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Los cuatro pecados de la Fórmula 1
Para el autor, en el mundo del motor, el deportista es una mera excusa para que los engranajes de los peores valores del ultracapitalismo sigan bien engrasados
La Fórmula 1 es un deporte. Los pilotos deben estar en una excelente forma para resistir la enorme tensión física y mental que impone la velocidad. Las fuerzas que provocan las constantes aceleraciones y deceleraciones del monoplaza en la estructura ósea de los pilotos les obliga a que tengan una masa muscular bien trabajada. La frecuencia cardiaca puede superar las 150 pulsaciones por minuto durante toda una carrera. Las temperaturas en el habitáculo del coche se disparan y la pérdida de hidratación alcanza entre los cuatro y cinco litros por carrera. Es además inexcusable la fortaleza mental que exige no cometer errores conduciendo a una media de más de 200 kilómetros por hora. Además está la estrategia, los condicionantes mecánicos, la gasolina, la intuición para leer la carrera… Hasta ahí el mérito de los pilotos, ingenieros y mecánicos. El resto de la Fórmula 1, y de las competiciones de motor en general, vomitivo.
Quizá no exista otro deporte que combine estos cuatro elementos nefastos:
1. Desprecio por la vida humana
Aunque las medidas de seguridad han aumentado mucho, gran parte del tirón de la Fórmula 1 consiste en que en cualquier momento puede haber un accidente con heridos, quemados y, en el peor de los casos, la muerte instantánea y televisada en directo. Un espectáculo similar al de los circos romanos.
2. La cosificación de la mujer
La mujer en la Fórmula 1 (salvo excepciones como María de Villota) es un maniquí que sujeta sombrillas en la zona de salida o entrega trofeos en el pódium. Su papel es pasivo y, en cierta forma, como también sucede en el ciclismo, su aparición en el momento de la entrega de premios remite a que son parte de ese mismo premio. Subliminalmente se envía el mensaje de que el héroe macho gana el trofeo, dinero y mujeres bellas. Bienes materiales a ojos de los próceres de la industria.
3. La exaltación del capitalismo
El motor es el deporte de las marcas, del marketing salvaje, del consumismo desbocado. Ninguna otra manifestación deportiva suma tantos anunciantes en diversos soportes, incluidos cada centímetro cuadrado de los deportistas, auténticos hombres-anuncio. Según la revista Capital, el negocio de la Fórmula 1 mueve 1.200 millones de euros al año. El grupo que gestiona el gurú Bernie Ecclestone pasó de ingresar 538 millones en 2003 a 1200 en 2012. En un monoplaza hay tres tipos de tamaño de pegatinas publicitarias. Las grandes cuestan 18 millones de euros, las medianas cinco y las pequeñas tres. Los principales anunciantes son esas organizaciones tan sensibles con los problemas de la ciudadanía, ya saben: bancos y petroleras.
4. Agresión al medio ambiente
El deporte del motor exalta un modelo de desarrollo basado en el consumo de combustibles fósiles. Es el gran escaparate, la decantación sublimada e ideal de la industria petrolera y, todavía, de la automovilística. Una concepción del progreso basada en un modelo que destroza el planeta y que es considerado insostenible por la evidencia científica disponible.
La audiencia de la Fórmula 1 supera los 500 millones de personas que van recibiendo estos valores como algo normal: desprecio por la vida, machismo, exaltación del consumismo y agresión ambiental. Nadie se para a reflexionar sobre ello y los grandes medios de comunicación, presos de las petroleras y los bancos, miran para otro lado.
Finalmente, la última paradoja: el deporte del motor es de los pocos en los que realmente no se sabe quién es el mejor atleta. Las diferencias entre los coches y entre los medios técnicos de los que dispone cada equipo hacen posible que el piloto con más talento pierda ante otro con menos talento pero mejores medios. Sé que suena a broma, pero si de verdad el objetivo de la Fórmula 1 o del motociclismo fuera saber quién es el mejor piloto todos deberían competir exactamente con el mismo vehículo. Ni siquiera sería necesario que se alcanzaran esas velocidades que siguen alimentando la fantasía de los descerebrados que intentan trasladar lo que ven en la televisión a las carreteras por las que circulamos usted y yo. En realidad, en el mundo del motor, el deportista es una mera excusa para que los engranajes de los peores valores del ultracapitalismo sigan bien engrasados.
Así se explica el feeling de Ecclestone y sus Fórmulas 1 con lxs políticxs más corruptxs de la Comunidad Valenciana.