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La nueva movida madrileña, o cómo hacer de lo común una baza política

"¿Hasta qué punto la labor de las personas que apuestan por el procomún no sirve de coartada al poder actual?", se preguntan los autores

En la actualidad se está produciendo un debate, a partir de varios libros musicales de reciente publicación, sobre si la movida madrileña fue una jugada del gobierno municipal de Madrid en la etapa socialista de Enrique Tierno Galván y Juan Barranco -en coalición con el PCE-, o no.  Mucho se podría debatir sobre ello, pero parece evidente que en aquellos años era, musicalmente, prácticamente a lo único que se hacía mención en Madrid, sin que heavies, punkies, cantautores, rumberos, raperos y otras comunidades y géneros ocuparan casi espacio en los medios de comunicación. Esa realidad escondía un modelo de ciudad determinado. Metrópoli alegre, vital y moderna en contraposición a la ciudad negra heredada del franquismo. En el primer número de La Luna de Madrid, el BOM (Boletín Oficial de la Movida) ya se hacían encuestas del tipo ¿Crees que Madrid es la ciudad del futuro?

Hoy nos encontramos con una ciudad gris donde represiones, privatizaciones y normativas impiden, junto a la crisis, el desarrollo de una urbe amable, pensada para la ciudadanía y no buscando exclusivamente el beneficio económico. Los resultados son evidentes: la Comunidad de Madrid es la única de todo el Estado en la que decreció el número de turistas durante 2013, a pesar de que muchos de ellos hacen su entrada por el aeropuerto de Barajas. De igual manera, el gobierno de la capital y el autonómico capitanean el triste liderazgo de ser de los que menos invierten en cultura por habitante de todo el país.

El modelo cultural basado en la construcción de grandes y pequeñas infraestructuras nos ha llevado a la situación actual. Los resultados, en este caso ligados al boom inmobiliario, prevalecen frente a los procesos, encontrándonos con equipamientos sin programas, recursos, ni personal y la indiferencia de la mayoría de la población, que nunca ha sentido estos espacios como propios. Ante esa realidad han ido emergiendo propuestas ciudadanas diversas con el propósito de enmendar tan triste escenario. Entre las más conocidas, las relacionadas con el procomún, lo colectivo, lo compartido.

Transcurrido algún tiempo quizás es conveniente hacer alguna reflexión. La primera es: ¿Hasta qué punto estas actividades ocultan y justifican el abandono de determinados servicios que deben prestar las Administraciones?, ¿sirven para sustituir a trabajadoras y trabajadores especializados remplazándolos por voluntarios –sin ninguna contraprestación, ni económica ni de otro tipo- y fomentando la precariedad?, ¿algunos de estos espacios no forman parte de rutas turísticas impulsadas por un Ayuntamiento que castiga cada día a sus ciudadanos con normativas que intentan limitar su presencia en el espacio público?, ¿se puede participar en determinados espacios sin tener en cuenta lo que acontece en el resto de la ciudad?, ¿tras estas intervenciones se esconden intereses profesionales no manifestados? Preguntas, dudas, pocas respuestas.

Llama la atención que participando en estos espacios colectivos, haya profesionales del urbanismo y de la arquitectura que no se posicionen claramente sobre el nuevo Plan General de Ordenación Urbana. Tampoco sobre las remodelaciones de Canalejas o la Puerta del Sol alentadas y propiciadas por grandes corporaciones económicas. Tampoco son conocidas alternativas urbanísticas contrapuestas a las diseñadas por el equipo de Ana Botella. ¿La ciudad en su conjunto no interesa?, ¿sólo importa el espacio donde se interviene?, ¿no hay propuestas alternativas ante un modelo urbanístico que destruye el espacio público y privatiza parte del patrimonio de todos?, ¿es preferible mirar para otro lado?, ¿así se construye colectivamente?

Como ciudadanos interesados en lo público no deja de sorprendernos ciertos silencios mientras se participa activamente en proyectos de lavado de imagen promovidos y financiados por el Ayuntamiento. Proyectos sin anclaje real en los barrios que encubren la política autoritaria y antidemocrática desarrollada por la administración municipal. Barrios que sufren gentrificación, desahucios, desalojo de bancos de alimentos y de locales de asociaciones vecinales con años de lucha sin que los paladines del procomún se pronuncien sobre ello participando, con la correspondiente remuneración, en propuestas que intentan ocultar dicha realidad realizando intervenciones supuestamente modernas que acaban con espacios de disfrute común durante décadas. Neocolonizadores del buenrollismo llegan, intervienen y se van.

El entorno más próximo en el que participamos, El Campo de Cebada, es un espacio de contradicción permanente. En el mismo se apuesta, teóricamente, por la cultura libre, el open access, la igualdad, la horizontalidad, la participación. Algo que a veces es difícil de percibir cuando en el mismo se proyectan películas de grandes industrias culturales (pagando el screening fee); las mismas que criminalizan la cultura libre, orquestan desde atrás las leyes sobre la propiedad intelectual (Sinde-Wert) y demandan a activistas del P2P, el acceso abierto y la cultura compartida (como en el caso del proceso ya resuelto en favor de Pablo Soto).

En otra ocasión, una serie de colectivos nos opusimos a la representación de una obra teatral, Don Juan Tenorio, ya que no creíamos que ese espacio fuera el lugar donde mostrar un montaje sexista y patriarcal en un país donde el terrorismo machista suma víctimas con una frecuencia horrorosa. Aquella oposición supuso un sinfín de descalificaciones que se extendieron por la Red llamando feminazis a quienes manifestábamos nuestra opinión, mientras otras personas con intereses compartidos con los autores del montaje teatral se mofaron del debate en las redes sociales. Insultos y burlas no tuvieron respuesta, solo silencios. Lo único que parece importante es el discurso del éxito y salir en los medios de comunicación. Pocas manifestaciones públicas se han realizado cuando se producen desalojos como el del huerto de Arganzuela, las redadas racistas en Lavapiés o el examen a músicos callejeros.

Bajo el supuesto de la mayor democracia posible, en El Campo de Cebada se realizan muchas propuestas e iniciativas nunca debatidas. Nos presentamos a concursos y premios sin que nadie lo haya aprobado y discutido, una sutil manera de entender la democracia. En uno de ellos salimos ganadores. La sorpresa llegó meses después cuando conocimos las empresas que patrocinaban dicho premio, alguna con negocios poco ejemplarizantes en Brasil. Lo importante otra vez es salir en los medios de comunicación. De nuevo los resultados priman sobre el cuidado de los procesos.

Nada es casual. Nos encontramos en un tablero de parchís muy determinado. Un juego supuestamente colectivo en el que cada uno quiere lograr que sus fichas lleguen las primeras. En los casilleros hay diversidad de intereses: representativos, profesionales, personales y colectivos. El panorama que conocemos es que las subvenciones y ayudas municipales están prácticamente agotadas. Durante la alcaldía de Gallardón, estas partidas presupuestarias tenían un cariz claramente político: derivar cualquier reivindicación a la Comunidad Autónoma presidida por Esperanza Aguirre. Al cambiar el tablero político institucional, la estrategia es intentar quedarse con las migas del pastel y/o procurarse la presencia en alguna candidatura para las próximas elecciones municipales. Incluso un posible intercambio de intereses para lograr ambos objetivos. Mientras tanto, ciudadanos y actores figuran como fichas manipuladas en ese juego de intereses.

¿Hasta qué punto la labor de las personas que apuestan por el procomún no sirve de coartada al poder actual, que ha convertido efectivamente Madrid en una ciudad en blanco y negro?

¿No empieza a ser una realidad que determinadas personas que han salido de un esquema horizontal, a la hora de llevar a cabo determinadas iniciativas sociales y culturales, observando la repercusión que empiezan a tener éstas, intrigan para aliarse con intereses partidistas a espaldas de un sustrato que se mueve aún por una vocación de servicio?

El número de La Luna al que hacíamos mención manifestaba que “el modernismo ha sido la iniciación creativa, el posmodernismo es simplemente ganar dinero con ello”, lo afirmaban hace treinta años. Los que revisan la movida como invento del PSOE, no reflexionan sobre si los supuestos procesos colaborativos actuales no son una herramienta al servicio del PP para ocultar o mitigar la realidad que padecemos. Sería deseable que no pasaran tres décadas para hablar sobre ello. Quizás la gamificación, como mecánica de introducir juegos en los procesos, ayudaría a que estos fueran realmente lo importante y no unos resultados tras los que quizás se cobijen otros intereses y una novedosa manera de gentrificación.

*@c4c_colectivo. Colectivo de intervención cultural surgido en la Asamblea Popular de Austrias-15M

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