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“He escuchado a técnicos de Chevron en Ecuador decir que el petróleo era medicina”

Veinte años después de la primera demanda por los daños ocasionados por la petrolera en Ecuador, no ha llegado ni un solo dólar a la zona. Tres sentencias obligan a la empresa a pagar 9.500 millones de dólares

MADRID // Pablo Fajardo y Donald Moncayo hablan con la seguridad del que tiene la razón. Llevan veinte años luchando contra una gran multinacional, la petrolera Chevron, y, aunque su discurso no está caduco, sí resuenan lugares comunes de injusticias. Donald se encarga de la parte más emocional y Pablo, enganchado en todo momento a su smartphone, se conoce de memoria las fechas y los autos de los distintos tribunales.

Poco les importa que el juez de Nueva York Lewis Kaplan les haya quitado la razón, igual que sucedió en Argentina. “Sabemos que la Justicia estará de nuestra parte, hay tres juzgados en Ecuador que han dictaminado que la empresa debe pagar y dejar de eludir su responsabilidad”, comentan uno y otro atropelladamente.

Donald recuerda cuando comenzó todo, con Texaco, antes incluso de que él naciese en 1973. “A mi ya me enseñaron desde muy pequeño a protegerme, a cómo bañarme en el río cuando estaba lleno de petróleo, porque esta compañía regó demasiado petróleo en los ríos y jamás limpió, regó petróleo por la carretera y nosotros caminábamos sin zapatos por allí”.

Rememora indignado “los engaños” de la compañía petrolera. “Yo he escuchado cuando ellos decían el petróleo no hacía daño, que era medicina, y la gente se lo ponía por todo el cuerpo, creyendo lo que estaban hablando porque eran profesionales y académicos, se envolvían y quedaban como momias y esperaban a que saliese el sol para poderse sacar el petróleo”. En ese momento no se dio cuenta, pero al ser más mayor y ver como “por culpa del río y de tantas cosas”, perdió a dos hermanos, a su madre, que también tuvo dos abortos, y a varios de sus amigos, decidió unirse a la querella contra Chevron.

Más de 20 años en los juzgados

El 3 de noviembre de 1993 se presentó por primera vez una demanda firmada por 47 personas de los 30.000 afectados. Para entonces Chevron había dejado ya su plantación, pero como denuncia Donald “dejaron todo hecho un desastre, piscinas abiertas por todos lados, pero también algunas mal tapadas. Recuerdo en el pozo 2, donde está la casa de una compañera, que al pinchar en el suelo ahora aún sigue saliendo petróleo”.

La Corte Suprema de Ecuador confirmó el pasado 12 de noviembre las sentencias condenatorias: Chevron debía pagar 9.500 millones de euros por daños en la Amazonía ecuatoriana. Fajardo recuerda que el año pasado la compañía “obtuvo cerca de 27.000 millones de dólares, o sea que con la ganancia de un cuatrimestre cubre todo el caso”.

Todo ese dinero está destinado a reparar el daño medioambiental. “No se pide ni un solo centavo para las familias ni para nadie, sólo para reparar el daño causado”, enfatizan desde el gabinete jurídico que llevó el caso. “Vamos a limpiar el suelo, a bajar los niveles de toxicidad para que no sean un riesgo ni para el ecosistema ni para la vida humana, vamos a destinar el dinero a sistemas de agua, a reconstruir la vida de los pueblos indígenas, todo es para reparación colectiva, que sea habitable para la gente que estamos ahí”, justifica Fajardo.

Sin rastro del dinero

Pero para eso tiene que llegar el dinero. La empresa no tiene nada en Ecuador, se le ha cerrado la puerta en Argentina y parece ser que también en Estados Unidos. Ahora la esperanza de cobrar está puesta en Canadá y Brasil, “dos países con gobiernos fuertes y que no dependen tanto del petróleo”, explica Pablo Fajardo.

La lucha no va a parar, aseguran. Pero, ¿de dónde sacan esas energías para seguir 20 años después? “Cuando tienes un problema como el que tenemos nosotros en el Amazonía”, asegura Donald, “eso te hace crecer, te hace levantarte, te hace surgir, porque si tú has tenido ese problema no quieres que eso se herede al resto de su familia, entonces te hace más grande que cualquier gran empresa”.

Y remata Fajardo, “hasta ahora las empresas han jugado con nuestro miedo y con el hecho de que pensásemos que eran invencibles. Cuesta mucho, han creado una estructura impresionante para eludir responsabilidades, pero hay que romper este miedo. Si nos quedamos con ese temor, la injusticia seguirá avanzando, mientras haya tontos, habrá espabilados, mientras haya miedosos habrá esta gente que creen que son valientes pero que lo único que hacen es humillar a las personas».

Ellos han roto con ese miedo, luchando en su país, fuera de él, en los tribunales, contra gobiernos, por su tierra, luchando, tal y como dicen muy gráficamente “incluso peleando en el hielo y sin zapatos”. El futuro de la Amazonía ecuatoriana quizás está en sus manos, en que no dejen la lucha.

 

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