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Las mujeres mienten, las niñas también

Esta semana ha quedado en libertad el profesor acusado de haber cometido una decena de abusos sexuales entre las alumnas del colegio de los Agustinos Valdeluz, en Madrid

Columna publicada en el número de abril de La Marea, disponible en quioscos y aquí

Casi nadie hace en voz alta la afirmación que da título a esta columna (menuda extravagancia atribuir una generalización así a más de 3.000 millones de seres humanos), sin embargo, tiene un poso social y jurídico extraordinario. La falta de autoridad de las mujeres y la sospecha sobre su palabra es el argumento habitual en los juzgados cuando se trata de delitos de violencia de género y, especialmente, de delitos sexuales. A esto hay que sumarle que las víctimas de abuso o violación inmediatamente se convierten en culpables por la “vergüenza” que sienten ante una sociedad –y a menudo esto incluye a su propia familia–, que lejos de arroparla, arroja la sospecha sobre ella. Cualquier aspecto revelado sobre la sexualidad de una mujer se convierte en una “falta” difícil de lavar, incluso cuando es víctima. Aún más, incluso cuando es víctima siendo una niña.

Lo vemos nítido en culturas ajenas y circunstancias extremas. Sabemos que en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, además de los abusos cometidos con los prisiones iraquíes, también se abusó sexualmente y se violó a decenas de mujeres encarceladas, y también sabemos que cuando estas mujeres salieron de la prisión no pudieron regresar a sus pueblos ni a sus casas porque las que lo hicieron fueron repudiadas e incluso parte de ellas asesinadas por sus propias familias ante el “deshonor” que portaban. El maldito “honor” patriarcal que las mujeres tienen que defender aun a costa de su vida y que cualquier energúmeno puede destrozar en un par de minutos.

El trasfondo es idéntico cuando los abusos sexuales y las violaciones ocurren aquí al lado, sólo varía la intensidad de la respuesta. Es lo que ha ocurrido en el colegio Valdeluz Agustinos de Madrid. Los hechos aún no han sido juzgados, así que respetamos la presunción de inocencia pero las respuestas sociales y los argumentos de los abogados son, una vez más, de manual: silencio –lo que significa impunidad para los agresores sexuales–; las muchachas temían decírselo incluso a sus padres.

No acabaremos jamás con los abusos sexuales a menores si la víctima se siente culpable y teme contar lo que está sufriendo incluso a las personas que más la quieren. ¿Por qué se avergüenzan? Porque la educación afectivo-sexual brilla por su ausencia y no hay manera de conseguir una educación sexual sana en las aulas. Todo lo que tenga que ver con el sexo es combatido con vehemencia, especialmente en los centros católicos, y así es muy difícil que los y las menores tengan herramientas para poder enfrentarse a un abuso sexual o a una violación. También sabemos de sobra que cuesta mucho denunciar este tipo de delitos. Por lo tanto, es habitual que se tarde muchos años en hacerlo. Probablemente, sólo se reúnen las fuerzas y la seguridad necesaria en la edad adulta. Sin embargo, también se utiliza ese argumento contra las víctimas.

Todas estas respuestas y alguna más se han repetido en el caso Valdeluz. El pasado 11 de febrero, Andrés Díez, de 51 años, un profesor de Música y Filosofía desde hacía 20 años en el centro concertado Valdeluz de Madrid, era detenido por la policía. Supuestamente, llevaba abusando sexualmente de, al menos, 12 de sus alumnas (de entre 12 y 17 años) desde 2006. Cuando saltó la noticia, la dirección del centro aseguró que nunca se había sospechado nada del profesor y que se habían enterado por los agentes de la denuncia de las alumnas. Varios días después, la Policía detuvo al director y al jefe de estudios del colegio por, presuntamente, haber omitido el deber de informar de la conducta del docente ante la declaración del jefe de estudios de que efectivamente conocían las denuncias desde hacía años.

Buena parte de los alumnos repetían la consigna: “No tenemos nada que decir. Sólo que es un gran centro y el mejor colegio del barrio”. Uno de los padres, incluso, llamó “terrorista” a una reportera que había acudido al colegio a cubrir la noticia, criticando el daño que los medios están haciendo a la imagen del colegio cubriendo el suceso de forma “sensacionalista”… El periódico 20 minutos ha sido el que más claro lo ha dicho. Como cierre a uno de sus reportajes sobre el tema, concluye: “El profesor ya nunca podrá librarse de la peor de las condenas. La social. Tampoco sus alumnas”.

Una de ellas, que supuestamente sufrió los abusos del profesor, tuvo que recibir, en 2007, asesoramiento psicológico en el Centro Especializado de Intervención en Abuso Sexual Infantil (Ciasi) de la Comunidad de Madrid. Sin embargo, ni el centro actuó de oficio, ni la Comunidad de Madrid investigó, ni sus padres denunciaron, según se ha publicado, siguiendo el consejo de algunas de las psicólogas que dijeron que “era el argumento de una niña de 13 años contra el de un señor”.

Y Ramón Muñoz, abogado del profesor, ha tirado de manual: las chicas mienten y exageran. Es decir, minimizar los delitos sexuales y desacreditar a las víctimas: “El relato de algunas de las chicas es de dudosa credibilidad, algunas más que otras. Se está magnificando. Las chicas se han agrupado para dar credibilidad a las denuncias. Es incomprensible que durante años no denunciaran”.

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Comentarios
  1. Ni lo uno ni lo otro. Ahora se quiere dar por terminada la presuncipon de inocencia en aras de que los delitos no queden impunes. Y eso tampoco es lo adecuado.

  2. se acostumbraron a esconder la basura debajo de la alfombra durante mas de 400 años y luego durante 40 de los cuales un genocida murio en la paz del lecho.

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