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Kurt Cobain y un ama de casa de Cuenca

La muerte de Kurt Cobain es sólo una excusa para echar la vista atrás: a esas dos décadas en las que casi nada ha cambiado

Quien dice de Cuenca dice de cualquier otro lado. El hecho es que han pasado 20 años del suicidio de Kurt Cobain y, entre el fárrago de la actualidad y los problemas gravísimos que nos vomitan a cada hora la radio y la tele, esa conmemoración -la de la muerte de un músico- se antoja una cuestión menor. Hace dos décadas un ama de casa de Cuenca que hoy tenga 45 años tenía 25. Lo mismo vale para un auxiliar administrativo de Logroño en paro. Quizá ambos fueron admiradores de Kurt Cobain y llevaban pantalones rotos y camisas de cuadros y ahorraron para unas botas imitación de Dr. Marteens e incluso hasta se decoloraron el pelo. Kurt Cobain era un tipo raro, de un país lejano. Ahora tendría cuarenta y muchos años. Es verdad que aquí, y en todas partes, recibió un seguimiento masivo, pero en seguida fue olvidado por las radiofórmulas y volvió a convertirse en lo que siempre fue: un personaje minoritario con una actitud subversiva al que la industria trató de asimilar, exprimir y neutralizar. Y lo consiguió. Hoy la cara de Kurt Cobain en una camiseta significa lo mismo que la del Che o la de Marilyn Monroe: nada.

Hace 20 años el ama de casa de Cuenca y el administrativo de Logroño frecuentarían alguno de los bares donde se mezclaba el atorrante pop español con alguna canción de Nirvana, de Soundgarden o de Pearl Jam y también de Extremoduro y Platero y tú. Allí, entre cerveza, kalimotxo y porros trazarían planes de viajar, de escribir, de pintar, de montar grupos de música: estaban abiertos a conocer gente y a hacer otro mundo. ¿En qué momento se volvieron constructivos? Porque el hecho es que poco a poco comenzaron a hacer lo se suponía que debían hacer: casarse, hipotecarse, tener hijos. Casi nada ha cambiado, reproducimos lo mismo que hicieron nuestros padres y los padres de nuestros padres. Es lo que engañosamente se llama madurar: entrar en el redil, mimetizarse con nuestros mayores.

Con un agravante: en España todavía mandan los mismos que hace 20 años. La inmensa mayoría de los dirigentes políticos, los grandes empresarios, los banqueros y los magnates de los medios de comunicación son exactamente los mismos. Evidentemente eso no lo iba a cambiar un niñato de 27 años que pegaba alaridos nihilistas. Kurt Cobain es sólo una excusa para echar la vista atrás: a esas dos décadas en las que casi nada ha cambiado.

En una escena de la película American Beauty Kevin Spacey recupera sus discos de rock de los setenta y los pone a todo volumen en el coche. Los vecinos de su urbanización de clase media se escandalizan. Lo miran como a un tipo peligroso o que ha perdido la cabeza. La corrección política fue inoculada en los noventa y convive desde entonces entre nosotros. Es frecuente escuchar en las redacciones de los medios de comunicación que tal o cual contenido es demasiado arriesgado y “no lo va a entender un ama de casa de Cuenca”. ¿Sabe alguien qué piensa, qué ha vivido y qué siente un ama de casa de Cuenca? Esa mujer de 45 años no es una mujer de 45 años de hace 45 años.

Pongamos un ejemplo menos escandaloso. La canción Lobo hombre en París, de La Unión, ha cumplido 30 años. Es probable que alguien que hoy tiene 55 años la bailara en su día en una discoteca, aunque no sea ese el cliché de alguien de 55 años que todavía opera en la mente de los creativos publicitarios, de los políticos y de los periodistas. La norma es ofrecer todo masticado y digerido, no se vaya a ofender el target publicitario o el elector (que son una y la misma cosa). Pero el target publicitario y los electores (o sea, usted y yo) han visto y han vivido mucho más de lo que suponen esa casta que sigue mandando desde hace 20 años y que nos abonó al fundamentalismo de la moderación.

Hace dos décadas la hoy presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz –la esperanza blanca de la socialdemocracia española- tenía 19 años. Éste es un extracto de la semblanza que de ella hacía El País Semanal el fin de semana pasado: “Bética, de Triana, creyente y un tanto apegada al folclore religioso, pero defensora de la laicidad. (…) Fan de Alejandro Sanz, enganchada a la novela histórica y al relax que le produce leer a Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez”. Todo políticamente correcto, moderado, previsible y antológicamente aburrido. Exactamente como nos quieren a nosotros.

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Comentarios
  1. Buen artículo. Traído a España actualmente lo que pasa si te gustan Soziedad Alkoholika o Los chikos del maíz para la mayoría de medios, criminalizados por salirse de la norma. Hasel detenido.. está claro que nos quieren correctos y aburridos

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