La Uni en la Calle
“Unas veces pienso y otras existo”
La autora es doctora en Filosofía (UAB) y Licenciada en Filología Románica.
Cuando se trata de interpretar el valor del pensamiento, y por ello de la filosofía, nos movemos habitualmente entre dos posiciones incompatibles: o bien el pensamiento tiene un valor práctico inmediato, que nos ayudará a vivir mejor; o bien el pensamiento es gratuito e inútil, y la filosofía como actividad paradigmática una tarea baldía. Pero la tensión ente las dos posiciones es solo aparente. Se resuelve aceptando que la inutilidad de la filosofía radica en su desconexión de lo mundano y en el valor que en nuestro vocabulario mundano otorgamos a lo práctico o lo útil. En este contexto debemos leer el artículo de Hannah Arendt “El pensar y las reflexiones morales”, publicado originalmente en Social Research en 1971.
En su texto, Arendt nos incita a reflexionar sobre el valor del pensamiento como actividad consustancial a todos, y que comporta un valor moral. De modo que su ausencia tiene igualmente un valor moral, negativo en este caso. En su experiencia como reportera en el juicio contra Adolf Eichmann, Arendt constató que sus crímenes no podían explicarse por una falta de cualificación humana, sino por su incapacidad de pensar. Sería no obstante ingenuo asumir sin más que pensar nos hace mejores. Sería decantarse precipitadamente por la versión utilitaria del pensamiento, y asumir, fuera de toda legitimidad, que quien piensa nunca se equivoca. Pero sin duda reconocemos cuánto nos importa una pedagogía que garantice cursos de acción reflexivos, fuera del automatismo que parece impedir el tipo de percepción que permite enjuiciarlos, y así evitar la impunidad privada, especialmente en el territorio político, pero también en el moral.
El pensamiento debe interrumpir ese automatismo. Arendt recuerda el irónico “Unas veces pienso, otras existo” de Paul Valéry, cargándolo de significaciones nuevas: cuando pienso no estoy propiamente en este mundo. De modo que, efectivamente, pensar queda fuera de la vida práctica, y, sin embargo, tiene consecuencias en la vida práctica, puesto que está ligado a la posibilidad del juicio moral. Pensar no es conocer y tampoco es deliberación para alcanzar conclusiones definitivas. Si así es, ¿qué tiene de bueno, si no nos permite llegar a conclusiones definitivas, si no nos permite alcanzar concepciones últimas del bien, o verdades últimas?
El modelo que propone Arendt es el viejo Sócrates, tábano, partera o pez torpedo, cuya tarea, siempre recomenzada, consistió, entre otras cosas, en aguijonear a sus conciudadanos, propiciar nuevos alumbramientos conceptuales, y paralizar el ordenamiento automático de la vida y de las creencias.
Pensar, lo sabemos, es destructivo, crea desorden, es peligroso para quien piensa y para el orden mundano. Propicia cuando menos una permanente necesidad de reflexión, algo que no permite satisfacernos con ninguna conclusión definitiva, ni asimilar nuestros hallazgos como algo que sabemos. Si algo caracteriza al pensar es que siempre es una experiencia que nadie puede aportarnos. No es, sin embargo, una experiencia autocontenida, sino que, al forzarnos a entablar un diálogo permanente con nosotros mismos, tiene potencialmente consecuencias valiosísimas: descongela el lenguaje, las creencias, los tópicos, y nos somete a un autoescrutinio que nos libera de la trivial conformidad con aquéllos.
Una vida no examinada no merece la pena ser vivida, nos enseñó Sócrates. Pensar es un modo de vida, que ayuda a no caer en los prejuicios y las convenciones, nefastos desde un punto de vista moral. Pero quizá hay más; una vida no examinada no solo no es merecedora de ser vivida porque probablemente caigamos en el engaño, sostengamos creencias fosilizadas o falsas y no propias en una flagrante minoría de edad; sino que propiamente no es una vida humana. No se vive humanamente, porque nos falta precisamente la más humana de las experiencias.
——————
Carmen González Marín es doctora en Filosofía (UAB), y Licenciada en Filología Románica. Profesora Titular de Filosofía y Estudios de Género en la Universidad Carlos III de Madrid. Miembro del Consejo del Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid. Subdirectora del Departamento de Filosofía, Lenguaje y Literatura. Co-fundadora del Grupo Kóre de Estudios de Género, y co-directora de la revista Cuadernos Kóre.