tipo interpretado por Elijah Wood, que se deja llevar por la tentación de espiar vía web a una actriz (encarnada por la ex actriz porno Sasha Grey) de la que es fan fatal. Además de ser una apuesta internacional del director y de sus productores españoles (Apaches Entertainment, responsables también de Lo imposible, por ejemplo), estamos frente a un thriller inverosímil y arriesgado, una audacia necesaria aunque de resultados irregulares y una reflexión sobre las consecuencias éticas de la pérdida de privacidad en internet.
¿A Nacho Vigalondo le gusta liarla parda?
Sí, es un hecho. Pero me gustaría que el hecho de liarlo tanto, no conllevara tardar tanto en acabar las cosas. Mi tiempo no es infinito, así que yo reniego de todo lo que cuestan las cosas en cuanto a tiempo, aunque tenga esa tendencia y ese gusto por forzar la máquina siempre que puedo. En Open Windows ha sido una sensación de rodar completamente nueva. Cuando vuelva a rodar una película normal va a ser como volver a nacer, aunque la película que acabo de escribir tampoco va a ser una reconciliación con la normalidad. Cada una de mis películas ha sido un reto. No haría una película que no tuviera un componente de odisea.
¿Cuál ha sido la mayor complejidad a la hora de hacer Open Windows?
Creo que la complejidad radica en el hecho de que todos los procesos normales de una película, guión, rodaje y luego montaje y posproducción suelen estar separados en la mayoría de ellas, pero aquí esas etapas han estado difuminadas. El guión literario en todo momento tenía que explicar por qué veíamos cada cosa y a través de qué ventana. Y el guión técnico era en realidad una guía de montaje. Y durante el montaje, los editores no podían cortar de un lado a otro, lo que hicieron era desplazar una cámara virtual de una ventana a otra. Así que en Open Windows todo está mezclado de un modo inédito. Tuvimos que inventar el proceso que estábamos siguiendo a la hora de hacer la película.
¿A nivel narrativo qué ha tratado de hacer?
A un nivel muy elemental he querido hacer un thriller que te tuviera pegado a la butaca. Y una película que constantemente estuviese cuestionando el punto de vista tanto del espectador como de todos los personajes. El guión es un trol de manual, y es una película que no se podía haber hecho hace 10 años. Las paradojas que plantea apuntan a preguntarnos en qué nos convertimos cuando podemos ver algo sin ser visto.
¿Es una película para ver en la pantalla de un ordenador o de cine?
Es para la pantalla de cine, principalmente por la experiencia comunitaria no por el tamaño. Me parece más interesante ver la película con un montón de desconocidos. Y por otra parte, al verlo en pantalla grande, hay tantos elementos superpuestos en pantalla que es mas fácil quedarse con todo. Lo que quiero es que la película se viva como una aventura, que no sea una experiencia pasiva. Y que permanezca viva en la cabeza del espectador después de vista.
La película nos habla de un mundo que ha perdido el apego a la privacidad, donde podemos ser vouyeurs hasta límites delirantes. ¿Cuál es su punto de vista?
Es interesante el hecho de que hayamos cedido voluntariamente nuestra privacidad y nuestra intimidad. La película quiere devolverle la connotación negativa a la posibilidad de estar siempre expuestos. El hecho de que observar sin ser observados genera extraños fenómenos en nuestra ética y moralidad. Parece que todos estamos de acuerdo en que está mal que te roben las fotos del móvil, no queremos que nos lo hagan, pero si le ocurre a otra persona, digamos una Scarlett Johansson, somos partícipes del crimen y queremos ser los primeros en verlo.