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La FIFA multiplica por once sus beneficios por los mundiales desde 1998
El organismo impone medidas a los países organizadores como la implantación de días festivos, la prohibición de vender productos no 'oficiales' o la creación de tribunales de excepción durante los eventos
MADRID// Las protestas que se están llevando a cabo en las calles de Brasil desde hace un año han situado a los grandes eventos deportivos, especialmente los relacionados con el fútbol, en el centro de la actualidad. Fue en junio de 2013, durante la celebración de la Copa Confederaciones, cuando el mundo comenzó a conocer los problemas que asolaban a este país con algo más de realismo de lo que, hasta el momento, habían estado vendiendo determinados medios de comunicación, que lo alababan por ser una de las grandes potencias económicas emergentes mundiales. Las primeras manifestaciones de los brasileños, duramente reprimidas por la policía y prácticamente obviadas por los mass media, tuvieron lugar en agosto de 2012, después del aumento de tarifas de los autobuses en Natal, capital de Río Grande del Norte.
Un año después, las autoridades de Natal volvieron a aumentar el precio del billete de autobús y los brasileños salieron de nuevo a las calles para expresar su malestar al respecto, aunque gracias a que se iba a celebrar la Copa Confederaciones pudieron conseguir mayor visibilidad. Fue entonces cuando se supo que el desacuerdo ciudadano con el Gobierno de Dilma Rousseff estaba relacionado con los elevados impuestos, la inflación, la corrupción y la debilitación de los servicios públicos en el país por una aparente ausencia de recursos. Sin embargo, sí encontraron fondos para destinar más de 30.000 millones de dólares a organizar la Copa Confederaciones, el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
A pesar de lo que suele asegurarse, el fútbol no sirvió para idiotizar a los brasileños, cuyo país, históricamente, se ha caracterizado por mostrar un fervor sin parangón por este deporte. A las protestas de los ciudadanos en las calles se sumaron la de varios de los jugadores de la Selección de Brasil. Neymar, actual jugador del Barcelona, escribió en las redes sociales: “Siempre tuve fe en que no sería necesario tener que tomar las calles para exigir mejores condiciones de transporte, salud, educación y seguridad. Esto es todo OBLIGACIÓN del Gobierno”. Un apoyo a los manifestantes que compartieron otros de sus compañeros de la Selección como David Luiz, Hulk y Daniel Alves, con quien juega en el Barcelona. Otra gran estrella de la Selección, el exjugador Rivaldo, manifestó que sentía vergüenza al ver que se gastaba tanto dinero en el Mundial mientras los hospitales y las escuelas subsistían en condiciones precarias.
Todas estas manifestaciones públicas a favor de las protestas de los brasileños, sin embargo, se centraban en señalar al Mundial de Brasil como la fuente de un problema que parecía empezar y acabar con la organización de este evento concreto. Sin embargo, hay otros dos exjugadores de fútbol que han ido más allá y han señalado a la FIFA como la base real de este conflicto. Por un lado, Diego Armando Maradona, quien, a pesar del caos que ha caracterizado su vida personal, siempre ha mantenido una coherencia insobornable con una concepción de la vida vinculada a la ideología de izquierdas. El día de su estreno como comentarista del Mundial de Brasil en la cadena venezolana TeleSur, Maradona señaló que «el de la FIFA es un poder feo, porque si ganan 4.000 millones de dólares y el campeón se lleva 35, hay una diferencia que no se puede creer. Y esto lo tiene que saber la gente. La multinacional se está comiendo la pelota». A lo que añadió que si el presidente de esta organización veía a los jugadores, se tendría «que esconder en el baño. Bill Gates se gana la plata, pero él no. Se lleva 4.000 millones de dólares sin hacer nada».
A estas críticas hay que añadir las de Romario, exjugador de equipos como el Barcelona o el Valencia, dos veces ganador de la Copa América y una del Mundial en 1994, actualmente diputado en el Congreso de su país. Ya en junio de 2013 dijo públicamente que los jugadores de la Selección tenían la obligación de posicionarse a favor de los manifestantes. En mayo de este año, durante una entrevista concedida a la cadena deportiva ESPN, Romario arremetió contra la FIFA, de la que aseguró que no se podía esperar nada. “Allí hay un chantajista que se llama [Jerome] Valcke (secretario general) y un ladrón que se llama [Joseph] Blatter (presidente)”. El actual diputado brasileño fue una de las personas que más se opuso a que su país organizara el Mundial. Además de manifestar su rechazo por el elevado gasto que este evento estaba suponiendo, Romario denunció que Valcke “viene al país, manda y desdice, y todos lo aplauden. Es uno de los mayores chantajistas del deporte mundial». Una afirmación que completó al afirmar que la FIFA llegó a echarlo, pero que el despido no pudo ser concretado porque chantajeó a Blatter, a quien definió como “un ladrón, corrupto e hijo de puta».
Brasil invierte, la FIFA recauda
Las cifras que deja tras de sí la organización del Mundial de Brasil hablan de un país que está invirtiendo un dinero que no tiene para poder ser la sede un evento que enriquecerá más aún a la FIFA. La inversión que el Gobierno de Dilma Rousseff ha realizado en este Mundial ronda los 11.000 millones de dólares, que se han destinado a la construcción o remodelación de los 12 estadios en los que se jugarán los partidos y a infraestructuras relacionadas con el transporte o el hospedaje. De esta cantidad, aún no se sabe cuánto recuperarán, aunque si se toma como base lo ocurrido en las sedes de los anteriores mundiales, las perspectivas no pueden ser demasiado optimistas. Según un estudio elaborado por Forbes, el gobierno alemán, encargado de organizar este evento en 2006, invirtió 2000 millones de los que recuperó 500. En Sudáfrica, se destinaron 40.000 millones de dólares en su preparación, de los que únicamente han conseguido recuperar 15.000.
Las cifras de la FIFA, sin embargo, sí hablan de beneficios. Siempre según el estudio de Forbes, desde 1998, la organización de un Mundial ha multiplicado por 11 los beneficios que esta organización ha ido consiguiendo. Desde Francia 98, cuando obtuvieron 365 millones de dólares, han ido incrementando progresivamente sus beneficios. Así, en el Mundial de Korea y Japón de 2002 ingresaron 2.500 millones, en Alemania, 3.200 y en Sudáfrica 2.400 millones. Ahora, en Brasil, se prevé que, al menos, obtendrá el doble. La mayoría de estos beneficios los han cosechado, fundamentalmente, por derechos de comercialización que se les cobra a las marcas patrocinadoras y por los derechos de emisión que pagan las diferentes cadenas de televisión.
Pero, a pesar de que la cuestión económica parece reflejar una realidad en la que la FIFA utiliza estos eventos para lucrarse a costa del dinero ajeno, lo más preocupante es, como apuntaba Romario, la intromisión de esta organización en su legislación y su consecuente vulneración de la soberanía nacional y de la democracia. Y es que, según refleja Marc Perelman en el libro La barbarie deportiva. Crítica de una plaga mundial (publicado originalmente en 2012 por Michalon Éditions y recientemente reeditado y ampliado por Virus Editorial), la FIFA impone a la sede de cada uno de los eventos que organiza la obligación de cumplir con una serie de normas que ella misma fija.
Ley General de la Copa
En el caso brasileño, estas obligaciones se han plasmado en la Ley General de la Copa, aprobada en 2012. Esta norma incluye la imposición de días festivos durante los partidos de la Selección de Brasil o la reducción del número de plazas populares en los estadios y el aumento del precio de este tipo de entradas. A pesar de la prohibición que existe en Brasil de introducir bebidas alcohólicas en los campos de fútbol, la FIFA obligó al gobierno de Rousseff a que permitiera vender cerveza Budweiser, con quien tiene un acuerdo comercial. Por otro lado, esta organización prohibió la posibilidad de vender cualquier producto que no sea oficial, tanto en las tiendas de los estadios como en las situadas en sus inmediaciones y vías de acceso, además de multar a los dueños de los bares que se atrevan a retransmitir los partidos.
La Federación Internacional de Fútbol también obligó al gobierno a eximir de tasas fiscales e impuestos a las empresas que trabajaran en el país durante la preparación y la celebración de este evento deportivo. Finalmente, la Ley General de la Copa tipifica como delito federal cualquier atentado contra la imagen de la FIFA o de sus patrocinadores, así como la publicidad no autorizada de cualquier imagen asociada al fútbol en general y a la competición en particular. Y para poder aplicar las sanciones con la mayor celeridad posible, la FIFA impone tribunales de excepción, como ya ocurrió durante el Mundial de Sudáfrica cuando, según explica Perelman, se crearon 56 “tribunales de la Copa”.
Finalmente, tal y como cuenta el autor de La barbarie deportiva, la Federación Internacional de Fútbol “pretende gozar de completa impunidad por cualquier perjuicio ocasionado a los particulares, a las empresas y a las instituciones durante la competición”. Esto significa que, si ocurriera un accidente de seguridad relacionado con el evento, será el gobierno brasileño quien corra con la responsabilidad de lo sucedido, es decir, se verá obligado a indemnizar tanto a la propia FIFA como a sus socios comerciales, incluso si se produjera un atentado, incidentes relacionados con el crimen organizado o cualquier catástrofe natural.
Además de evidenciar cuáles son las pautas de conducta de la FIFA, Marc Perelman también hace un repaso por la historia del Comité Olímpico Internacional. En el recorrido, deja al descubierto lo que denomina “la verdadera naturaleza de los Juegos Olímpicos”, caracterizada por la complicidad con regímenes autoritarios o dictatoriales y por actuaciones relacionadas con “mentiras habituales, disimulos, astucias y mascaradas, cuando no prevaricaciones, concusiones y malversaciones”. Aunque, quizás, una de las reflexiones más interesantes de Perelman pasa por el concepto de “globalización deportiva”.
En su opinión, sobre todo el fútbol, pero también el baloncesto, el tenis o la Fórmula1, sintetizan “todo lo nuevo que el capitalismo contemporáneo es capaz de desplegar: el espíritu de empresa y del empresario competente unido a una capacidad de comunicación a todos los niveles –gracias a la potencia irradiante de la televisión- y la obtención de recursos financieros en un tiempo récord”. Es decir, la mercantilización del deporte. Este particular modelo de producción deportivo congrega y unifica los modos de explotación antiguos y los modernos para crear un sistema nuevo que permite multiplicar las mercancías deportivas, tanto por medio de la venta directa (equipamientos, materiales o accesorios deportivos) como por la indirecta (derechos de retransmisión). Algo que, a pesar de que insisten en la inconveniencia de mezclar deporte y política, fomenta “una rivalidad feroz entre las naciones para apoderarse de los mercados y de los productos que aún no controlan”.
Desde su nacimiento como deporte de cohesión social obrera en los barrios industrializados de finales del XIX, este deporte ha ido perdiendo su germen con la aparición, como no, del capital que todo lo corrompe.
http://casaquerida.com/2014/06/24/pasen-y-agredan/