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María Botto: “Ninguna sociedad puede estar sana si no cura sus heridas”

Este miércoles 12 de marzo la actriz estrena en la Sala Mirador la obra ‘Rudolf’ bajo la dirección de Cristina Rota

MADRID// Nada es igual para una sociedad que ha vivido bajo una dictadura. Quedan sus víctimas, que se aferran a la memoria para exigir una justicia reparadora; sus verdugos, vencedores pasajeros de una historia que habla del fracaso de la dignidad humana. Y también quedan los que miraron hacia otro lado, aquellos que no pudieron, no quisieron o no se atrevieron a enfrentar a los genocidas. ¿Es posible que surja el amor entre una víctima de una dictadura y alguien que prefirió no verla? ¿Puede una sociedad avanzar si no se curan sus heridas?

Estas dos preguntas son las cuestiones nucleares en las que se basa Rudolf, una obra escrita por la argentina Patricia Suárez y ambientada en la Alemania de después de la IIª Guerra Mundial. Un joven judío busca a la amante de un alto criminal nazi del que se sospecha que podría haber huido a Sudamérica. Esta mujer dice ser una profesora de piano que sobrevive en un edificio en ruinas tras haber sido bombardeado, aunque podría ser una examante ansiosa por seguir adelante sin tener que mirar atrás. Cristina Rota es la encargada de dirigir a Roberto Drago y María Botto en Rudolf, que este 12 de marzo se estrena en la Sala Mirador de Madrid, donde permanecerá en cartel hasta el día 30.

Esta obra, más que sobre el nazismo en sí, trata sobre cómo se desenvuelven las personas en este tipo de situaciones, ¿no?

Absolutamente. La autora, al igual que muchos otros escritores, se refiere a Alemania porque es evidente para todos que fue un genocidio, una aberración. Además, cuanto más te distancias en tiempo y en espacio de una historia, más objetivo puedes ser. Si la obra estuviera en Argentina sería demasiado cercana y no se podría tomar distancia. Pero, sobre todo, de lo que habla es de la memoria histórica, de qué sucede cuando un país sigue adelante sin enterrar dignamente a sus muertos.

Patricia Suárez es rosarina y, en su obra, hace referencia a la ayuda que Argentina le prestó a los jerarcas nazis para ocultarlos allí. ¿Este tema aún está vigente en la opinión pública de ese país?

Han pasado más de 30 años desde la dictadura de Argentina y ha sido un largo recorrido hasta que se ha conseguido llevar a la Justicia a muchos colaboradores y torturadores. Todavía hay investigaciones para descubrir las vinculaciones entre los alemanes nazis que fueron a Argentina, pero el tema que se trata aquí es ver si es posible que haya amor entre dos bandos opuestos, entre un torturador y una víctima, o entre una victima y una persona que miró para otro lado. Esa es la pregunta que se hace a lo largo de toda la obra.

Bueno, de hecho en Argentina sí hubo casos de mujeres secuestradas y torturadas que terminaron casándose con sus torturadores.

Sí, y también hay casos de mujeres que se casan con asesinos que están en la cárcel, claro que los hay. La cuestión es si esa persona es sana. Cuando escuchamos que una mujer manda cartas a un asesino en serie y se enamora, lo primero que se le viene a uno a la mente es que esa mujer no está bien de la cabeza. Y cuando una víctima termina con un torturador, probablemente tiene síndrome de Estocolmo, es decir, que piensa que el salvador es aquel que le hace daño. Pero no creo que haya reconciliación sino que es una relación enferma porque no está basada en la igualdad.

Decía que Rudolf  habla de la memoria histórica. Si uno se fija, se da cuenta de que la lucha entre los que reivindican la memoria y los que tratan de enterrarla ha sido uno de los grandes motores de la Historia, al igual que el amor, la envidia, la ambición o la vanidad.

Desde Antígona, donde ella quiere darle un entierro digno a su hermano, se habla de eso, de que no se puede avanzar si no enterramos a nuestros muertos. Creo que ninguna sociedad puede estar sana si no cura sus heridas. Siempre se dice que por qué hay que quedarse en el pasado, que lo que pasó, pasó, que por qué no miramos al futuro… Pero es muy difícil  que una sociedad avance con los fantasmas de sus muertos, cuando hay miles de víctimas en un limbo en el que no saben si lo que piensan que pasó fue real. Uno puede llegar a rozar la locura cuando una sociedad te dice que las cosas no fueron como tú crees que fueron. El otro día estaba viendo a una ancianita, que tiene como 90 años, que contaba que en la Guerra Civil se llevaron a su padre y a su hermana de 14 años. Los mataron…

Ah, en El Intermedio, sí. Una entrevista que le hizo Gonzo.

¿Lo viste? Pues en un momento ella contaba que los clérigos y todo el mundo le decían que la situación que ella denunciaba no había pasado así, que algo habrían hecho su padre y su hermana. Y llega un momento en el que no sabes si eres tú el loco o si realmente hay unas personas que se llevaron a tu padre y a tu hermana. Entonces sí, creo para que una sociedad esté sana, tiene que curar sus heridas.

Cuando se le pregunta a Cristina Rota sobre las cualidades que debe tener un actor, siempre dice que, por un lado, tiene que saber vivir la vida, estar en la vida y, por otro, habla de la memoria sensorial y emotiva. ¿Cómo se lleva esta teoría a la práctica para construir un personaje?

Hay infinidad de preguntas a la hora de prepararse. Lo maravilloso de cómo hemos trabajado en Rudolf es que hemos improvisado, por lo que las preguntas no han sido en la mesa sino que se iban respondiendo a medida que improvisábamos. Es decir, que si yo me pregunto “qué me pasaría a mí si», ya me pongo en situación, no es otra persona sino yo. Por tanto, toda la experiencia de vida, todo lo que he pasado, si he sido lo suficientemente esponja como para empatizar, eso sale. Sobre todo en un tema como el que trata la obra uno tiene que estar absolutamente abierto a todos los afectos. Tiene que estar presente toda tu historia para que cualquier cosa te conmueva o tengas un punto de vista antes cualquier cosa que suceda en esa situación. Eso es la memoria emotiva, momentos maravillosos y no tan maravillosos que uno puede aportar a la situación.

¿Y cómo hace para que cada personaje sea diferente si siempre parte de su propia experiencia?

Porque lo escribe el autor. Qué me pasaría a mí en esa situación es una de las preguntas, pero hay 200. Y si no conozco la experiencia del personaje tengo que investigar. Es parte del trabajo. Si no eres yonqui, investiga. No hace falta que te vuelvas adicto a las drogas para interpretar a un personaje, pero sí es necesaria mucha investigación y hay que hacerse muchas preguntas. Por qué ha llegado el personaje hasta esa situación, por qué llegaría yo hasta este punto, cuál es el recorrido emocional hasta llegar ahí…

¿Es más fácil trabajar con una persona con la que comparte método de interpretación, como es el caso de Roberto Drago, que también estudió con Rota?

No, he trabajado con muchísimos actores… La mayoría sí que ha estudiado, por lo que proceden del método Stanislavski. Casi todos los maestros enseñan con el método Stanislavski, aunque sea con un sucedáneo, ¿no? El dilo de verdad, que parezca que es real… Pero también he trabajado con grandes actores que no pertenecían a la escuela pero que eran maravillosos. No depende tanto del método sino de si la otra persona es buena o no, si quiere trabajar contigo y le gusta o no.

Cristina Rota, como directora, es de las que permite al actor proponer o ya lo tiene claro y…

Más te vale que propongas (interrumpe rotunda). De hecho, el actor es el que tiene que pensar en escena. Una cosa que hace siempre es que si tú no piensas en escena, es ella la que te da las líneas para que pienses como lo haría el personaje. Te da las herramientas pero te obliga a pensar. A no ser que no hayas hecho nada en tu vida y que tenga que construirte, claro. Pero si no, aunque te ayuda muchísimo, siempre espera del actor una propuesta.

Pero también hay directores, como José Luis Cuerda, que son todo lo contrario, que te dicen que delante de la cámara el actor respira cuando, donde y como él se lo diga. ¿Se trabaja mejor así, da lo mismo…?

A mí me parece maravilloso que un director me diga cómo ve el personaje porque también te obliga a entablar una batalla dialéctica. Lo malo es cuando el director no tiene un punto de vista. En el caso de Cristina (Rota), que el actor lleve una propuesta significa que tiene un punto de vista. Si no es acertado, ella ya te lo va a decir. O sea, que mi madre trabaja contigo, no es que celebre que traigas una propuesta y ya está, sino que tiene muy claro qué quiere y cómo ve ella los personajes. Pero que un director te marque cómo es un personaje me parece maravilloso. Lo más difícil es trabajar con alguien que no sabe de lo que está hablando, que acepta que un personaje pueda ser de una manera y de otra. Cuando hay tanto por elegir es muy difícil. Si tú dices que es A y yo que es B, podemos llegar a un acuerdo. Pero si vale que sea A y también que sea B… podemos estar así 20 años sin llegar a nada.

En la presentación de la programación de la Sala Mirador, en septiembre del año pasado, se anunció que se iba a representar una obra escrita por Juan Diego Botto, su hermano, dirigida por Rota e interpretada por usted: Si yo pudiera ser. ¿Siguen pensando en hacerla?

Sí. De hecho, cuando terminemos Rudolf y la rodemos, si es posible, empezaremos la producción de la obra de Juan; más o menos para principios para el año que viene. Lo que pasa es que necesitábamos reposarla porque es muy compleja.

El viernes pasado el BOE publicaba el recorte del 13% que el Gobierno ha aplicado en las subvenciones al teatro y al circo.

No es nada nuevo. No me sorprende. Hay una cuestión muy clara y es que cuando un Estado quiere escuchar una sola voz, se convierte en dictadura. Y es evidente que ahora la gente del teatro, el arte en general, está poniendo mucha resistencia a que no haya una sola voz, así que ¿cómo no vamos a ser castigados?

Hay quienes dicen que la situación española actual ha provocado que el teatro en este país se haya vuelto más político cuando, en realidad, es una característica intrínseca de este arte…

No sé si político… Cualquier expresión artística es ideológica. Transformers es una película que vende un determinado tipo de ideología. O la serie Friends también vende un tipo de vida, un tipo de comunicación. Y eso es ideología. Una película no tiene que ser política para ser ideológicamente fascista o ideológicamente justa o de izquierdas. Todas las películas, incluso las de acción, tienen una clara ideología. Antes, en todas las películas de acción de Estados Unidos los malos eran los rusos. Ahora, en todas las series, los malos son los irakíes. Eso es ideológico. El arte siempre es ideológica.

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