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La amnesia de la Casa de Campo

El autor pide que se recuperen sus elementos originales y se pongan en valor, como en el caso del Palacete de los Vargas que podría ser un centro de interpretación de todo el espacio

Álvaro Bonet López* // Madrid por lo general es una ciudad con muy mala memoria, una ciudad que de quererse poco a sí misma se tiene olvidada, y su autoestima lejos de crecer en los últimos tiempos se ha ido menoscabando, produciendo una desafección entre sus ciudadanos que la dejan de apreciar, y los turistas, que huyen de un destino tan poco agraciado (desgraciado, mejor dicho).

El abandono y declive de la Casa de Campo es, pues, sintomático. Sirva también como ejemplo lo tardía que llegó la declaración como Bien de Interés Cultural, en 2010. La inconsciencia que cunde en la ciudad de lo que fue un Real Sitio, con cuidadísimos jardines, perpetúa la dinámica de abandono y desamor de los ciudadanos.

Esta finca pasó a manos del Ayuntamiento en la época de la República, propiedad que se consolidó definitivamente en los años 60.

Tras una importante pérdida patrimonial durante la Guerra Civil, de pabellones, casas, ermitas y establos diseminadas por toda su extensión, sus vestigios han sido reiteradamente maltratados por la administración pública, que no ha estipulado nunca una partida presupuestaria anual destinada a recuperar los valores históricos y paisajísticos del enclave.

Los jardines renacentistas y el palacete de los Vargas

Cuando Felipe II compra esta finca extramuros a la familia de los Vargas, tan vinculada a la historia de nuestra ciudad, reconvirtió el palacete existente -‘la Casa de Campo’ propiamente dicho- en su casa de descanso, cerca de palacio pero fuera de sus dominios, en su ‘jardín de las delicias’, para un disfrute puramente personal.

Al ser también bosque de caza, los jardines se recogían entre muros para que no pudieran entrar los animales: los llamados Reservados Grande y Chico. Éste último fue un jardín renacentista, único en nuestra ciudad, y de los pocos ejemplos en nuestro país.

Toda esta configuración nos es conocida gracias a la increíble precisión del óleo que Félix Castello realizó en el siglo XVII, para la colección de lienzos sobre los Reales Sitios y Reales Casas.

Hace pocos años se llevó a cabo una primera y exhaustiva fase de excavación y documentación de las llamadas ‘Grutas de Felipe II’, una galería porticada centrada y a eje con la fachada lateral del palacete que servía de conexión entre el Reservado Chico, más próximo, y el Reservado  Grande, que extendía hasta las pesquerías (actualmente el lago) y la zona de La Torrecilla, donde existía un pabellón de caza y una ermita.

Desde entonces nada se ha avanzado en la recuperación de estos jardines, que la declaración BIC recoge en sus directrices como objetivo final. El jardín no se ha excavado a su nivel original -un metro y pico por debajo- ni se ha establecido un plan director para su paulatina recuperación.

El palacete por su parte, ha sufrido una serie de intervenciones que lo han dejado irreconocible tanto por fuera como por dentro.

Ya en tiempos de Carlos III, el arquitecto Sabatini llevó a cabo una reforma que transformó el aspecto que reflejó Castello en su cuadro, y en el fijó su residencia José Bonaparte, donde se sentía más seguro, evitando las intrigas de Palacio y posibles atentados contra él.

Durante la Guerra Civil, el Palacete fue uno de los pocos edificios de la Casa de Campo que no sufrió daños irreparables. Y mantuvo su configuración dieciochesca hasta la década de los 60, en tiempos de Franco, en que se remodeló la cubierta para ganar una planta y se demolieron partes originales de su interior.

Últimamente fue la sede del Instituto Municipal de Deporte, que radicó ahí hasta 2009, en que fue clausurado y abandonado por parte del Ayuntamiento de Madrid, que no se ha propuesto en ningún momento recuperar este edificio cargado de historia y que ofrece un lamentable aspecto de oficina anodina de época reciente.

Se podría decir que ha cundido una especie de amnesia general en torno a este emblemático lugar de nuestra ciudad, y tendremos que plantearnos una operación de análisis y recuperación de sus elementos originales, su puesta en valor, y la posibilidad de convertirlo en ese necesario centro de interpretación de la Casa de Campo, que podría vincularse a la red de museos municipales.

* Álvaro Bonet López es vicepresidente de Madrid, Ciudadanía y Patrimonio

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