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Del papa de la paz al azote de homosexuales, mujeres y blasfemos que usan preservativos
Este domingo, la Iglesia católica canoniza a los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, dos mentalidades muy distintas de una misma religión
Contaba Joaquín Sáez Arriaga que Juan XXIII, en pleno papado, llegó a decir que “no había ninguna razón por la que un cristiano podría votar a un marxista”. Hablaba así, para criticarlo, del llamado Papa Bueno, Juan XXIII, el sumo pontífice que gobernó la Iglesia católica durante cinco años, de 1958 a 1963.
Hoy el Vaticano asistirá a su canonización junto a la de Juan Pablo II, dos formas de vivir la Iglesia, la religión y la sociedad que le tocó vivir.
Juan XXIII llegó al papado con una idea fija: cambiar la Iglesia católica. Para eso convocó el Concilio Vaticano II, la mayor reforma en sus años de historia. “Voy a abrir la ventana para que podamos ver lo que sucede afuera y que el mundo pueda ver lo que pasa”. Sin que acabase el Concilio Vaticano II, el Papa Bueno falleció.
Antes de su muerte, Juan XXIII inició una serie de acercamientos a las otras religiones, a las que llegó a invitar al encuentro. De amplias miras sociales, no condenó implícitamente ni la contraconcepción ni al socialismo, algo muy habitual en sus antecesores, más acercados a ideologías fascistas, como el propio Pio XII.
El preservativo, una blasfemia a Dios
Pero hoy, además de la canonización de Juan XXIII, tendrá lugar la del Juan Pablo II, el papa polaco, azote de comunistas, homosexuales, abortistas y todo lo que sonaba a libertad en las décadas de finales del siglo XX.
Ya en los primeros años, Karol Wojtyla recordó que la homosexualidad era “una inclinación objetivamente desordenada”, aunque pidió que ante los homosexuales “se evitara todo signo de discriminación”. No sabemos si entonces ya pensaba en los casos de pederastia en los que se vieron envueltos varios miembros de su iglesia y ante los que giró la cara.
No tuvo tanta benevolencia con las mujeres. En mayo de 2003, aseguró que “el aborto es el principio que pone en peligro la paz en el mundo”. Asimismo, invitó a las mujeres a “promover un nuevo feminismo” que supiese “expresar el verdadero espíritu femenino”.
Este desprecio hacia la libertad ya se vislumbraba desde noviembre de 1988, cuando en una de esas visitas que tenía acostumbrado hacer Juan Pablo II calificó de “blasfemia a Dios” el uso del preservativo. Ni la epidemia del SIDA u otras enfermedades de transmisión sexual le hicieron cambiar de idea. El uso del preservativo, a su juicio, “no admite excepciones ni por motivos personales ni sociales”.
Hoy, Juan XXIII y Juan Pablo II serán canonizados en lo que parece una jugada perfecta de la Iglesia católica para contentar a todas las corrientes dentro de esta religión. Sólo hay que pensar en un Concilio Vaticano III, ¿dónde estarían cada uno de estos papas?
No hay ningún Premio Nobel en la lista de los papas y si hubiera uno, se negaría a ser canonizado, porque ese estigma lo apartaría de la sabiduría universal convirtiéndolo en un sectario de un imaginario Olympo de reducida influencia en el mundo de la cultura.
Sabemos que Jesús no es que no entendiera su propia letra como le pasa a Rajoy: Es que no sabía escribir porque la escritura y lectura solo podían practicarla los teólogos; sanedrines y rabinos de las sinagogas.
Canonizar a uno de estos personajes papas es condenarlo al olvido, de lo que me alegro mucho porque de la Iglesia Católica lo único que reconozco son sus quemas de disidentes en la hoguera, sus robos obligando a pagar bulas a los pueblos, sus odios al género femenino al que combate sin piedad y sus pederastias practicadas a lo largo de los siglos.
Si lo que creen que hay después de la vida mas allá de las nubes es una prolongación de todo este macabro festival de muertos representados una vez al año por ídolos de madera policromada en un festival de samba patético, es mejor que no exista la gloria y que todo se termine aquí.